Revista Filosofía

Aborto

Por Daniel Vicente Carrillo


Se confía al perpetuo mejoramiento de la raza humana, es decir, a un futuro vago e incierto, aquello que afecta a nuestra conciencia pero no a nuestra vida. Delegamos en la multitud informe lo que individualmente preferimos soslayar acogiéndonos a la prerrogativa del olvido. El vulgo reclama más educación para evitar lo que sin duda considera un mal, y de ahí que desee enmendarlo, aunque lo atribuya a la ignorancia y crea así eludir la responsabilidad, o aplazarla acaso, como si los ignorantes fuesen menos criminales que los doctos.
Nuestras normas no están a la altura de nuestros ideales, parecen decirnos. Y acto seguido añaden: mas lo estarán al debido tiempo, vencidos los obstáculos en la larga marcha hacia la virtud. Es ésta una promesa que no están en disposición de garantizar. No sólo eso: es una promesa en la que no creen. Rousseaunianos de pacotilla, no reparan siquiera en que la educación ha de ser coherente. Si se da una escapatoria legal a la inmoralidad, disminuyen los incentivos para obrar bien desde el comienzo y el arrepentimiento es autoabsolución. Pues, ¿cómo va a estar mal lo que yo quiero y la ley me permite? Y lo permite prácticamente sin límites, en la medida en que sus buenas intenciones son un pagaré sin plazo y sin fondos.
Así, no hay equilibrio de intereses cuando se tolera que el mismo ser al que se deja vivir si nace y al que debe prestarse auxilio desde ese instante, se le niegue tal derecho si su madre lo repudia mientras permanece en el útero. ¿No es esto admitir que todo depende de la voluntad de aquélla, y que no hay más obligación que el que la misma se autoimponga? Una ley que defienda la autarquía moral del individuo en determinada área y sólo procure por guardar las apariencias de un cierto orden moral externo, al tiempo que le ofrece toda clase de recursos y argucias para maximizar su función de placer, es una ley equívoca y una ley inútil. Una ley falsaria, que contiene en sí su propia violación. Una ley cobarde, que evita pronunciarse sobre los principios, que los contradice "de facto" y que ratifica a ciegas la costumbre por miedo a mirarse en el frío espejo de la lógica.
Ni siquiera hay que plantear el supuesto del aborto como un problema de compasión y ternura de los afectos. Es la justicia la que debe evaluarse, no la lástima. Es, en fin, el respeto a la vida humana como noción indisponible, y no la simpatía hacia determinado fenómeno antrópico, la que ha de determinar que una acción libre desde un punto de vista moral devenga ilícita desde el prisma jurídico. ¿No sabemos qué es el hombre? Entonces no sabemos qué es la vergüenza, esto es, la certeza de estar por debajo del Hombre, ni dónde detener nuestros actos. El obrar sólo puede tener un fin recto si el que obra se identifica con él, y lo hace hasta el punto de no reconocerse derecho alguno cuando de él se aparta. Lo contrario es orbitar en torno a fantasmas y evaporar la realidad mediante las palabras. La potestad del individuo es nula tras traicionar a la especie.


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