Revista Cine

15 claves que quizás no conozcas de "El Fantasma de la Ópera"

Publicado el 04 septiembre 2012 por Fimin

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Una corista con ínfulas. Un atildado vizconde derrochando laca. Un enigmático persa que luego resulta que no lo es. Un teatro saturado de burgueses pedantes. Un equipo de tramoyistas al que se le va la olla. Una función de ópera antológica. Y un agorafóbico con un afeitado muy accidentado. Y París, por supuesto, aunque sea en un estudio de Hollywood. Hay películas que llevan a cuestas la historia del séptimo arte, sus vaivenes, éxitos y fracasos. La que nos ocupa hoy tiene motivos de sobra para formar parte del club, pero en este caso tiene más mérito si cabe porque, valor histórico al margen, es endiabladamente buena. "El fantasma de la Ópera" (Rupert Julian, 1925) lo tenía todo para ser carne de cinematógrafo.

Ni el accidentado rodaje (otro más), ni el aún más complicado proceso de posproducción lograron hacer mella en esta adaptación de la novela de Gaston Leroux, donde el folletín de aventuras y los amores trágicos se dan la mano. Como en cualquier rodaje, las responsabilidades son múltiples, pero si tenemos que culpar a alguien del éxito todos los dedos acusadores se dirigen al hombre bajo la máscara: Lon Chaney. Su poderosa interpretación del fantasma sigue sin ser superada, como tampoco ha habido una versión de la historia capaz de igualar a la de 1925. Si el cine es el arte de los fantasmas, y el mudo es el periodo que mejor los representa, no es de extrañar que no haya un espectro que pueda toser al de Chaney.  Por cierto, si por una de aquellas casualidades nos encontramos en París, siempre podemos acercarnos al teatro de la Ópera. El edificio es ciertamente precioso, pero si nos fijamos en una de las calles que parten de la plaza veremos que se trata del Boulevard des Capucines. Treinta años antes de que Lon Chaney saltara a la inmortalidad, en el número catorce de esa misma calle los hermanos Lumière hicieron la primera proyección de un cacharro al que llamaron “cinematógrafo”. Al ladito mismo de la Ópera. Lo que son las cosas.

 

1-La novela: En 1922 el productor Carl Laemmle viaja a París y se queda enamorado del teatro de la Ópera. Por si fuera poco, su alarma para los negocios se pone a pitar cuando cae en sus manos la novelade Gaston Leroux. “Aquí huele a dinero”- debió pensar- “y tengo al actor adecuado para el papel principal”. La Universal está acabando el rodaje de El jorobado de Nôtre Dame (Wallace Worsley, 1923) en la que Lon Chaney interpreta a… un monstruo en París.

2-El primer director: Laemmle escoge a Rupert Julian, un cineasta neozelandés con cierta trayectoria en Hollywood, pero las cosas no van bien. Las disputas entre Julian y Chaney son constantes, hasta el punto de que dejan de hablarse durante el rodaje. Todo el equipo está contra el director. Norman Kerry (que interpreta a Raoul) llega incluso a atropellarlo a lomos de un caballo. Un ambiente fantástico para trabajar. Además, el productor no está muy convencido con el guión. Y parece que acierta: El prestreno de la película es un desastre, y Julian deja el proyecto.

3-El segundo director: Tras la marcha de Rupert Julian, la dirección cae en manos de Edward Sedgwick, responsable de varios trabajos de Buster Keaton. Se añaden nuevas escenas que trazan subtramas enteras. Hay duelos y números cómicos. La película sufre un lavado de cara y se cambia el final. En el segundo prestreno, el equipo contiene la respiración… pero la recepción es horrible.

4-El tercer director (y el cuarto): Laemmle está hasta el gorro. Sedgwick abandona y la mayoría de subtramas que añadió se tiran a la basura (menos el final). Maurice Pivar y Lois Weber se hacen cargo de remontar el proyecto. Con el material ya rodado editan una nueva versión, y el 17 de octubre de 1925 (con ocho meses de retraso) se produce la premiere de la película en los cines Astor. La productora instala un órgano en el cine. Todo parece preparado, pero a Laemmle le deben entrar sudores fríos de pensar en lo que puede pasar si la cosa no funciona. Las luces se apagan, el proyector empieza a sonar, y la película es un éxito.

5-¿Otro más? Pues sí, el quinto director: Además de Julian, Sedgwick, Pivar y Weber, otro nombre debe sumarse en justicia a la autoría de la película: El propio fantasma. Lon Chaney dirigió algunas de sus secuencias, como el famoso desenmascaramiento del monstruo frente al órgano.

 

6-La voz del fantasma (y el sexto director): Llegados a este punto, el trabajo está listo, ¿no? La película se estrena, la gente aplaude, Universal se lleva dos millones de dólares y todo el mundo tan contento. Ya podemos pasar a otra cosa ¿no? ¿no? Pues no. En 1927 llega el sonido al cine, y la productora decide sonorizar El fantasma de la Ópera para rendibilizar aún más la inversión. Para ello, se vuelven a rodar el 40% de las secuencias. Ernst Laemmle (sobrino del productor) se encarga de dirigir el nuevo material. Los intérpretes de la ópera son reemplazados por cantantes reales, que interpretan algunas arias del Fausto de Charles Gounod. Algunos actores cambian, pero cuando Chaney se niega a retomar el papel mantienen sus escenas: Nadie puede sustituirlo. El problema es que los estudios tienen prohibido, por contrato, insertar una voz ajena sobre las imágenes del fantasma. Por todo ello, en la versión sonorizada solo podemos oir hablar a Erik (probablemente encarnado por la voz de Phillips Smalley) cuando vemos su sombra contra la pared.  El material que se añadió se ha perdido, probablemente enterrado en algún baúl mohoso en los almacenes de los estudios Universal.

7-El falso persa: Arthur Edmund Carewe interpreta al Ledoux, un detective de la policía secreta francesa. Aunque… bueno, digamos que es un francés un tanto curioso. En realidad a Carewe le asignaron el carácter de “el persa”, que en la novela se convierte en el mejor aliado de los protagonistas. Durante el proceso de intertitulado de la película se decidió convertir al personaje en un detective, seguramente para ahorrarse toda la subtrama del origen del fantasma. El problema es que Carewe actuaba según el esterotipo de oriental enigmático, y el resultado canta a grito pelado.

8-El hombre tras la máscara: Chaney se ganó el apodo de “El hombre de las mil caras” a base de talento y esfuerzo. Su capacidad expresiva nace de la necesidad: Sus padres eran sordos, y solo la gestualidad exagerada permetía que se comunicaran sin demasiados problemas. Especializado en personajes monstruosos, Chaney se reveló como uno de los actores más inteligentes de su época. Su aproximación al personaje nunca se quedaba en la caricatura; siempre buceaba en los últimos rescoldos de humanidad del peor monstruo, para hacerlo más cercano, más reconocible y más carismático. Las mejores interpretaciones de su carrera tienen como vértice común un anhelo conmovedor: todos sus carácteres buscan a alguien que los ame, pese al aspecto que tienen, al margen de lo que son, y su amor puede llevarlos al sacrificio. En la vida real fue un actor muy querido por la profesión, un generoso consejero para los actores más jóvenes, y el primer cineasta que obtuvo el rango de miembro honorario del cuerpo de marines norteamericanos. Actor, director, cantante y bailarín, tenía un don especial para la comedia. Lon Chaney era un genio.

9-La máscara del fantasma: Chaney era un maestro del maquillaje. Su método, al que él mismo llamaba “caracterización extrema”, llegaba a extremos grotescos que le servían de base para su trabajo. Para interpretar al fantasma se pintó los ojos de negro, a la manera de dos cuencas vacías en una calavera. Por si fuera poco, se levantó las aletas de la nariz y las fijó con tiras de pescado seco. El problema es que en algunos planos los fijadores no se podían disimular, y optó por el alambre con tanta mala suerte que se cortó la nariz y sangró copiosamente. Debía ser para verlo. También se pintó las fosas nasales con pintura negra, se puso membranas de huevo en los ojos, se introdujo algodón en las mejillas y se pegó las orejas a la cabeza.  Una horrible dentadura postiza para rematar el conjunto, y el rostro cadavérico del fantasma apareció en todo su esplendor. Con esas pintas, como para bajar a por tabaco.

10-Recórcholis, qué susto: Christine se despierta en los aposentos del fantasma. La música suena en la estancia contigua. La joven cruza la puerta y ve a su captor, sentado, de espaldas, tocando el órgano. Sigilosamente, se acerca a él y le arranca la máscara. Y mira que el fantasma la ha avisado, pero no hay manera. El plano de la cara del monstruo es terrorífico. Nunca antes le hemos visto la cara. El público de la época se asustó mucho ante la imagen del rostro desfigurado del fantasma, y más de un espectador llegó a desmayarse. De hecho, Mary Philbin, que interpretaba a la heroína, tampoco había visto la cara del pobre Erik, y su horror fue genuino y considerable.

 

11-Chaney el bromista: El perfeccionismo del actor rallaba en la obsesión. Tras diseñar el maquillaje del fantasma, llamó a Charles Van Enger, quien además de ser el director de fotografía de la película era un buen amigo. El pobre incauto entró en el camerino y se encontró a Chaney de espaldas. Cuando se acercó a él, el intérprete se giró bruscamente y le mostró el maquillaje. Van Enger rozó el infarto agudo, y cuando recuperó el aliento prorrumpió en maldiciones. Chaney estalló en carcajadas: “No importa Charlie, acabas de decirme lo que necesitaba saber”. El maquillaje funcionaba.

12-La actriz y su madre:En la version muda de 1925, el personaje de Carlotta (la rival de Christine) era interpretado por Virginia Pearson. Sin embargo, en la sonorización de 1930 se contrató a una cantante professional, Mary Fabian, para interpretar el papel. Las escenas de Viriginia Pearson con los administradores de la Ópera se mantuvieron, pero le cambiaron el papel original por el de la madre de la actriz.

13-El hombre de la linterna: El prólogo de la película es un solo plano, extraño e inquietante. En una oscura galería, un hombre con una linterna observa una silueta que avanza lentamente por la boca de un túnel. No hay intertítulos, no hay una introducción, no hay nada. La escena pertenece a la copia de 1925, aunque se volvió a rodar en la versión sonora de 1930. Asumiendo que la silueta es el fantasma, ¿quién es el tío de la linterna? Su cara no se distingue con claridad en la penumbra, y no hay primeros planos. Puede tratarse de Joseph Buquet, el tramoyista que afirma haber visto al fantasma al principio de la película. El problema es que el rostro que se vislumbra en las sombras no parece el de Bernard Siegel, el actor que lo interpretaba. ¿Quién demonios es ese hombre?

14-Nôtre Dame de París: Al final de la película, en una escena de masas por las calles de París, podemos ver la catedral de Nôtre Dame. Es el mismo decorado que utilizó Chaney en su anterior trabajo como Quasimodo en El jorobado de Nôtre Dame (Wallace Worsley, 1923).

15-El fantasma del decorado:Los decorados de la Ópera de París siguen en su sitio, 80 años más tarde. Ningún otro set de interior en el mundo ha aguantado tanto. El año pasado, sin ir más lejos, se usaron para el rodaje de Los Muppets (James Bobbin, 2011). Como no podia faltar en un título como el que nos ocupa, estos escenarios tienen su historia de terror. Se dice que el fantasma de Lon Chaney provoca accidentes entre los operarios que intentan desmontar el decorado en el que se hizo tan famoso.

 


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