Revista Opinión

Alaska, el estado número cuarenta y nueve

Publicado el 28 febrero 2017 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

El 9 de abril de 1867 Estados Unidos compró Alaska al Imperio ruso. Lo que en un principio fue una transacción muy cuestionada y que, de hecho, estuvo a punto de no salir hacia delante pronto se convirtió en una gran fuente de riqueza mineral. A finales del siglo XIX, la fiebre del oro despejó el escepticismo sobre la adquisición del territorio e incentivó su desarrollo. Más de medio siglo después, ya como el estado número cuarenta y nueve de Estados Unidos, el oro negro se convirtió —con protestas ecologistas de por medio— en la gran baza de Alaska.

La incorporación de Alaska a los Estados Unidos no es más que el resultado de una transacción similar a la de otros territorios que en la actualidad forman parte del país. Su historia es la de un ambiente extremo para el ser humano que, con el paso del tiempo, demostró su riqueza y fue ganando en población y desarrollo hasta convertirse en un lugar tan exótico como valorado.

El 9 de abril de 1867 la remota región de Alaska, que por aquel entonces suponía un cuarto del territorio total de los Estados Unidos, fue adquirida en una operación de compra al Imperio ruso. No obstante, no fue hasta bien entrado el siglo XX, en 1959, cuando el presidente Dwight D. Eisenhower aprobó la constitución de Alaska como el estado número cuarenta y nueve del país. Desde entonces, los habitantes del estado han gozado de los mismos derechos y deberes que los de cualquier ciudadano estadounidense, con la diferencia de que sus condiciones de vida no tienen punto de comparación con las del resto de sus compatriotas.

La construcción de un país

Con más de nueve millones de kilómetros cuadrados y aproximadamente 325 millones de habitantes, Estados Unidos es el cuarto país del mundo en superficie y el tercero en términos de población. Que es la primera potencia del mundo es de sobra conocido, pero la peculiaridad del proceso de construcción del país se pierde entre compras, cesiones y conquistas.

En la actualidad, como república federal, Estados Unidos está compuesto por 50 estados, de los cuales 48 suelen conocerse como continentales —‘mainland’ en inglés— para diferenciarlos de Alaska, por su lejanía, y de Hawái, tanto por su ubicación como por su carácter insular. Trascendiendo los estados miembros, entre los dominios del país también encontramos otro tipo de territorios y posesiones, como Puerto Rico o Guantánamo.

Desde la independencia de las trece colonias británicas el 4 de julio de 1776, el país no dejó de crecer oficialmente hasta que Eisenhower aprobó la incorporación de Alaska y Hawái como los estados número 49 y 50, respectivamente. La construcción del país, principalmente a lo largo de los siglos XIX y XX, fue resultado de diversas formas de expansión territorial. Por un lado, gran parte del territorio fue adquirido mediante compras y cesiones de territorios británicos, franceses, españoles y mexicanos; entre otros ejemplos, encontramos los casos de las compras de Luisiana y Florida. Por otro lado, Estados Unidos adquirió algunos territorios mediante conquista frente a otras entidades políticas, como la República de Texas o los Estados Unidos Mexicanos.

Alaska se incorporó a Estados Unidos en 1867 como resultado de una transacción. Su encaje en el país siguió un proceso similar al del resto de los territorios adquiridos. El estatus jurídico de la región fue evolucionando a lo largo de casi un siglo, no sin contratiempos, hasta su constitución formal como estado de la unión estadounidense.

Alaska, el estado número cuarenta y nueve
Mapa de Alaska en 1867. Fuente: USGenWeb Archives

El paraje helado que se convirtió en estado

Alaska se ubica en las inmediaciones de la zona polar ártica, lo que la convierte en el estado más septentrional de Estados Unidos. Como resultado de ello, se encuentra aislada del resto del territorio nacional continental y hace frontera con Canadá al este y al sur, mientras que por el norte se asoma al océano Glacial Ártico y en el oeste se encuentra con el Pacífico y el mar de Bering, que ejerce de frontera natural con Asia.

El origen del asentamiento humano en la Alaska contemporánea se remonta al siglo XVIII, cuando las expediciones rusas por tierras siberianas terminaron cruzando el estrecho de Bering y establecieron las primeras colonias en territorio poblado por indígenas. El proceso de compra de Alaska por parte de Estados Unidos comenzó a mediados del siglo XIX, pero las conversaciones cayeron en saco roto ante el estallido de la guerra de Secesión (1861-1866). Tras la guerra civil, la idea fue retomada por William Henry Seward, secretario de Estado entre 1861 y 1869. Si bien Estados Unidos se encontraba en pleno proceso de expansión territorial, fue cuestionada la idoneidad de adquirir un “paraje helado” y aislado del resto del territorio continental que, además, no era comparable al resto de adquisiciones que el país venía haciendo desde hacía casi un siglo.

Para ampliar: “¿Por qué Rusia vendió Alaska a EE. UU.?”, Gueorgui Manáievrbth en La Nación, 2014

La extensión territorial que suponía Alaska —por entonces representaba un cuarto del territorio nacional total de Estados Unidos— era el principal aspecto positivo de la compra, pero los escépticos tardaron en dar su brazo a torcer. Es más, los esfuerzos de Seward hubieran sido en vano de no ser por el apoyo de Charles Sumner, senador por Massachusetts entre 1851 y 1874, que abanderó el proceso y finalmente consiguió la aprobación de la transacción el 9 de abril de 1867. Aun así, los escépticos retrasaron el proceso todo lo que estuvo en su mano hasta que, al cabo de un año, la Cámara de Representantes dio su visto bueno al acuerdo con el Imperio ruso por un valor de 7,2 millones de dólares.

Las dudas sobre la compra de Alaska comenzaron a despejarse en 1896 cuando, al amparo de la fiebre del oro de Klondike, miles de personas buscaron fortuna en Alaska. A largo plazo, los movimientos de población acarrearon reclamaciones de mejoras en las infraestructuras, comunicaciones y servicios del lugar.

Alaska, el estado número cuarenta y nueve
Campamento durante la fiebre del oro de Klondike. Fuente: Documentalium

La llegada de exploradores supuso un verdadero aliciente para el desarrollo económico de Alaska a principios del siglo XX. Comenzaron a construirse nuevos asentamientos de población y se trazó un gran mapa de minas de oro, con Fairbanks —hoy una de las principales ciudades del país— como una de las más famosas. Como resultado del rápido crecimiento de Alaska, la región obtuvo en 1912 el estatus jurídico de territorio de Estados Unidos, no sin antes resolver los límites fronterizos con Canadá. Dos años más tarde, Anchorage, la ciudad más poblada de Alaska, fue fundada como centro neurálgico de la construcción del ferrocarril.

La importancia geoestratégica del paraje quedó en evidencia durante la II Guerra Mundial. Las pretensiones japonesas en el océano Pacífico llegaron hasta las islas Aleutianas, que forman parte de la administración territorial de Alaska. En paralelo a la ocupación japonesa, comenzó a construirse la autopista Alcan —actualmente, autopista Alaska, principal acceso terrestre a la región junto a la autopista Marina—, que facilitaba el acceso ante cualquier tipo de emergencia.

La ocupación japonesa se convirtió en el preludio del aumento de la presencia militar estadounidense en Alaska. Tras la expulsión de los japoneses, Estados Unidos procuró que la situación no volviera a repetirse. Posteriormente, la toma de conciencia sobre la importancia de la región en términos geoestratégicos se consolidó durante los primeros años de la Guerra Fría. Si bien es cierto que los territorios soviéticos más próximos al estrecho de Bering eran también los más despoblados, Alaska no dejaba de ser una frontera directa con la Unión Soviética.

Para ampliar: “Cuando Japón invadió Alaska: la Batalla Olvidada de la Segunda Guerra Mundial”, Héctor G. Barnés en El Confidencial, 2016

La respuesta de las autoridades estadounidenses a la puesta en valor de la región tuvo una doble vertiente de carácter político-militar. Por un lado, se reforzó la defensa militar de Alaska y, por otro, se dieron los primeros pasos para asimilar el estatus político del territorio al del resto del país. En 1946 Alaska obtuvo la categoría de estado y en 1955 adoptó una Constitución. Cuatro años más tarde, en enero de 1959, el presidente Eisenhower aprobó la incorporación del territorio como estado de los Estados Unidos de América.

Más de medio siglo como estado

La elevación del estatus territorial de Alaska a la categoría de estado puso en igualdad de condiciones a los habitantes del lugar en relación al resto de sus compatriotas. Sin embargo, al ubicarse en el límite de la zona polar ártica, la forma de vida de los alasqueños es totalmente diferente a la de los habitantes del resto del país.

Los factores que condicionan la vida en Alaska son, en esencia, la orografía y la temperatura. Por un lado, el paisaje está formado por un entramado de altas cadenas montañosas repletas de glaciares, violentos fiordos y densos bosques. Los mayores exponentes del paisaje alasqueño son los parques nacionales de Denali —donde se encuentra el monte McKinley, pico más alto del país—, Kenai Fjords, Klondike y Sitla. Como elementos característicos, estos parques presentan gran variedad de fauna y flora autóctonas, ya sea de zonas de interior o marinas, así como los vestigios históricos de la región, que se remontan tanto a los pobladores indígenas como a los colonos rusos y, posteriormente, a los primeros aventureros que llegaron a Alaska en busca de oro.

Para ampliar: “Sumérgete en la naturaleza salvaje de Alaska”, María Rueda Cruz en El Economista, 2015

La otra cara de esta onírica panorámica es que, como resultado de su ubicación en pleno cinturón de fuego del Pacífico, existe gran actividad sísmica y volcánica. Si bien los movimientos suelen ser de baja intensidad, queda en el recuerdo el terremoto del Viernes Santo de 1964, en el que hubo 139 víctimas.

Por otro lado, a pesar de la creencia general y del tópico mediante el cual solemos referirnos a Alaska como un “territorio helado”, no toda la región se encuentra en ese estado, y menos aún durante todo el año, puesto que en verano la temperatura media ronda entre los diez y los veinte grados Celsius. En este sentido, Alaska presenta grandes contrastes en función del emplazamiento en el que nos encontremos al converger varios tipos de clima. Así, si bien el invierno es largo en todo el territorio, las temperaturas no suelen ser muy extremas en términos generales, excepto en la zona interior, donde se producen grandes altibajos.

En lo que a la sociedad alasqueña se refiere, el territorio cuenta con una población de más de 700.000 personas, con Anchorage como la ciudad más poblada con cerca de 250.000 habitantes. Fairbanks es la segunda ciudad del territorio en número de población —34.000 personas— y Juneau, la capital del estado, la tercera —casi 30.000 habitantes—. Cabe destacar la persistencia en el tiempo de población nativa, que en la actualidad comprende alrededor del 15% del total. Por otro lado, los últimos vestigios de la presencia rusa en Alaska se reducen, además de a algunos edificios antiguos, a la fuerte presencia de la Iglesia ortodoxa, sostenida por descendientes de origen ruso.

Alaska, el estado número cuarenta y nueve
Vista de Anchorage. Fuente: Cloudinary

En el ámbito económico, el tejido productivo de Alaska comenzó su desarrollo con la minería a finales del siglo XIX, primero en busca de oro y posteriormente, desde los años sesenta del siglo pasado, mediante yacimientos petrolíferos, conectados con el resto del país mediante oleoductos. La industria ligera es otra de las principales fuentes de ingresos. En tercera posición, y cada vez más consolidado, el turismo se ha hecho un hueco en el mercado debido a la tendencia cada vez más común en el mundo occidental de considerar Alaska como un destino exótico que vale la pena visitar.

Una mirada al pasado y una apuesta de futuro

Es indudable que la compra fue, en primera instancia, arriesgada. La única garantía que tenía el Gobierno de Estados Unidos en 1867 era la obtención de una vasta región con la que incrementar la superficie territorial del país. Con el paso de los años, la adquisición fue ganando mayor aceptación, primero con el descubrimiento de oro y luego con los yacimientos de petróleo.

El crecimiento y desarrollo que experimentó Alaska al amparo de la explotación de sus recursos naturales es incuestionable, al igual que la atracción de sus paisajes. La conjunción equilibrada de las dos mayores riquezas de la región es el principal reto al que debe enfrentarse el cuadragésimo noveno estado, pues, como paraje eminentemente polar, las consecuencias del cambio climático y el efecto invernadero, así como la sobreexplotación de los recursos, pueden causar verdaderos estragos.

Según exploraciones realizadas recientemente, los recursos petrolíferos del territorio son más abundantes de lo que se pensaba. Esta noticia ha sido recibida con una calurosa bienvenida por las principales compañías extractoras y, por extensión, por gran parte de la población alasqueña que depende del sector. No obstante, el previsible aumento de las explotaciones supone un verdadero peligro para un ecosistema que ya ha experimentado problemas medioambientales derivados de la extracción de crudo en otras ocasiones. El ejemplo más evidente es el vertido que se produjo en 1989 cuando el Exxon Valdez encalló en el golfo de Alaska.

Para ampliar: “La madrugada del vertido”, Eduardo Suárez en El Mundo, 2014

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Los estragos del vertido del Exxon Valdez sobre la costa de Alaska. Fuente: The Christian Science Monitor

De un modo u otro, la riqueza de Alaska trasciende el beneficio económico que puedan generar sus minerales más preciados. Su valor ecológico y medioambiental, materializado en paisajes idílicos, es la principal carta de un desarrollo más sostenible a largo plazo. Tan solo el tiempo dirá qué modelo se impone en función de las prioridades tanto de su población como del Gobierno de Estados Unidos.


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