Acaba lo que, tal vez, nunca debió empezar

Lucia y Pedro han puesto fin a 11 años de unión. Me lo ha comentado hoy un amigo en común.
No me ha sorprendido.Era una de esas parejas que nunca entendías cómo se habían formado.
No es que sus caracteres fueran demasiado opuestos, que también, si no que nunca los veías felices, no había gestos ni de amor ni siquiera de cariño entre ellos.

Para ambos era el segundo matrimonio. Ambos aportaron dos hijos aunque sólo Miguel, el más pequeño de ellos, vivía bajo el mismo techo.
Cuando Miguel me hablaba de sus fines de semana en familia siempre lo hacía con una mezcla de resignación y tristeza.
Una tristeza que parecían no ver ellos o tal vez sí y por eso no le negaban ninguno de sus caprichos.

Atrás han quedado más amarguras que alegrías.
No habrá más comidas familiares con la única finalidad de simular felicidad.
Se acabaron las sonrisas de postín, los recelos tratados de esconder.
Ahora ya no será necesario que Pedro babee en susurros a toda falda que pase por delante ni que Lucia crea que la solución para sustentar su matrimonio es hacer la vida imposible a todas las jóvenes con las que ambos trabajan (siempre pensamos que el único motivo por el que seguían juntos era porque compartían negocio).

Miguel volverá a cambiar de casa. No parece molestarle.
Es complicado añorar lo que nunca se ha disfrutado.Si a él no le importa, no será a mi quien sí.
Es absurdo sentir lástima por algo en lo que no se cree. Eso sí, mérito tiene que hayan dado el paso, que haya podido más la cordura que las apariencias y el dinero. No todo el mundo se atreve. Al César lo que es del César, pero nada más.