Revista Opinión

Alerta, gatitos

Publicado el 05 agosto 2013 por Fragmentario

La tarde del viernes pasado descubrí que Emma, mi gatita de seis meses, tenía pulgas. La llevé corriendo a la casa de mascotas más cercana y pregunté qué podía hacer al respecto. Me ofrecieron una pipeta que estaba indicada para su peso y se la aplicamos en la nuca, donde no podía lamerse. Regresé a casa, seguro de haber solucionado el problema, pero el verdadero drama apenas estaba por comenzar.

A eso de las ocho, Emma empezó a sacar la lengua intermitentemente y a hipersalivar, al tiempo que abría y cerraba los ojos velozmente. Algo estaba muy mal. Entré a Google pensando que podía ser un sucedáneo del despulgue y me econtré con esto. Apenas terminé de leer, Emma comenzó a convulsionar y a despedir espuma por la boca.

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(Para resumir, las permetrinas son insecticidas que actúan usando un neurotóxico que obliga a las pulgas a desprenderse. Están en la mayoría de las pipetas y no tienen efectos adversos en los perros, que los metabolizan con naturalidad. Los gatos, en cambio, resultan tener hígados de papel y se intoxican gravemente incluso por el contacto con cantidades pequeñas. Y si usted está pensando que este tipo de cosas sólo pueden ocurrir en Ruanda o Argentina, sepa que las permetrinas son la primera causa de intoxicación y muerte de gatos en EEUU, Reino Unido y Australia, donde la tasa de mortalidad en estos eventos va del 11% al 37%). Más claro: NINGUNA PIPETA CON PERMETRINAS ES APTA PARA GATOS, NO LES PONGAN JAMÁS UNA PIPETA ANTIPULGAS SIN LEER PRIMERO CUÁLES SON SUS COMPONENTES.

Cuando el veterinario llegó a casa, Emma ya tenía su tercera convulsión. El tratamiento en intoxicaciones graves es muy agresivo: se inyecta un cóctel que es una mezcla de anestesia general, sedantes y antitóxico hepático. Es vital, me explicó el doctor, actuar rápido para evitar que las convulsiones sigan y tengan efectos permanentes o mortales sobre el sistema nervioso central.

Aún sedada, Emma seguía temblando incontrolablemente. Dormí con ella sobre mi pecho, despertando a cada rato a ver cómo seguía. A las cinco de la mañana sentí que el temblor aumentaba, así que le di otro sedante. Cuando exhaló, sentí que la estaba despidiendo y me resigné a que era el final. A la mañana siguiente seguía viva, pero debilitadísima y con temblores constantes. A las tres de la tarde, para mi sorpresa, saltó de la cama, buscó su plato y comió y bebió. Para las siete ya estaba jugando, como siempre, con una de sus pelotas en el suelo.

Hoy ya es lunes y Emma está completamente recuperada. Lo menos que puedo hacer como agradecimiento a la gente que se preocupó por ella es advertir al resto de los riesgos de este tipo de productos. Corramos la voz, rompamos el cerco, evitemos que estas historias se sigan repitiendo.


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