Revista Opinión

A la protesta ciudadana solo le quedan dos armas eficaces: el voto y el desprecio

Publicado el 27 abril 2015 por Franky
A la protesta ciudadana solo le quedan dos armas eficaces: el voto y el desprecio Algunos protestan suicidándose, otros se lanzan al monte y abrazan la violencia enloquecida, otros, en su desesperación, se clavan los testículos en el suelo o se queman a lo bonzo, pero la mayoría de los ciudadanos decentes optan por protestar sin violencia, por la resistencia cívica activa frente a la corrupción, al abuso de poder y al fracaso continuado de la clase política española, que ha decidido mantenerse en el poder a toda costa, detrás de los escudos y porras policiales, ayudados por periodistas sometidos y jueces politizados.

Cada día somos mas los ciudadanos resistentes, los que luchamos sin violencia contra la casta política española, una de las peor preparadas, menos democráticas y mas corruptas del mundo. Utilizar la violencia contra el Estado es lo que los políticos querrían para desacreditar y aplastar a los violentos que protestan.

El camino de la violencia abierta sería absurdo porque nadie puede igualar a los políticos en el terreno de la violencia contra las personas, en el que ellos tienen de su parte las armas, la policía, el ejército y la ley.

Casi todos los caminos conducen al fracaso y solo disponemos de dos armas eficaces para ese combate: el voto y el desprecio. Son las dos únicas armas ciudadanas que deben emplearse con inteligencia y eficacia para mejorar el mundo y regenerar la política. No son muchas, pero bien utilizadas pueden servir para demoler la partitocracia que malgobierna España.

¿Cómo utilizar esas dos armas con la máxima eficacia? Es muy sencillo: en primer lugar, nunca hay que votar a los partidos que se han manchado en las últimas décadas construyendo esta España sucia, injusta y empobrecida; en segundo lugar, hay que crear opinión y aprovechar cada ocasión para que los políticos sientan el aliento del desprecio y el rechazo de los ciudadanos demócratas y decentes.

Si se aceptan esos dos principios fundamentales de la resistencia, solo queda aplicarlos con intensidad y sin descanso.

Votar a cualquier partido de los que hoy gobiernan o han gobernado, ya sea en el gobierno central o en los distintos autonómicos, debe estar prohibido para cualquier demócrata español que aspire a crear una verdadera democracia en nuestro país. Todos estamos convencidos de que los mismos que han creado el problema no pueden ser la solución. Nuestros gobernantes lo demuestran cada día con su comportamiento, aunque intenten ocultar sus miserias detrás de las cámaras, los micrófonos y las plumas a sueldo: no renuncian a financiar sus partidos con los impuestos opresivos del ciudadano; no persiguen a los corruptos, no renunciar a nombrar jueces y magistrados, no instauran la democracia interna en sus partidos, no cuentan con el ciudadano, al que han expulsado del sistema y de todo proceso de toma de decisiones, ni siquiera tienen el mas mínimo interés en renunciar a sus inmerecidos privilegios, ni a reconstruir los valores que ellos han dinamitado.

Despreciar a los políticos que han construido esta España desgraciada, líder europeo y mundial de casi todas las lacras y vicios, desde el fracaso escolar al desempleo, sin olvidar el avance de la pobreza, el tráfico y consumo de drogas, el blanqueo de dinero, la prostitución, los desahucios, los suicidios y otras lacras, significa comportarse de manera que ellos sientan ese desprecio en sus vidas y actuaciones. Despreciarlos es afearles su conducta antidemocrática y anticiudadana, como haber bendecido la inmensa estafa de las participaciones preferentes y subordinadas o el sucio y delictivo saqueo de las cajas de ahorro, instituciones financieras populares y ejemplares que los políticos, ayudados por sindicalistas y por una prensa silenciosa y cómplice, han dinamitado. Despreciarlos significa manifestarse en las calles y plazas en contra de sus desmanes, pitarles y abuchearles en los actos públicos, no acudir a los sitios donde ellos estén, hacer fracasar los actos promovidos por los partidos y crear opinión en nuestras familias, círculos de amistades y centros de trabajo, en contra de las tropelías y abusos de los políticos. Despreciarlos es opinar en su contra en todos los foros y medios existentes e imaginables, enseñar a nuestros hijos lo que es la verdadera democracia y ser nosotros ejemplares para que seamos un contrapunto a su indecencia e injusticia. Hay que afearles que cobren impuestos injustos y confiscatorios, que nombren jueces y magistrados, que ocupen la sociedad civil y se inmiscuyan en todo, que se financien con dinero público, que en lugar de castigar a los ladrones y rufianes con carné los incluyan en las listas electorales para aforarlos y que sigan manteniendo gordo y grasiento ese Estado enorme e incosteable, cargado de políticos enchufados que nada aportan al bien común, cuyo único mérito es tener un carné de partido o ser familiares o amigos de políticos en ejercicio.

Todo eso tiene que desaparecer para dejar sitio a una nueva España decente y justa, un país nuevo que solo podrá ser construido por gente limpia que considere la política como un servicio y que esté dispuesta a sacrificarse por los demás y por el bien común. Los que son el problema no pueden ser también la solución.



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