Revista Asia

12 horas de aproximación

Por Gabychoi @gabrielchoi87
12 horas de aproximación
 Un poco más de 60 años después, hace tres días, el gran momento les tocó a ellos. A 389 personas, formado por 96 familias, con rugosidades y lunares en sus rostros que certificaban la espera de anónimos para ver a uno de los 141 miembros que fueron enviados por parte de Corea del Norte. Si en el caso de que se decidiera celebrar dicha reunión en tierras surcoreanas, el régimen norcoreano iba a reaccionar de manera hostil. Por eso, decidieron, para no retrasar más el encuentro, en el punto medio (?) de la península. En un hotel situado cerca del monte Geum-gang. El tiempo dado por ambas delegaciones para las familias separadas era de 12 horas. Durante aquel tiempo, que no llenaba el día entero, tenían que contar sobre la vida que han tenido ellos durante más de 60 años, a abrazarles y a acariciar el rostro que mostraba el sufrimiento del ser humano.
 Durante estos cinco años que escribo este blog, estas reuniones solamente se han celebrado dos veces. Y gracias a la mediación de la Cruz Roja Coreana que hace un papel realmente importante para intermediar a ambas Coreas con el fin de lograr más encuentros como la que presenciamos por los medios esta semana. Lo que sí quiero decir es que con los desacuerdos que existen entre estos dos países (aunque en este aspecto, el régimen norcoreano es el mayor culpable por incitar a la cancelación en caso de que no satisfaga sus caprichos diplomáticos) las verdaderas víctimas son estos ancianos cuya lista de espera tiene un número descomunal: 65.000 que esperan que llegue una respuesta positiva sin conocer detalladamente el estado físico que están sus familiares en Corea del Norte. ¿Se imaginan estar separados de sus padres, hermanos o amigos durante décadas sin poder mandar una carta que contengan palabras de emoción o una llamada telefónica? 12 horas es un tiempo demasiado cruel para los familiares cuando la separación de las dos Coreas es el resultado del egoísmo humano que tanto nos ha caracterizado.
 Y se han separado. Por segunda vez. En decenas de autobuses por caminos distintos. Algunos habían dicho que ya podían morir tranquilos y que eran felices al poder ver por última vez a sus seres queridos. Otros, ya demasiados mayores, no paran de llorar. Tienen algunos la esperanza, que se apaga a raíz de la edad avanzada, de que la reunificación ocurra antes de su desaparición. Y dos realidad ocurrirán a partir de ahora en las dos Coreas: en el sur, los recién llegados intentará combatir la soledad ante una sociedad que sigue menospreciando la vejez mientras que en el norte, los familiares presenciarán como los obsequios que contengan valor alguno serán requisados por el régimen norcoreano y volverán a sus hogares con las manos casi vacías. Esperando el abrazo de sus nuevas familias.
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