Revista Coaching

262.- "Cualquiera puede sentir rabia, eso es fácil. Pero sentir rabia por la persona correcta, en el momento correcto y por un propósito noble, no es fácil."

Por Ignacionovo
Autor: Aristoteles. No os voy a engañar a estas alturas y llegando ya cerca de las 300 frases, ¿Verdad? Conscientemente no lo he hecho antes y tampoco pretendo empezar ahora.
Esto viene a cuento porque hoy no tenía ni remotamente pensado hablar de la rabia, pero hete aquí que me encuentro haciéndolo. Un olvido involuntario me hace improvisar y he pensado que reflexionar sobre un sentimiento al que somos capaces de entregarnos de manera tan absurda e irracional, podría ser oportuno… y además, todo hay que decirlo, tenía la frase perfecta.
De las tres acepciones que adjudica el diccionario al término rabia, nos quedaremos con la última. La primera corresponde a la enfermedad. La segunda a un mal que padecen los garbanzos y del cual sinceramente me enteré de su existencia ayer y la tercera si es la nuestra: ira, enojo, enfado grande.
Entiendo que a lo largo de vuestras vidas habréis experimentado las dos caras de ese furor insensato que es la rabia, capaz de dominarnos y cegarnos de tal manera, que apenas nos deja ver más que a través de los ojos de la cólera y la indignación.
Cuando sufrimos un ataque de rabia y arremetemos contra alguien con saña y el ánimo claro de hacerle daño, se dice que no somos nosotros en realidad, sino alguien ajeno y extraño a nuestra voluntad. Y sin embargo, sí que lo somos, aunque ese alguien explosivo y virulento que no reconocemos, esté oculto y silencioso la mayor parte del tiempo viviendo en reposo. Lo digo siempre: hay que conocerse.
Lo primero a tener claro y como decía Charlotte Bronte, es que la vida es muy corta para desperdiciarla en animosidades. Generalmente la rabia que sentimos y que expresamos, nos acaba avergonzando más a nosotros que a quien la dirigimos. Es paradójico pero cierto: algo que pretende causar daño a otros, termina por lastimarnos mucho más a nosotros.
La rabia no es más que la expresión externa del dolor, del miedo y de la frustración y es particularmente alevosa porque de hábito es injusta, desproporcionada, vehemente y perniciosa. No atiende a razones porque ella en sí no razona y es egoísta, increíblemente egoista, porque antepone el descanso propio al dolor ajeno.
¿Solución? La demora. El aplazamiento. La dilación. Ser paciente en un ataque de rabia equivale a escapar a años de tristeza (Proverbio chino) y mantener la boca cerrada y retirarse en un momento así, evitará que rompamos para siempre los puentes tendidos tal vez con años de esfuerzo.
Reflexión final: Y no se trata de tener o no tener razón. A la razón no le hace falta la rabia para tener razón. No sé si me explico…

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