Revista Cultura y Ocio

Alféizar

Por Humbertodib
AlféizarLeticia está cómodamente arrellanada en el sofá de su apartamento, con mucho esmero y un pedazo de algodón embebido en acetona trata de quitarse hasta el último resto de esmalte de sus uñas, ese que siempre queda atrapado debajo de las cutículas. Recién acaba de pintarse, pero no hay caso, el Burgundy Kiss de Maybelline le parece un color espantoso, gótico, no entiende cómo pudo habérsele ocurrido elegir ese tono tan demodé. Mientras reflexiona sobre estas naderías, de fondo escucha la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvořák, no es que a ella le guste la música clásica, al contrario, pero el día anterior, Andrea -una compañera de trabajo- le dijo que a ella le encantaba, entonces Leticia quiso copiarle esta afición para ver si podía mostrarse tan inteligente como la otra, de acuerdo con lo que comentan por los pasillos todos los demás empleados de la empresa, incluso el mismísimo señor González, Jefe de Sector. Pasan los minutos y… ay, esos violines, esas flautitas, la música de Dvořák la aburre mortalmente, por eso enciende el televisor sin quitar la música del equipo de audio, entonces los dos sonidos se entreveran de manera inarmónica, así que decide hacer zapping hasta dar con una escena más silenciosa, cambia cinco, nueve, dieciséis veces de canal y por fin la encuentra en Film&Arts. Allí, en una vieja película en blanco y negro, hay un niño sentado a la mesa de una cocina tomando la leche y mirando los dibujos animados que están en color. La incoherencia la sorprende. Vaya, un truco cinematográfico de un director posmodernista, piensa Leticia, pero ese desajuste de imágenes la angustia y hace que se ponga de pie en el mismo momento en que lo hace el niño de la película para dirigirse al televisor -el de él- y girar el tosco botón para cambiar de canal, entonces en la pantalla dentro de la pantalla aparece una orquesta en la Konzerthaus de Berlín, está tocando la Sinfonía del Nuevo Mundode Dvořák, ahora las dos melodías se ajustan a la perfección, nota con nota, y Leticia siente que la asalta un pánico incontrolable, porque, a todas luces, lo que sucede no es normal. Cree que tiene que hacer algo urgente para mantener la calma. Mejor voy a pintarme las uñas, dónde habré dejado mi esmalte preferido, se pregunta en voz alta; Ah, sí, allí, sobre el alféizar, se responde, entonces todo se precipita rauda y definitivamente en un abismo incógnito y aterrador, pues se da cuenta de que nadie jamás en la puta vida diría alféizar en una frase cotidiana, como nadie diría arrellanada, ni embebido, ni naderías, ni entreveran, en un segundo percibe que su realidad se ha vuelto más inestable de lo que podía suponer, teme que ella misma no sea otra cosa que el pelele de algún escritor afectado, de esos que creen que para tener buen estilo hay que narrar con términos tan rebuscados como extravagantes. Desesperada, Leticia se arroja sobre el control remoto y -en un movimiento que a ella le parece límite- consigue apagar el televisor. La música, entonces, vuelve a ser una sola y ahora sus uñas están pintadas de color Urban Turquoise, un tono del todo innovador.
Dedicado a Carlos de la Parra.

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