Revista En Femenino

Adiós mi amor, adiós. Perder un hijo.

Por Almapau @princesas_os

Adiós mi amor, adiós.
Hace un año alguien desconocido me dio las gracias por escribir sobre el dolor.
El más inimaginable, ver morir un hijo.
Y me escribió algo :
El cuerpo llora por lo que ha perdido, el alma sonríe por lo que ha encontrado.
El resto de mis días serán para agradecer a mi hijo todo lo que me enseñó.
Detrás de la muerte de un hijo, hay un regalo, si logras superar el dolor.
Es muy duro pero real.
C.V.

Esas palabras nacen sobre el peor dolor.
La muerte de un hijo.
Una gran mierda.
Hace apenas un mes alguien a quien apenas conocía perdió a su hijo. Apenas dos años.
Una de esas cosas que habitualmente se superan, una pequeña enfermedad que de pronto trunca el futuro.
Aquel día no debió brillar el sol, ni ayer, ni hoy, ni mañana...
La oscuridad debería acompañarnos desde entonces, y la lluvia y el silencio.
No debería, y sin embargo brilla, sigue brillando mientras una madre, una familia llora su pérdida.
Un trayecto truncado, impensable, inimaginable.
Eso que parece imposible, seguir caminando, mirar hacia delante, despertarse de esa pesadilla, o tal vez no querer despertar nunca.
Aprender que el dolor no pasará, que caminará de nuestra mano apretando a veces la herida, otras dejando que cicatrice despacio, para levantarla de nuevo sin previo aviso.
Un alma rota, pero viva.
Fuerte, serena, siguiendo camino, el iniciado.
Dando gracias por haber tenido la fortuna de caminar, pese a todo.

Este es el relato de su pérdida, de su adiós y tal vez no sea la historia que quieres leer si has llegado hasta aquí, pero es vida.
La suya, su historia.
Contarla sana, leerla también.
Sana escupir el dolor, masticarlo entre palabras, condensarlo entre las lágrimas que brotan con el recuerdo.
Después de las lágrimas sólo queda serenidad.
El recuerdo, imprescindible, la felicidad de saberle vivo y sonriente bajo el sol. Vivo por siempre, como en una fotografía, perfecta, maravillosa.
El olvido impensable, rencoroso. No olvidar.
No olvidar su sonrisa, sus pasos, su voz, su ojos...
Vida. Dolorosa, pero vida.

Gracias Neus por crecernos.
Por abrazarnos de esperanza.
Por enseñarnos a creer, a amar a seguir caminando.
Gracias Neus, hasta siempre Leo.

Adiós mi amor, adiós. Perder un hijo.

Destrozada pero serena, agotada pero despierta.

Neus Hernandez
21 de septiembre de 2016
Este texto explica lo que pasó el pasado 16 de agosto.
Si tienes un día sensible, te recomiendo leerlo en otro momento.

La noche del martes 16 de agosto de 2016, estaba en casa de mis padres con ellos y con mi hijo.
Mi hijo Leo de 22 meses llevaba unos días enfermo de faringitis, con picos de fiebre y malestar. Llevábamos un par de malas noches, teniendo que dormir en el sofá sentada con él en mi pecho porque tumbado se sentía peor. Estábamos agotados. La noche anterior habíamos ido a urgencias porque la fiebre no le llegaba a bajar y esa misma mañana habíamos ido a la consulta de su pediatra de cabecera para que nos diera unas pautas para mejorar. Eran sobre las 21:00h y le dije a mi madre que estaba muy cansada y que me veía venir otra mala noche de tos y fiebre, así que le pregunté si podía escaparme un ratito a que me diera el aire y así despejarme para aguantar mejor la noche.
Salí de casa, me puse a caminar, fui a visitar a unos amigos. Y pocos minutos después de entrar en su casa, a las diez en punto, me llamó mi madre que el peque se quejaba mucho de la barriga y que fuera para allá porque preguntaba por mí.
Dejé los dos besos del saludo a la mitad para darles los dos besos de despedida a mis amigos y me fuí corriendo hacia casa de mis padres de nuevo. Al llegar Leo estaba en brazos de mi padre, recostado sobre su hombro. Medio dormido. Se quejaba de dolor, se retorcía y volvía a recostarse. Cuando se retorció me vio y quiso estar conmigo. Lo cogí y nos paseamos por la casa.
A simple vista me pareció un dolor de barriga normal, punzadas pero nada raro. Tomaba antibiótico y me habían dicho que quizá le afectaría al estómago, así que no lo vi como algo grave ni muy preocupante. Aún así, se retorcía mucho y decidimos llevarlo a urgencias para calmar su dolor punzante. Durante el trayecto a la Clínica empezó a ponerse pálido. Cuando el pediatra lo vio no le gustó su color y le hicieron pruebas para ver qué pasaba. Llegó a la conclusión de que lo que tenía mi hijo era una invaginación intestinal. Por lo visto nada que una cirugía menor no pudiera arreglar. Mientras hacíamos pruebas, ecografías y radiografías, yo le iba preguntando a mi hijo de casi dos años como estaba y él medio dormido me decía que estaba bien. Claro que él había aprendido la respuesta como algo automático, sin entender lo que decía. Incluso cantábamos juntos.
El aparentaba agotado, pero era algo lógico dadas las horas que eran. Al final se decidieron a operar, vino el cirujano de guardia y comentó que él también operaba en Son Espases, el hospital de sanidad pública, y que allí había una UCI pediátrica que le iría mejor a mi bombón para recuperarse en el post-operatorio.

Cuando ultimábamos los detalles para el traslado al otro hospital, Leo entro en parada cardiorespiratoria. Le empezaron a reanimar y me hicieron salir. Estuvimos una hora detrás de la puerta de cristal viendo como entraban y salían sanitarios del box donde estaba mi hijo. Bajaron todos los médicos que estaban de guardia en la Clínica y se volcaron en él. Pedí explicaciones y al final salió el pediatra a decirme que la vida de mi hijo corría peligro. Que estaban haciendo todo lo posible por él pero que su corazón ya estaba muy débil. Normalmente no hacen reanimaciones tan largas, pero al ser un bebé se esmeraban mucho más. Seguirían unos 15 min más pero que si no respondía, tendrían que dejarlo ir.
Yo levanté mi muñeca para no parar de mirar al reloj mientras vigilaba la puerta del box.

Más o menos al pasar ese ratito, me llamó el pediatra agitado para decirme que lo habían conseguido estabilizar. Lo trasladarían al Hospital de Son Espases y allí, si todo iba bien, lo llevarían a quirófano.
Pero no todo fue bien.
El tiempo transcurría extrañamente lento y rápido a la vez. Supongo que se me juntaba el agotamiento con la adrenalina y con las miles de cosas que se me pasaban por la cabeza. Al llegar al Hospital se habían hecho las 4 de la mañana. Al llegar Leo tuvo otra parada, y otra y otra... Avisé a su padre. Sobre las 7 nos dejaron (por fin!) entrar a verle. Estaba estable pero muy débil. Al cabo de menos de 5 min de estar en la UCI pediátrica con él, sufrió otra parada.
Nos hicieron salir, pero me negué. Muchas enfermeras se me acercaron para aconsejarme que saliera, alguna me dijo que a mis 24 años era muy joven para presenciar como reanimaban a mi hijo, otras me decían que no me tenía que quedar con ese recuerdo, que no era eso lo último que debía ver de mi hijo en vida. Pero me negué a obedecer. Había estado más de una hora esperando fuera durante la primera reanimación y no podía salir ahora. Pedí una silla para irme sentando a ratos.
Sobre las 9 la pediatra me explicó que ya era muy difícil que saliera de allí. Y que si salía, seguramente tendría numerosas secuelas neurológicas. Un rato después me explicó que le harían un electro craneal para ver su actividad cerebral. Por poquísimo que hubiera, seguirían luchando, pero que si su cerebro no mostraba actividad, significaba que por mucho que reanimaran su corazón, su cuerpo no volvería a funcionar solo.
En el electro salió que la actividad cerebral de mi pequeño era nula.
Nos pidieron autorización para no hacer nada si tenía otra parada cardíaca.
Se la concedimos con el corazón en un puño.

Yo estaba plenamente tranquila. Decidí internamente no ponerme nerviosa, despedirle desde el amor. Que se fuera tranquilo y en paz, no agitado.
Sorprendentemente para mí, se estaba muriendo mi hijo y fui capaz de poner el amor que sentía frente a la desesperación y la rabia.
Entramos en la sala, le cogí de la mano. Estaba frío. Le dí todos los besos en la frente que fui capaz de darle. Tenía un nudo en la garganta que casi no me dejaba respirar. Le dije que estaba muy orgullosa de él, de todo lo que había luchado esa noche y de todo lo que me había enseñado durante sus casi dos años vida. Una vida fugaz pero llena de amor. Y cuando acabé de hablar y de besarle, su corazón empezó a fallar de nuevo. Le agarré más fuerte la mano y le hice notar que estaba allí con él. Destrozada pero serena, agotada pero despierta.

Y su corazón dejó de latir. Así, sin más. Como una película que se acaba, como un reloj que acaba las pilas, como una lámpara que se desenchufa. Se apagó.

Adiós, mi amor. Adiós.

Fue una sensación que no sé si lograré explicar algún día.

Quered mucho a vuestros hijos, nietos, sobrinos, ahijados... Queredlos y demostrádselo. Para que no duden de ello.
Que las sonrisas de nuestros peques dominen el mundo .
Gracias por leerme.
Neus Hernández


Volver a la Portada de Logo Paperblog