Revista Espiritualidad

389.- "Cuando alguien te haga daño: llora como un río, construye un puente y sigue adelante".

Por Ignacionovo
Autor Anónimo. Los mundos risueños de felicidad absoluta y estable, deberíamos dejarlos para los juegos de la imaginación y los cuentos infantiles con perdices al final. Ese es su lugar, ya que en la vida ninguna felicidad es indeleble y está asegurada. 
Tendremos risas y alegría, faltaría más, pero también sufriremos momentos muy amargos, al límite de nuestro dolor, para los que si queremos vivir razonablemente y no morir de pena a cada paso, deberemos establecer una fecha de cierre
Hay que procurar ser prácticos y ello implica liberarnos de cualquier evocación no estrictamente precisa para seguir adelante, por muy dolorosa que haya resultado la experiencia o por mucho daño que nos haya causado.
Es la pura lógica de la supervivencia: si somos victimas de una traición o somos receptores de un mal comportamiento por parte de alguien que no esperábamos; lo que redobla el dolor y la amargura es que al daño recibido, añadamos además el rencor o el recuerdo permanente del agravio. Hacerlo así es estar dispuesto a sufrir doblemente.
Pero para estos casos, ¿cuál es la solución? ¿olvido o perdón? Partiendo de la base de que el olvido completo no es tal, no nos engañemos, la única solución definitiva para un agravio doloroso se me antoja que es el perdón.
El perdón es una especie de liberación que nos hace romper las cadenas del resentimiento. Cuando el daño se manifiesta creemos que la otra persona nos ha causado el dolor adrede y nos cegamos negándonos a analizar ninguna otra circunstancia más. No damos oportunidad a ningún tipo de explicación por la otra parte y eludimos cualquier acercamiento o aclaración. Es lógico, nos sentimos enfadados y traicionados y creemos llevar toda la razón, pero las razones nunca son absolutas y podemos pensar, por ejemplo -que no lo hacemos-, que la otra persona no ha sido consciente del daño provocado o que no le ha quedado más remedio o que está profundamente arrepentida de su acción. 
Todos hemos hecho cosas que han provocado dolor a otros en algún momento de nuestras vidas. Puede haber sido por accidente o por descuido y no por malicia, pero es así porque somos humanos y por lo tanto falibles. Hacer memoria está bien y recordar cómo nos sentimos entonces y cómo necesitamos y quisimos que la otra parte nos entendiese y nos perdonara. Todos merecemos una segunda oportunidad.
Reflexión final: a menudo las personas se aferran a su dolor, a la ira, la decepción y estos sentimientos, acaban no sólo por hacernos daño a nosotros mismos, sino también a la gente inocente que nos rodea. Y no es justo. Las cicatrices siempre serán testigo de lo que sufrimos y estarán ahí para que lo recordemos, pero no olvidemos que una cicatriz debe ser lo que es: una herida cerrada.


Volver a la Portada de Logo Paperblog