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A lomos del dragón: Excalibur. Principio y fin del tiempo de los mitos para Ultramundo (edición integral)

Publicado el 28 abril 2011 por Esbilla

Versión original en Ultramundo

A lomos del dragón: Excalibur. Principio y fin del tiempo de los mitos para Ultramundo (edición integral)
Excalibur

Director: John Boorman

1981

EEUU

140 min.

Guión: Rospo Pallenberg y John Boorman según La muerte de Arturo de Thomas Mallory

Música: Trevor Jones

Fotografía: Alex Thompson

Montaje: John Merrit

Intérpretes: Nigel Terry Nicol Williamson,Helen Mirren, Nicholas Clay, Cheri Lunghi, Paul Geoffrey , Gabriel Byrn, Kaith Buckley, Patrick Stewart, Robert Addie, Katrine Boorman, Liam Neeson, Corin Reagrave, Ciarand Hinds

La razón de que Excalibur  mantenga semejante exhuberancia 30 años después de su estreno no tienen tanto que ver con su virtuosismo técnico, su apoteósica banda sonora o su desbordante diseño de producción, es decir con los valores materiales de lo que es una película de notable presupuesto empleado por una grupo de profesionales talentosos e inspirados, como por una razón más íntima, más relacionada con el peso de las decisiones en el enfoque, en el tono. La película de John Boorman conserva su deslumbrante vigencia en virtud de su misma naturaleza bárbara, de su voluntad por representar lo mitológico como algo totalmente sobrehumano, salvaje y

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puro, violento y sexual, alejado por completo, no ya de cualquier tentación vulgarmente desmitificadora (o peor, pseudohistoricista), sino de una dramaturgia mundana. Los personajes no se comportan solo como hombres inmersos en un drama de pasiones y aventuras, sino como arquetipos legendarios en un tiempo de dioses. Los actores no hablan, declaman (la mayoría desconocidos, elegidos para representar físicamente un arquetipo, provocando la identificación directa entre personaje e intérprete sin interferencia alguna. Todos a excepción de los dos magos que recaen e unos superlativos Nicol Williamson y Helen Mirren), los diálogos son artificiosos, retóricos y a la vez primitivos (nada o muy poco hay de shakesperiano aquí, otra fácil tentación regateada), remarcan los gestos, se mueven lentamente por encuadres  prerrafaelitas de belleza antigua e hipnótica. Una Edad Media soñada en una calentura romántica, un cuento pagano de sangre, traición, magia y carne. Musgo y metal, el aliento del dragón contra el Santo Grial en una batalla de símbolos que atraviesa el film como un río subterráneo haciendo evolucionar sutilmente la historia con su influencia. Por que esto es Excalibur en último término: una batalla entre la vieja religión y la nueva, un film que se desarrolla, parte en el consciente y parte en el subconsciente.

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Al igual que el Barry Lyndon de Stanley Kubrick nació del proyecto abortado de Napoleón, Excalibur emerge de la imposibilidad de adaptar El señor de los anillos, algo que Boorman intentó ya en 1969. Algo de aquel universo quedó prendido y emergió en una nueva dirección, ya tratada antes por el cine clásico pero solo parcialmente y de manera dulcificada. La base principal la compilación de Tomas Malory La muerte de Arturo (impresa por primera vez en 1485) pero sin desdeñar aportaciones del Perceval le galouis de Chrétien de Troyes (principalmente en los hechos alrededor de la búsqueda del Grial) u otras más puntuales y de apoyo dramático/narrativo de la novela de John Steinbeck Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros o la saga de T.H. White The Once and Future King y por supuesto en la multitud de fuentes primitivas del Ciclo Artúrico. Pero lo que John Boorman y su viejo colaborador, el guionista, Rospo Pallenberg realizan es un ejercicio de síntesis audaz que los lleva a refundir personajes y tramas o desdeñar otros/otras, todo ello sin, no solo traicionar el espíritu de la Saga, sino plasmarlo de una modo desbordante, tanto plástica como simbólicamente. Para ello el film se estructura a golpe de elipsis en torno a los pasajes más célebres de la leyenda y de acuerdo aun ciclo  -o un círculo,  símbolo mágico e irrompible que no en vano aparece representado mediante dos monumentos megalíticos donde tiene lugar las acciones decisivas de Merlín, ambas en “el sueño”, ambas convocando al Dragón: la concepción de Arturo mediante la transfiguración de su padre Uther y después la batalla definitiva contra su hijo Mordred. Momento este de enorme fuerza visual y presidido por un imposible sol rojo sangre perfectamente redondo (una valoración visual emparentada con el Kurosawa de Kaghemusa y Ran).

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Primero el nacimiento de Arturo, que incluye la muerte de su padre Uther y la aparición de Excalibur, la espada irrompible que une al Rey a la Tierra haciéndoles uno, cuyo poder emana directamente del Dragón (esto es, el mundo, los antiguos dioses paganos. Tal y como Merlín explica, un ser tan poderoso que si lo vieras entero quedarías de inmediato reducido a cenizas y que rodea toda la Tierra y es la Tierra misma y de donde los magos obtienen su poder. Poder por el cual tienen que pagar) y que será clavada en la piedra por el Rey justo antes de morir sin que nadie sea capaz de sacarla luego. Sin duda el capítulo más bárbaro, poseído por un frenesí lujurioso y vesánico, por pulsiones de muerte y sexo ingobernables (deja una de las imágenes más justamente célebres del film: Uther copulando frenéticamente con Igrayne, Ella desnuda, él con su armadura completa). El Rey será incapaz de dominarse y Merlín lo aprovechará para exigirle su primogénito, concebido mediante engaños por la acción de la magia. Boorman deja claro el tono de la película desde el principio. La violencia es brutal, la representación plástica aúna sincréticamente naturalismo y pictoricismo, los escenarios naturales se imponen y las figuras de los caballeros en sus descomunales armaduras en
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medio del bosque y el barro, con el verde centelleando irreal contra el metal, levantan un clima de fascinación onírico-legendario arrollador. Una primera narración fascinante, la más oscura y abiertamente pagana.

En oposición abierta el segundo tramo será luminoso y festivo, emocionante y renovador. Reencontramos a un joven Arturo ignorante de su origen dirigiéndose a una justa con su hermano y su padre adoptivo. El premio para los ganadores del torneo es el derecho de intentar sacar la espada de la piedra y con ella gobernar como Rey legítimo. Tras salir vencedor el bravo Leondegrance (Patrick Stewart) fracasará en el intento. Mientras espera una segunda ronda Arturo va a la recoger la espada de su hermano, él no participa al ser solo un escudero y no estar ordenado, pero un chiquillo la ha robado. Solo con la piedra extrae sin esfuerzo a Excalibur. Cuando los caballeros se dividan en sus lealtades preguntándose quien es aquel muchacho insolente Merlín parecerá: “Eres Arturo Pendragón, el Rey”.

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Merlín es matizado en este segmento (memorable su misma representación gráfica con ropa negra entre pájaro y buhonero y una casquete de plata ceñido), a través de su relación con el muchacho. Irónico, frívolo y mundano en apariencia, mago socrático dispuesto a salvaguardar la esperanza de pureza representada por Arturo pero no a manipularla. Es un guía mejor para un hombre mejor. Nuevamente la importancia de lo mágico resulta capital en la explicación de una cosmogonía privativa (el Dragón, el Rey y la Tierra como uno solo,…) que tendrá la mayor importancia más adelante en el relato. Del mismo modo asistimos a la fundación épica (por ejemplar) de Arturo y sus Caballeros mediante la primera aparición del Carmina Burana de Carl Orff durante la cabalgada que lleva al joven y sus fieles a defender el castillo asediado de Leondegrance, padre de Ginebra.
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Excalibur es una narración genuinamente épica y Arturo un héroe épico e absoluto, no en el sentido de espectacular o descomunal que este término a adquirido hoy, sino en su sentido prístino. Es ejemplar y ejemplarizante, es una aspiración ideal a la cual todos los oyentes (espectadores en este caso del relato) deberían aspira a parecerse. Puede flaquear o equivocarse, pero al final  triunfará por su valor superior y alcanzará la categoría de mito por medio de la muerte, único acto que da verdadero sentido y naturaleza a la leyenda. Así en este capítulo tenemos el primer y más bello gesto épico del film: enfrentado finalmente con el rebelde Uryens en el agua del foso que rodea el castillo Arturo, con la espada en el cuello de su enemigo le ruega

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rendición. Este se niega y dice que solo un caballero puede matar a otro. Arturo entonces se arrodilla y entrega Excalibur a su enemigo para que le arme. Todos contienen el aliento y Merlín se asombra ante el prodigio. Una combinación de planos alimenta la tensión, culminada en una bellísima composición frontal en ligero contrapicado que recoge la escena en conjunto. Uryens tembloroso lucha contra la fuerza mística de la espada frente a un Arturo sereno y por San Miguel y San Jorge lo ordena caballero allí mismo, hincándose luego de rodilla en el agua y reconociendo entre lágrimas a aquel joven, erguido ya con la espada, como su único y verdadero Rey.

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El tercer y cuarto aparecen unidos de forma inextricable a través de los personajes de Ginebra y Lanzarote, cumpliendo ambos la función de canalizar el esplendor y caída del Rey y del reino, del mito y la esperanza. Al demostrar la falibilidad de las emociones humanas. De igual manera esta evolución va engastada a la mayor notoriedad de la imaginería cristiana. La nueva religión única se impone sobre las creencias antiguas (sobre los mismos mitos fundacionales que representan los personajes y su entorno hasta el punto de implicar una lectura distinta de los mismo, de mucha mayor severidad moral) desde el mismo aparataje formal del film: las bodas de Arturo y Ginebra se celebran bajo un lienzo con la imagen de la faz de Cristo y en ellas Merlín vuelve a tomar contacto con Morgana, hermana aquí de Arturo, que pretende convertirse en su aprendiz con la secreta intención de arrebatarle el Conjuro de la Creación. Aún consciente de ello la aceptará. Esta aparición doble de los factores de destrucción de la leyenda no es gratuita nuevamente, si el dios único amenaza a la misma esencia de lo mágico (Merlín explica que su tiempo se acaba, que las voces antiguas se oyen cada vez más bajo), Morgana representa su perversión. Cabe notar que con gran sutileza Boorman identifica al personaje con la serpiente a través del sugerente diseño de su vestuario (tramas simulando escamas o la pile de plata que lucirá en la secuencia final, la de la convocación del aliento del Dragón antes de la batalla final).

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Esta dupla afrontada que se vehicula en base al triangulo clásico formado por Arturo-Ginebra-Lanzarote representa la derrota de la perfección frente a lo humano y da la idea de que pese a su incontables virtudes los personajes no son divinos. El caballero invencible, maldito por que ningún guerrero podrá derrotarle nunca en batalla (su muerte será producto de una herida autoinflingida durante una pesadilla de la cual despertará atravesado departe a parte por el costado por su propio arma) será presentado en un enfrentamiento con Arturo durante el cual esté pierde su temple y recurre al poder de Excalibur para poder vencer, con la consecuencia de que “romperá aquello que no se puede romper” al colocar un objeto místico al servicio de pulsiones privadas. Ante la desesperación de Merlín que ve como la esperanza desaparece nuevamente el sincero acto de contricción de Rey, su muestra de sabiduría propiciará la aparición de La dama del lago entregando la espada reconstituida. Hay que decir que ya desde el principio Boorman funde las dos vías dando coherencia a la decisión de que la espada en la piedra y la entregada por la ninfa sean la misma: Excalibur.

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Pacificado todo el país (nunca se habla de Inglaterra o Britania o nada similar solamente “the land”)  se da paso al esplendor de la ciudad de plata y oro, Camelot. Armaduras casi blancas, destellos purísimos frente al verde y el hierro de la barbarie primera. Son lo caballeros ejemplares y no los guerreros. Evidentemente la paz engendra aburrimiento y este tragedia y traición: Los viejos dioses cantan ya muy lejos y al nueva simbología coloniza el espacio: tras luchar in extremis por el honor de Ginebra contra Gawain, Lanzarote se retira al bosque a curar sus heridas. Al levantarse de la tabla dará la espalda a la cámara y al fondo la luz atraviesa un ventanuco con forma de cruz (cuando el caballero ideal reaparezca brevemente durante la búsqueda del Grial lo hará reconvertido en un enajenado predicador). La tragedia se precipita y Boorman monta en paralelo los dos fracasos de Arturo: en una escena pastoril Lanzarote y Ginebra se aman en el bosque. En lo profundo de la tierra Morgana seduce a Merlín. Fascina la doble imaginería: relamida para unos, aluciantoria para otros.
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Mientras duermen Arturo los descubre, levanta Excalibur y la clava en la tierra justo entre los dos amantes. Simultáneamente Merlín es atravesado por el arma mágica, el mago es uno con el Dragón/la tierra y Morgana aprovecha para robarle el conjuro dela Creación y para encerrarle en el ámbar del sueño. Lanzarote despierta y huye espantado al ver a Excalibur, “un Rey si espada, una tierra sin Rey”. Morgana usa el encantamiento que dio origen a Arturo y copula con él para engendrar un hijo invencible. Rápidamente se encadena un parto con iconografía de terror y la imagen de una cruz céltica iluminada frente a la que piden los caballeros. Nace el heredero impuro y un rayo cae sobre Arturo dejándolo mal herido. La iluminación es oscura y macilenta, lejos de la exhuberancia colorista y la luminosidad de lo precedente. Camelot está vacío (poco antes veíamos el bullicio de los interiores del castillo, atestado de prodigios y gentes) y gélido. El Rey se muere,la Tierra agoniza y es momento para una última aventura. Hay que buscar lo que se perdió, El Grial.
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La búsqueda del Grial es el fin de la aventura y a la vez el culmen del sentido de la caballería. Es una hazaña terminal, tétrica y mortuoria, Presidida nuevamente por el barro, la sordidez y la violencia. Bosques de hombres ahorcados, árboles parduzcos y agonía. Las imágenes de hedor a muerte se suceden: un caballo cruza el encuadre con el cadáver de Lot atado a la grupa, Perceval (que ocupa el puesto de Gallahad en esta busca de acuerdo a Chretien de Troyes)es perseguido por un Lanzarote enajenado que convertido en psicótico evangelizador arrastra al pueblo contra los caballeros, Uryens es clavado al suelo por Mordred al la orilla de un río y nuevamente Perceval se balancea del extremo de una cuerda, en trance de

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muerte y en plena agonía ve el Grial pero no puede cogerlo.

La elipsis son especialmente brutales en todo este tramo y los fundidos y encadenados prodigiosos (en un momento memorable Morgana unge al pequeño Mordred, la cámara gira entorno a ellos y sin solución de continuidad el niño ya es un muchacho), Mordred aparece de niño (una imagen de falso candor: el pequeño riendo risueño entre los cuerpos putrefactos de los caballeros), en su armadura de oro, guiando a Perceval a los dominios de su madre, que intentará corromperle y engañarle para que abandone su búsqueda de años. Pero no abandona, claro, en una narración ya plenamente onírica los delirios se mezclan con los fogonazos de violencia que hacen avanzar años la historia. Por segunda vez Perceval (su imagen, medio desnudo, barbudo y lleno de cicatrices tiene un aire inconfundiblemente crístico) llegará frente al Grial y contestará a las preguntas. La imagen de cáliz se confunde con la de un Arturo coronado y con brillante armadura: Perceval encuentra lo perdido: “el Rey y la Tierra son uno”

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Nuevamente Boorman aplica la lógica sincrética que preside el film y fusiona la materia católica con la leyenda pagana, El Rey Pescador, El Rey Herido, el Grial, el Caldero…todos bajo/en Arturo. En otra solución de suma elegancia Boorman enlaza a Perveval recogiendo el cáliz de ese lugar indeterminado en el cual lo encuentra (una enorme portalón  que es/no es Camelot) y avanzando con él en primer plano hacia un Arturo postrado, marchito. Bebe un sorbo y se recupera de inmediato: “No sabía lo vacío que estaba hasta que he estado lleno”.

Lo que queda es el crepúsculo de los mitos, y con el su esplendor, la muerte como solidificación imperecedera de la gloria. El Rey busca el perdón de Ginebra que ha guardado a Excalibur por años y reúne  alo que queda de los caballeros para enfrentar a Mordred. Vuelve Carmina Burana, las armaduras refulgentes (en contraste al barro y la herrumbre del capítulo precedente y a las oscuras y ensangrentadas del inicio del film) y ese verde imposible simbólicamente asociado a la presencia de la magia que ya había reaparecido en el final de la búsqueda del Grial. Todo fundido el la que quizás sea la escena más hermosa de la película, una perfecta conjunción cinemática de imagen sonido y significado: los hombres cabalgando  frente a una cámara

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encuadrada en plano fijo a través de una carrera de manzanos en flor (nuevo destello simbólico/premonitorio, en este caso de la muerte de Arturo y su marcha a Avalon, la isla de las manzanas de oro). La tierra florece de nuevo

Volviendo al detalle circular explicado al principio del artículo Merlín volverá Arturo en un sueño dentro de un círculo megalítico y un movimiento circular subraya su encantamiento sobre Morgana, a la cual obliga a usar al Dragón, cubriendo de niebla el campo para dar ventaja a los hombres del Rey y para provocar un desgaste de sus poderes que provoca su conversión de belleza serpentina a anciana desdentada. Al verla su propio hijo la asesinará. El clímax final es con justicia recordado, una fusión de plasticidad arrebatada, vehemencia salvaje y poesía culminada con un abrazo entre padre e hijo con intermediación del metal. A Mordred ningún arma hecha por el hombre podía dañarle. Pero Excalibur es el Dragón mismo. Un sol rojo sangre preside la acción, exponiendo el virtuosismo del trabajo de Alex Thompson y la extrema elaboración en todos los sentidos de John Boorman, para un film esculpido al detalle, tanto en lo formal, más de composición y encuadre que de movimiento, como en una sustancia repleta de ideas y significaciones poco obvias pero que funcionan casi de modo subliminal y donde el uso del color, los decorados o los diálogos revela más de una lectura superficial o directa. Un película de aventuras única, un canto legendario, denso pero nunca farragoso, inagotable y avasalladora, tremebundo y delirante, febril y telúrico. Principio y fin del tiempo de los mitos. Obra maestra.

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