Revista Coaching

482.- "Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo"

Por Ignacionovo
Autor: Benjamin Franklin. Hay vidas cuyo fulgor destella por encima de las expectativas razonables que se tienen sobre ellas. Hay gente que logra sobreponerse a unas difíciles circunstancias vitales y trascender más allá de lo que podrían aventurar sus orígenes o su formación. En definitiva, hay personas extraordinarias que saben sacar un considerable provecho a sus capacidades y talentos, elevándose muy por encima del potencial que el mundo les adjudica de entrada. Este, bien podría ser el caso de Benjamín Franklin.
Político, científico e inventor estadounidense, Franklin fue el decimoquinto hermano, de un total de ¡diecisiete!. Cursó únicamente, estudios elementales y apenas hasta los diez años de edad. Con tales bazas su partida parecía perdida de antemano. Y, no nos engañemos, hubiera estado abocado a una vida sin especiales brillos, como en prácticamente el 100% de casos similares, a no ser por su desbordante genio.
De su actividad política destaca su participación activa en el proceso que conduciría finalmente a la independencia de las colonias británicas de América y su intervención en la redacción de la "Declaración de Independencia" (1776). Y de su actividad científica, cabe recordar el famoso experimento de la cometa, que le permitió demostrar que las nubes están cargadas de electricidad y que, por tanto, los rayos son esencialmente descargas de tipo eléctrico; descubrimiento precursor del pararrayos.
Otro de los rasgos singulares de la personalidad de Benjamín Franklin, era su obcecada búsqueda de la perfección del carácter. Para lo cual desarrolló un plan de virtudes, ideado cuando apenas contaba 20 años, y que practicó, en mayor o menor medida, durante toda su vida.
Entre las virtudes que Franklin se esmeraba en asimilar se encontraba, por ejemplo, la templanza: “No comas hasta el hastío y nunca bebas hasta la exaltación”, solía decir; el silencio: “Sólo habla lo que pueda beneficiar a otros o a ti mismo, evita las conversaciones insignificantes”; el orden: “Que todas tus cosas tengan su sitio, que todos tus asuntos tengan su momento.”; la determinación: “Resuélvete a realizar lo que deberías hacer, realiza sin fallas lo que resolviste.”; la diligencia: “No pierdas tiempo, ocúpate siempre en algo útil, corta todas las acciones innecesarias.”; la sinceridad: “No uses engaños que puedan lastimar, piensa inocente y justamente, y, si hablas, habla en concordancia.”; la justicia: “No lastimes a nadie con injurias u omitiendo entregar los beneficios que son tu deber.”; la moderación: “Evita los extremos; abstente de injurias por resentimiento tanto como creas que las merecen.”; la tranquilidad: “No te molestes por nimiedades o por accidentes comunes o inevitables.”...
Franklin, humano al fin y al cabo, no siguió estos preceptos de continuo, pero si confesaba que el tenerlos como guía le había hecho mejor persona.
Reflexión final: "No hay inversión más rentable que la del conocimiento". (Benjamin Franklin)


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