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4 ideas para entender por qué no se han logrado disminuir los suicidios

Por Davidsaparicio @Psyciencia

¿Cómo existiendo tantas investigaciones sobre conducta suicida, en prevención, intervención –faltan en postvención–, las cifras de este fenómeno van en aumento? y tal como lo plantea la OMS (2014) cada año cerca de 800.000 personas se suicidan y detrás de cada suicidio consumado, existen por lo menos 20 intentos; y donde además los trastornos mentales, y neurológicos representan un 22% de la carga total de enfermedades en América Latina y el Caribe OPS (2014), esto en parte deja entrever la conducta suicida y el suicidio en si mismo, como un problema de salud pública que requiere intervenciones a nivel de política pública, no solo a través de una intervención de profesionales liberales en el consultorio.

A continuación, se mostrarán cuatro elementos preliminares para entender por qué no ha habido disminución en la conducta suicida desde salud pública, resaltando aquí la comprensión del suicidio no desde una perspectiva netamente existencial o un fenómeno puramente sociológico, sino multidimensional, que implica un gran sufrimiento no solo para quien lo piensa, lo intenta o lo hace, sino para su contexto e inclusive para la comunidad en general.

1. La poca participación de la psicología en escenarios de toma de decisión y de construcción de lineamientos para la prevención de la conducta suicida

Generalmente quienes acompañan el proceso de construcción de las políticas públicas lo hacen desde la psiquiatría y el rol de conocimiento científico para las políticas públicas de salud mental en general, es de carácter epidemiológico, identificando y resaltando factores de riesgo y de protección, tal como lo encontraba Ballesteros (2013) en su tesis doctoral, sobre el rol del conocimiento científico en las políticas de salud mental y donde dejaba entrever también la demanda de los profesionales entre ellos psicólogos, de lineamientos de carácter técnico desde las mismas construcciones de política pública. Esto, no quiere decir que por ley los psicólogos no ocupen gran parte de los cargos técnicos para ejecutar la política pública, sin embargo, si se no se reciben directrices técnicas claras frente a componentes centrales de intervenciones efectivas o si se tomara un camino alternativo la necesidad de hacer seguimiento y evaluar mi intervención, esto va a tener un impacto en la calidad y efectividad de la misma, que podría tener direcciones distintas.

Una cosa es lo que se investiga, se prueba, se muestra que ha sido efectivo en la reducción de la conducta suicida, – por ejemplo, DBT- y otra cosa es la base conceptual y teórica sobre la cual se diseñan las políticas públicas

Es decir, pareciera frente al rol del conocimiento en la construcción de políticas públicas, que una cosa es lo que se investiga, se prueba, se muestra que ha sido efectivo en la reducción de la conducta suicida, – por ejemplo, DBT- y otra cosa es la base conceptual y teórica sobre la cual se diseñan las políticas públicas, aquí ya se puede entender el título del artículo, que parte de la exigencia de una mayor participación de uno de los marineros (psicología) en la toma de decisiones. De ahí el llamado a una mayor aportación al respecto, no solo a nivel personal de cada uno de los psicólogos, sino precisamente desde la academia para generar mayores procesos de articulación con estos temas de relevancia social, donde se encuentren puntos de convergencia entre cómo potenciar elementos de carácter práctico que han sido efectivos en el abordaje individual y grupal para prevención de conducta suicida con elementos contextuales y estructurales como política de estado y el marco de constituciones garantistas de los Derechos Humanos, siendo el derecho a la salud uno de ellos.

2. La barrera actitudinal para acceder a los sistemas de salud

Cuando se estudian los resultados de encuestas en salud mental, se encuentra que muchas veces un porcentaje mínimo de personas que refieren un problema de salud mental, buscan ayuda, siendo “la barrera actitudinal, la autoestima, las creencias negativas frente al Sistema de salud y la baja necesidad percibida” (ENSM, 2015) las posibles explicaciones para no hacerlo.

Esto, nos sitúa en uno de los vacíos que se identifican y es que aunque en políticas públicas de salud mental, se incluyen ejes estratégicos relacionados con la cualificación de dispositivos comunitarios y mayor participación de ONG, no se han realizado investigaciones que permitan comprender el entramado de prácticas y reglas que se circunscriben en un territorio determinado frente al suicidio y que podrían permitir conocer de que está hecha esa barrera actitudinal, comprender el estigma circundante y entenderlo en su relación como parte de una conducta específica como buscar ayuda, siendo este un paso para la prevención del suicidio.

Falta investigación que vaya mas allá de los mitos frente a conducta suicida para comprender las diferentes prácticas y reglas y con ello que los planes de prevención impacten no solo en el nivel intelectual, sino en la actitud frente al mismo

Si no se analizan estos elementos, es muy probable que se encuentren resultados a partir de cambio de conocimiento frente a suicidio e identificación de factores de riesgo y protección, pero no de actitud frente a la posibilidad de realizarlo. En conclusión, falta investigación que vaya mas allá de los mitos frente a conducta suicida, a nivel social, para comprender las diferentes prácticas y reglas y con ello que los planes de prevención impacten no solo en el nivel intelectual, sino en la actitud frente al mismo, y lo que ahora es una barrera actitudinal para acceder a los servicios, se convierta en un puente de acceso para que personas con conducta suicida puedan acceder a un servicio de salud de calidad.

3. Falta de datos precisos para implementar programas de alto impacto

Las investigaciones donde se analiza la cualificación de actores sociales y agentes educativos como facilitadores para la prevención del suicidio, como parte del componente de programas multinivel, han encontrado resultados diversos y poco concluyentes.

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Por un lado, cuando se enfocan en los actores comunitarios, estudian principalmente las variables mediadoras de los mismos (competencia, actitud y destreza) pero no reportan el impacto sobre variables primarias cómo reducción de conducta suicida, cogniciones de las personas con conducta suicida. (Sáez-Santiago & Torres, 2016). Otras investigaciones, como las encontradas en la revisión realizada por Konstantinos, Fountoulakis, Gonda, Zoltán, Rihmer (2011), presentan efectividad en reducción de intentos de suicidio pero no de suicidios consumados y adicional a esto, se reporta disminución en búsqueda de ayuda de personas con depresión e ideación suicida, esto ya plantea un interrogante sobre posibles elementos que podrían interactuar para perpetuar el estigma de las personas con conducta suicida Goldney y Fisher, (2008); Ratnayake y Enlaces, (2009) citados por Sáez-Santiago & Torres, (2016). Por otro lado el Programa Europeo contra la depresión y prevención del suicidio, donde se realiza capacitación a médicos generales, campañas informativas frente a la depresión y conducta suicida, se diseñan mecanismos de transferencia y cooperación entre agentes comunitarios y por último actividades de autoayuda para los grupos de alto riesgo que brindan la atención, muestra en los resultados una disminución en el número de intentos de suicidio, aunque no hubo cambios en el número de muertes por suicidio (Hegerl et al 2009 citado por Bustamante & Florenzano 2013). Ya, en Finlandia con la implementación de un plan nacional de prevención, se demostró su efectividad reduciendo en un 40% la tasa de suicidio en 15 años (Lönnqvist J, 2009 citado por Bustamante & Florenzano 2013).

En resumen, frente a investigaciones con programas multinivel se necesitan conocer los procesos conductuales subyacentes a determinado fenómeno, en este caso conducta suicida tal como lo refería Arco & Fernández (2001) e investigaciones que permitan comprender los componentes necesarios para que los programas comunitarios generen impacto en la población con características de depresión y conducta suicida, identificando mecanismos de cambio y partiendo de los seguimientos a largo plazo.

4.  Desfase de lo que sabe y lo que se usa

La psicología cumple un papel en el proceso de acercamiento a la conducta suicidia y es que su naturaleza esta precisamente relacionada con el estudio del comportamiento – sé que no he dicho nada nuevo, pero lo tenía que decir-, ella a su vez trabaja por brindar modelos y explicaciones que permitan generar un impacto en la población, la clínica en algunos casos es mejor sacarla de los consultorios. Sin embargo, existen preguntas que siguen concomitando frente a la tendencia al aumento de esta conducta, la aplicabilidad de los principios en psicología que hacen efectivas la terapia en poblaciones de diferentes condiciones socio-económicas, el rol del psicólogo en la política pública orientadas a la prevención y el papel de la relación actores sociales-actores institucionales y comunidad como puente favorecedor de procesos de adherencia.

Hasta ahora, pareciera a la luz de los diferentes lineamientos que surgen de política pública, así como los resultados de las investigaciones en prevención de conducta suicida, que no se ha desarrollado una articulación clara, siendo muy común que sobre la marcha, en los diferentes hospitales y clínicas, dentro de modelos de atención, no se incluyan seguimientos que muestren cambios en los consultantes a partir de la interacción de factores, entre estos, las intervenciones desde psicología, donde no necesariamente hay una atención de calidad, y se reconoce que esta situación corresponde en muchos casos a las mismas condiciones que se imponen dentro del ejercicio particular de la psicología clínica en contextos sanitarios y aquí por experiencia personal y profesional se ha evidenciado tal como lo planteaba Echeburúa y Corral (2001) “existe un desfase entre lo que se sabe y lo que se usa” (p.4) citados por Arco & Castillo (2002); es preocupante que existiendo intervenciones que han demostrado efectividad para la prevención de conducta suicida en algunos niveles, estas no sean necesariamente las que se proveen y consumen en los centros comunitarios ni centros de salud, dentro del porcentaje mínimo de quienes consultan. Se reconoce la inversión amplia que debe realizarse para recibir entrenamientos específicos en terapias efectivas, y que muchas veces no se cuentan con estos recursos, pero desde las mismas organizaciones sociales de salud mental, en su ejercicio de exigibilidad de derechos podrían ponerlo sobre la mesa, en escenarios de interlocución y toma de decisiones.

Referencias bibliográficas

  • Arco Tirado, J., & Fernández Castillo, A. (2002). Porque los programas de prevención no previenen . International Journal of Clinical and Health Psychology, 2 (2), 209-226.
  • Ballesteros, P (2013) Rol del conocimiento científico en la política pública de Salud Mental en Colombia: Estudio de caso sobre el suicidio 1990-2010. Doctorado en Salud Pública. Universidad Nacional.
  • Bustamante V., F., & Florenzano U., R. (2013). Programas de prevención del suicidio adolescente en establecimientos escolares: una revisión de la literatura. Revista Chilena de Neuropsiquiatría, 51 (2), 126-136
  • González, J (2013). Contextos explicativos de los suicidios en Bogotá 1996 – 2005. Tesis para optar por el título de Doctor en Salud Pública. Universidad Nacional de Colombia.
  • Konstantinos, Fountoulakis, Gonda, Zoltán, Rihmer (2011) Suicide Prevention Programs Through Community Intervention. Journal of Affective Disorders 130(1-2):10-6.
  • Ministerio de Salud y Protección Social y Colciencias (2015) Encuesta Nacional de Salud Mental 2015, tomo I.
  • OMS (2014) Prevención de la conducta suicida. Un imperativo global. ISBN 978-92-75- 31850-8
  • Organización Panamericana de la Salud (2014) Promoción de la salud mental en las poblaciones indígenas. Experiencias de países. Washington, D.C.
  • Sáez – Santiago, E., & Torres Arroyo, J. (2016). Viabilidad de un programa de prevención de la depresión facilitada por maestras en puerto rico. Revista Puertorriqueña de Psicología, 27 (2), 368-380.

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