Mohamed Larbi Messari, uno de los líderes del partido gubernamental marroquí Istiqlal, ha propuesto este fin de semana rodear Ceuta y Melilla de zonas francas para privarlas del contrabando que las sustenta, lo que será más práctico que cualquier acción como la de Perejil.
Rabat afirma que ambas ciudades sobreviven gracias las 64.000 carretillas humanas diarias, casi todas mujeres, que transportan mercancías por valor de 4.000-5.000 millones de euros anuales.
Afirma además que allí se lavan grandes cantidades de dinero del narcotráfico que podían quedarse en el propio Marruecos.
Si ese país supera su ineficacia y corrupción concediendo la administración de las zonas a francas a Francia –naturalmente--, Ceuta y Melilla languidecerán hasta morir porque, en realidad, los declinantes españoles poseen allí poco más que inmuebles y banderas nacionales: hasta el comercio es mayoritariamente extranjero, especialmente paquistaní.
Muchos peninsulares enviados para trabajar en ambas ciudades suelen jurarse no volver tras concluir su contrato: los obreros nativos son indisciplinados, y los españoles dicen que por qué trabajar si todo va a ser para Marruecos; ese es el espíritu de un mundo como en liquidación, solo abrillantado por los buenos salarios que reciben los peninsulares, generalmente servidores del Estado.
El 9 de diciembre de 1774, derrotado por España, el sultán Muley Mohamed Ben Abdala levantaba el cerco al que había sometido a Melilla.
Desde entonces las reclamaciones marroquíes son crecientes, como la hostilidad hacia España de los jóvenes de ese país residentes en las dos ciudades.
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