Adrift y Moksha, un sonido demoledor en directo

30 ene 2013   VicFS
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El pasado sábado teníamos una cita con el post-rock y el stoner más cañero y acudimos raudos a la propuesta que hacían en Madrid Moksha y Adrift, recientemente reconocidos con el Mejor Disco Nacional 2012, por su ‘Black Heart Bleeds Black’, desde luego, uno de los mejores trabajos que ha engendrado el panorama rock nacional en los últimos años.

La noche empezaba, con un poco de retraso, en la céntrica sala Wurlitzer Ballroom, pequeño espacio del circuito madrileño de conciertos, pero con una acústica bastante buena y un tramo directo al escenario que al contrario que en otros emplazamientos de la capital, permite echarle un vistazo general al grupo y tener una visibilidad adecuada desde cualquier punto.

Entremezclados con el público del teatro vecino, una suerte de barbudos y gorras trucker levantadas, esperábamos a que se abriesen las puertas hasta que pasadas las once, nos metimos en faena con el combo catalán Moksha. Un rugido potente y atronador es lo que convierte esta banda en un referente nacional doom metalero, que ofrecieron un concierto rotundo y contundente, aunque ligeramente plano. Personalmente no me encajó su repertorio aunque no dudo que su último trabajo ‘Sang de Roure’ es un discazo. Aún así, me quedó mejor sabor de boca musical de su actuación sin que la puesta en escena llegara a transmitirme mucho.

La demolición constante de sus riffs es desde luego una de las mejores bazas en directo de esta banda, a la que por otro lado no le podría destacar nada especialmente novedoso musicalmente hablando.

Pero la noche tenía otro nombre propio, el de los madrileños Adrift que firmaron uno de sus conciertos a los que tienen acostumbrado a su público (y a nosotros, aunque hiciera tiempo que no ejercíamos) con una verdadera apisonadora sónica que es su música, post-metal y sludge crudo y directo a la mandíbula.

Suavizar el golpe sería imposible. Un puñetazo mastodóntico vapulea el escenario cuando estos chicos empiezan a hacer cabalgadas demoledoras y su sonido narcótico, confiere a su música un extraño efecto de contundencia y rotundidad. Demuestran una profesionalidad sobre el escenario envidiable, maestros de un virtuosismo brutal.

Desde la apertura, hasta el cierre de filas con el mítico “Ramses”, el impecable repertorio es un juego de opiáceos cortes que inculcan una densidad y profundidad musical inapelables, transmiten y fusionan el cerebro, a fuerza de machacarlo, con el resto del entorno. Adrift es la explosión nuclear y tu las moléculas esparcidas por el local. El choque con otras partículas subatómicas desintegradas te devuelve a la realidad. Otro tema, otra inmersión. Un puño enorme de piedra congelada te cae encima, te envuelve y te hunde 200 metros en el suelo. Después te lanza, todavía con tierra en la boca, hacia la superficie y la ascensión acaba donde termina la complejidad de sus sincopadas armonías. O sea, nunca.

La hipnosis es total, antes incluso de que acabe su primer tema “Berzocana’s bells” y para cuando Jorge rompió su primera cuerda, la entrega del público era absoluta, el efecto alcaloide ya estaba circulando por las venas. El mazazo instrumental se complementa a la perfección con esa batería que empasta a la perfección y cierra el bloque. El de la banda y el del cañonazo que es su potente directo.

“Y no hay otra?” Preguntaban algunos cuando la masa enfervorecida devolvía al cantante, que había sobrevolado el área minutos atrás, al escenario. No hay más, pero que jodidamente buenos son estos tíos.