Revista Cultura y Ocio

Alejandra Pizarnik: el sabor de la nostalgia

Publicado el 03 junio 2011 por Santiagobull
Alejandra Pizarnik: el sabor de la nostalgiaUno de los mayores logros de la poesía (y de la buena literatura, que es otra forma de poesía) creo yo que es la de poder convertir la tristeza, el horror y aún la más aguda náusea existencial en algo con lo que podemos deleitarnos desde lo más íntimo de nuestra médula hasta cada uno de los poros de nuestra piel. ¿Quién podría imaginar es posible cosechar placer de una pesadilla? Pues ahí están Byron, Baudelaire, Rimbaud y el Inferno de Dante para demostrarlo. ¿Cómo puede la ausencia hacernos sentir un grato y a la vez incómodo cosquilleo en el estómago? Lean a Mallarmé, a Nerval o a Borges y, si no comprender, al menos sí que podrán sentirlo.También, la ausencia de sí mismo, el leve pero desgarrador distanciamiento de sí, el lento hundirse en el polvo de la muerte y la nada. La nostalgia de la vida y de sí mismo, si quieren, y olé por Cernuda. De entre los peruanos, se me vienen ahora a la mente el maestro Eielson ("¿Seré yo, arenas giratorias, libres astros, / firmamento hundido, el que se inclina / y besa su rostro puro entre velos y serpeintes?") y Blanca Varela ("El corazón se deshoja"). Y pienso, también, en otro nombre, el de la argentina Alejandra Pizarnik. Sus poemas, creo yo, son para ser leídos como un grito que te susurran al oído. Y no gritos de guerra, ojo, sino de profundo pero resignado dolor, que es el que puede sentir uno cuando trata de saldar cuentas con un espejo, y que llega a nosotros a través de palabras que se tejen en versos, algunos de los más hermosos (y crudos, también) que se han escrito de este y de todos los lados del mundo. Yo la descubrí la primera vez que fui a Argentina, allá por el año 2007, en una calurosa noche de principios de otoño o fines de verano. Desde entonces, se ha convertido en uno de esos tragos poéticos que son tan necesarios para que la existencia que trato de remolcar hasta el fin de mis días no pierda su forma y se me vaya cayendo a trozos por el camino. De más está decir que es, para mí, un verdadero gusto poder compartir un poco de él con ustedes, así como añadir que ya tengo la copa en alto, esperando a que caiga el primero que brinde conmigo. Entretanto, ha caído la noche. La vida, esa lenta forma de morir, continúa. 
ExilioEsta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas
aunque fuere con sonrisas?
Siniestro delirio amar una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ámgeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza. 

En la foto, claro está, la guapa Pizarnik.

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