Revista Cultura y Ocio

23 f

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
23 F23 F -1981- Arganda del Rey. 9:00 PM
Nuestro recién incorporado amigo "El Cubano" se pide en el restaurante "La Alhambra" de segundo "filete con patatas" y pregunta al camarero si puede cambiar el más frugal primer plato por otro filete. Accede y se zampa doble ración de proteínas animales.
El Cubano es un curioso personaje. No termina de creerse un autoexilado de su propio país. Defiende con cierta vehemencia (y labia plagada de vocabulario revolucionario) la mayoría de los logros de la revolución en Cuba. Nosotros, "El Coronel" y yo somos más excépticos y le replicamos con cínicos comentarios.
Es "El Coronel" un trabajador del polígono industrial de Arganda. Junto a otro compañero residimos los tres en el Hostal Los Macías. Consume la vida a marchas forzadas. Nada cuenta de su pasado. Apuramos las tardes hasta la madrugada compartiendo unos vinos en los bares y visitando el Centro regional de Andalucía. Allí encontramos muchas veces al "Inglés".
El Inglés es un personaje exótico dentro de esta Arganda aún cerrada sobre sí misma. No sabemos muy bien porqué escogió España como residencia. Vive sólo y dirige una academia de Inglés. Es popular en los bares y locales de copas. Parece encantarle esta inmersión en la multitud bebedora de cañas y finos. Intenta emular a anglosajones famosos como Heminwey, Wels o Gibson. Por su vida parece sentirse feliz en estos ambientes. Hasta que un día nos enteramos de que se había suicidado. ¿Fue la locura, la soledad, el amor...? Yo apostaría por la soledad. Aparentemente la locura sería una buena candidata. La causa que se murmuraba al oído en las conversaciones era el amor. Regentaba, como he contado, una academia de inglés. Contrataba su profesorado entre jóvenes licenciadas o profesoras. Una de ellas, joven y de buen ver, era compañera de una profesora de Burgos con la que compartía viaje en su coche hasta mi ciudad de origen. Fue ella la que me contó el loco enamoramiento del inglés. El asedio a su piso. Las llamadas intempestivas reclamando su amor. Puedo imaginarme las horas angustiadas en la academia, la persecución encelada por cuartos y pasillos. Finalmente se pegó un tiro. Aún me acuerdo de él cuando paso por la finca que adquirió junto a la mítica fuente del valle en La Dehesa.
Así que una de esas noches en la cena de un bar abarrotado alzamos los ojos al televisor que presidía las mesas y entre el bullicio escuchamos la noticia. ¡Quieto todo el mundo!. Nos dimos cuenta de la gravedad del hecho, sí. Pero no pensamos que puediera cambiar nada especial en nuestras vidas. Yo seguiría dando clases en un colegio que me asustaba. El Inglés seguiría rumiando sus amores imposibles. El Coronel seguiría consumiéndose en una vida oscura y solitaria con un toque bohemio... ¿y El Cubano?... acaso él pensara que se acababa su paso por España y decidiera volver a su lejana Cuba. No lo sé. Poco después dejamos de verle.

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