Revista Opinión

3 de marzo en Vitoria

Publicado el 03 marzo 2017 por María Pilar @pilarmore
3 de marzo en Vitoria—¿Alguna vez pensaste que esto fuera tan brutal? —me dijo Mikel con la mano en las lumbares doloridas por los golpes de la porra policial.
—Esto... ¡Pero qué es esto! —le contesté enojada enfundada en mi pantalón de pata ancha y mi chaquetón de cuadros.
Ese día de invierno nos vimos a la deriva ante un destino incierto. En los alrededores de la universidad los "grises" se habían ensañado y habían cargado con contundencia. 

Más tarde, las fuerzas de orden público, parapetadas tras los escudos, se entregaban a fondo para disolver nuestra manifestación por la calle Francia en apoyo de la lucha obrera. El humo de los botes nos envolvía impidiéndonos respirar; el ruido de los disparos de los antidisturbios nos estallaban los tímpanos y el miedo nos alteraba el ritmo cardíaco. Las pelotas de goma, que caían por doquier, abatían a los que alcanzaban... Las toses y la irritación en los ojos hacían que buscásemos una salida y chocábamos con furgones policiales que cortaban las calles de escape. Por el otro lado: armas, porras y cascos venían en nuestra dirección. Las barricadas ardían, los adoquines de las calles volaban por los aires y las sirenas de refuerzo se oían por toda la ciudad. Gritos, ruidos, insultos y por fin…, el silencio.
Habían ganado. 

Nos expulsaron de la universidad y la precintaron hasta nueva orden.
Mi gesto de enfado cambió cuando vi el esfuerzo que hacía Mikel para seguirme.
—Podemos sentarnos en un banco del parque. —Y le cogí la mano.
Se separó.
Siempre me decía que le encantaban esos gestos míos tan espontáneos, esa facilidad para hacer natural lo que en aquella época no lo era y quería evitarlo en público. ¿No éramos simples amigos? Pues así nos tenían que ver los demás.
Días más tarde ocurrieron “los sucesos de Vitoria del 3 de marzo de 1976”. ¿Cómo fue posible la matanza de cinco trabajadores y más de 150 heridos de bala por disparos de la policía? —Un punto negro de la transición española que para nada ha quedado resuelto—.
La ciudad entera se paralizó, nos faltaba el aire para respirar y como a cámara lenta fuimos saliendo de entre los escombros de una hecatombe que nos había tragado. Tras la asistencia a los funerales de los obreros caídos, el pesimismo se adueñó de nosotros, pero el coraje y las ansias de libertad se agudizaron con el dolor.
©María Pilar

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