Revista Coaching

456.- "El Odio es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida."

Por Ignacionovo
456.- Autor: Charles Baudelaire. Odiar es fácil, basta querer. No hacerlo conlleva, sin embargo, esfuerzo, inteligencia, sensibilidad y un desarrollado grado de madurez capaz de interiorizar, que en esta película mental de malos y buenos que a veces nos montamos, nosotros no siempre somos los buenos y aquellos a quienes odiamos, los malos sin remedio.
Quien trata de vivir positivamente comprende pronto que el odio es un limitador de felicidad. Que es imposible sentirse feliz cuando guardamos aversión hacia alguien, mantenemos un malestar constante por lo que nos hicieron (aunque hayan pasado años) o estamos planificando el mal continuamente para resarcir la deuda.
Lo terrible del odio es que en él no hay posibles matices. El agravio recibido nos resulta incuestionable y cualquier opinión ajena que contradiga eso que pensamos, será rápidamente descartada, cuando no quemada en la hoguera y acometida con saña, extendiendo así el odio a todo aquel que no lo encuentre justificado: "¡Vete!, si no piensas como yo."
El odio desea destruir la fuente de la infelicidad. No transformarla en otra cosa, como por ejemplo el perdón y el olvido, sólo aniquilarla. Se desea el mal de quien consideramos nos ha causado mal y en vez de permitir que la vida haga su trabajo, creo que siempre lo hace, se pretende restablecer por parte de quien odia la justicia y el equilibrio y ajustar cuentas como modo de sentirse artificialmente mejor.
Heráclito definió el odio como el amor invertido. Y es cierto que en la vida constataremos en muchas ocasiones aquello tan manido de que odio y amor son vecinos, y que basta franquear una línea muy delgada, para que el uno se convierta en el otro y quizá el otro en el uno. ¿El amor fuente de odio o el odio fuente de amor? No sé, pero si sé que el amor combinado con odio es más poderoso que el amor... o que el odio.
De la película “Diez razones para odiarte”:
Te odio porque a todas horas pienso en ti y tú ni siquiera me recuerdas.
Te odio porque no puedo olvidarte y tú no demuestras amarme.
Te odio porque mi alma se ha quedado vacía de tanto amarte.
Te odio porque te miro y aún me sonrojo.
Te odio porque vive en mí un deseo que tú no sientes.
Te odio porque todo mi amor es sólo indiferencia para ti.
Te odio porque ni una lágrima te mereces y por ti las he llorado todas.
Te odio porque mi locura por ti se queda en amargura.
Te odio porque para mí fuiste todo y para ti yo no fui nada.
Te odio sobre todo porque, aunque lo desearía, ni odiarte un poco puedo
Reflexión final:  El odio proviene de la incapacidad absoluta de disculpar nada ni a nadie; porque como nosotros jamás hacemos nada que merezca perdón, ya que somos perfectos, ni se nos ocurre proponernos perdonar a los demás. Y se hipoteca el resto de la vida pensado en el dolor que nos causó algo o alguien que ya no está o que ya pasó. ¿Alguien lo entiende?
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