Revista Cultura y Ocio

A propósito del bicentenario

Por Lparmino @lparmino

A propósito del bicentenario

Duelo a garrotazos, 1820 - 1823, de Francisco de Goya
Museo Nacional del Prado

Hace doscientos años se aprobaba en la ciudad andaluza de Cádiz una de las Constituciones más liberales y avanzadas de toda la Europa del XIX. Su modernidad fue tal que no hubo constitución en cualquier estado democrático de la Europa decimonónica que se atreviese a alcanzar las cotas de libertad propugnadas por aquella Carta Magna redactada al son de las bombas francesas y de las ansias de libertad de muchos españoles. De muchos que no de todos. España es un país contradictorio cuya entrada en la modernidad constituyó un largo proceso que se culminó en casi dos siglos y que tuvo sus comienzos en una guerra de liberación extraña y salvaje que supondría el final de una era y el comienzo desgarrado de otra.

A propósito del bicentenario

Constitución de Cádiz de 1812
Fotografía: Jaontiveros - Fuente

Hacía mucho tiempo que España había perdido su rumbo en el devenir europeo. Las antiguas glorias, las épocas en que el sol no se ponía en los territorios de su majestad católica, se perdían en los lejanos recuerdos de la historia. Y cuando los Austrias agotaron su sangre, los Borbones, los franceses destinados a regenerar las estructuras del país a golpes de despotismos e imposiciones de tijera y decreto, se encontraron con la cerrazón de un pueblo demasiado orgulloso para aceptar que su tiempo había acabado. El siglo XVIII español se caracterizó por la abulia de muchos de sus monarcas y por las frustraciones de otros tantos empeñados en luchar contra antiguos molinos cuyas estructuras se hundían profundamente en las secas y áridas tierras españolas. Ese siglo se agotó con el reinado del bonachón Carlos IV. Tanto que entregó su gobierno y sus asuntos de Estado a su valido Godoy mientras que permitía a los franceses jugar con la monarquía española como un alfil más en el entramado surgido del proceso revolucionario que nació en el París de 1789.En pocos años, España perdía a su rey y se veía invadida por un ejército extranjero que portaba, junto a cañones y mosquetones, extrañas ideas que hablaban de países sin reyes ni dioses, sometidos sólo a los juicios de la razón y del hombre nacido en condiciones de igualdad. La respuesta española fue, ante todo, contradictoria, pero muy propia del espíritu patrio. Por una parte, los más avanzados se recluían en Cádiz para trabajar en la redacción de la Constitución más liberal que vería la Europa del siglo XIX, una Constitución casi más revolucionaria que los propios sans culottes. Mientras en las sierras y en los campos de la España rural, multitud de campesinos, bandoleros y “busca – fortunas” formaban partidas que inauguraron un nuevo tipo de guerra basado en la generalización del horror. En nombre de un rey que no conocían, un tal Fernando VII que era aclamado como “el Deseado”, de un altar representado en el mundo terrenal por seres incultos y supersticiosos más malignos que benefactores, y por una patria que en esos momentos empezaba a dar sus primeros pasos, esos “guerrilleros” llevaron y abanderaron una guerra basada en el terror que los franceses, auspiciados por sus brillantes y elegantes uniformes, también hicieron suya.

A propósito del bicentenario

"¡Fiero monstruo!", Desastres de la guerra, n.º 81. (1810-15)Francisco de GoyaBiblioteca Nacional de España - Fuente

Se inauguraba el reinado del terror en la vieja península Ibérica. España iniciaba su particular y tortuoso valle de lágrimas. Durante más de un siglo, la historia política española se basó en la terrible y encarnizada guerra entre los descendientes de aquellos liberales que habían creado aquella Constitución gaditana que intentaba construirse en torno a la libertad, la igualdad y la fraternidad aprendida de los franceses, y los herederos de los que, desde el lado de la ignorancia feroz y el control de señoritos y curas interesados, luchaban por la España oscura y de rey, altar y patria, de espaldas a los nuevos tiempos que alumbraban la Europa de la modernidad. Ya decía Fernando Fernán Gómez, aquello de “En España no sólo funcional mal los que mandan, sino también los que obedecen”.
Luis Pérez Armiño

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog