Revista Comunicación

7 neuromitos que intoxican la educación

Publicado el 05 octubre 2015 por Javier Díaz Sánchez @javierdisan

En las últimas décadas, el interés por el cerebro ha ido creciendo y con él algunos neuromitos se han propagado como la espuma. El sector educativo se ha hecho eco de algunos de estos neuromitos y a menudo se recurre a ellos para justificar determinados métodos de aprendizaje que son ineficaces o bien, no están suficientemente probados. Por esa razón insisto en una idea que ya compartía en el post que dediqué a la famosa pirámide del aprendizaje:

No debemos perder el tiempo en planteamientos que no están demostrados.

Uno de los neuromitos habituales que encontramos en la educación es el que se refiere a los estilos de aprendizaje, es decir, que cada niño aprende mejor cuando el método educativo se ajusta a su estilo preferido. La realidad es que desde un punto de vista neurocientífico no existen evidencias de que tales estilos existan. De hecho, el cerebro funciona como un todo, en el que todas partes se comunican entre sí y por tanto, no hay una zona puramente visual, auditiva, etc.

En un reciente artículo publicado por Howard-Jones en Nature Reviews Neuroscience el autor habla sobre éste y otros neuromitos. De hecho, cita una investigación en la que tanto él como otros investigadores analizaban la prevalencia de estos mitos entre el profesorado. He traducido la tabla porque no tiene desperdicio.

7 neuromitos que intoxican la educación

Cómo se puede observar, hay tres neuromitos que ganan por goleada. El de los estilos de aprendizaje es el campeón. Curiosamente, hay muchas investigaciones que aportan pruebas en contra de la creencia acerca de los estilos de aprendizaje (véase, por ejemplo Coffield et al, 2004; Kirschner y Van Merriënboer, 2013; Pashler et al, 2008).

El segundo mito es el que hace referencia a las diferencias en la dominancia de los hemisferios cerebrales (izquierdo o derecho) como explicación a las diferencias de aprendizaje de los estudiantes. En tercer lugar, encontramos la creencia de que sesiones cortas de ejercicios de coordinación pueden mejorar la integración de los hemisferios cerebrales.

En definitiva, éstas y otras creencias acerca del cerebro están en el terreno de juego de la educación y a menudo son utilizadas como base científica para defender determinados planteamientos educativos que aún no han demostrado ser mejores sino simplemente más novedosos.

Neuromitos al descubierto

Personalmente soy el primero en defender la necesidad de emprender reformas educativas para adecuar tanto contenidos como metodología a la realidad social. No obstante, con la misma rotundidad apelo a la prudencia y a no caer en un esnobismo absurdo. Si nos referimos a la educación, los experimentos mejor hacerlos con gaseosa. Por lo pronto nos iría mejor si empezásemos a desenmascarar algunos de los neuromitos que nos acechan en la actualidad. Para ello, cómo ya señalé en el post " Cómo refutar mitos ":

Refutar desinformación involucra tratar con procesos cognitivos complejos. Para transmitir conocimiento exitosamente, hace falta entender cómo las personas procesan información, como modifican su conocimiento previo y cómo sus cosmovisiones afectan su habilidad para pensar racionalmente. No sólo importa qué piensan las personas, sino también cómo lo hacen.

En justo reconocer que la investigación del cerebro aún está en pañales pero no es menos cierto que en los próximos años nos aportará datos interesantes que nos ayudarán a comprender mejor su funcionamiento. El área de aprendizaje es sin lugar a dudas uno de los campos que más puede beneficiarse de estos hallazgos pero quizá ese mismo interés por parte de profesores y educadores acerca de estos temas hace que, a veces, se saquen conclusiones prematuras. Un ejemplo de ello lo encontramos en la justificación que se hace de la gamificación, tema al que yo mismo he dedicado algún artículo. Desde hace tiempo sabemos que las experiencias gratificantes estimulan la producción de dopamina y generan a su vez sentimientos positivos. Esto nos puede hacer pensar que "si empleamos la gamificación como estrategia para proporcionar experiencias gratificantes al alumno, estaremos aumentando la secreción de dopamina, y por tanto, su engagement". Y he aquí la trampa. Sus efectos sobre la motivación del alumno es muy cortoplacista por lo que debemos ser precavidos con este tipo de afirmaciones tan "alegres" (conviene recordar que la motivación intrínseca sigue siendo el auténtico motor del aprendizaje).

En resumen, el sector educativo está ávido de reformas y de nuevos modelos pedagógicos y muchos profesionales defendemos la necesidad de realizar cambios. No obstante, a veces esta misma inquietud nos lleva a transitar por arenas movedizas. El riesgo de quedar atrapados incorporando falsas creencias a nuestra práctica docente es una realidad a la que debemos enfrentarnos. Por tanto, para desterrar estos neuromitos, al menos, deberíamos recurrir a la reflexión crítica y al rigor científico.

"Ninguna cantidad de creencia hace que algo sea un hecho". James Randi

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Psicólogo / Humanista digital / Emprendiendo en @gottraining. Me dedico al asesoramiento en procesos de transformación en organizaciones y formación para el desarrollo de competencias (soft skills). Defiendo la gestión del conocimiento como estrategia para generar resultados tangibles.


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