Alfred Bosch, mejor que Mas.

Un acuerdo propuesto por ERC pasa por crear un fondo de contingencia con 16.000 millones de euros para «cubrir la transición que supondrá la independencia». «Se lo digo de buen rollo, queremos un acuerdo negociado, pactado, bilateral, amistoso, sin traumas para nadie», añadió antes de asegurar además –también de buen rollo– que el Gobierno «sabe lo que es infringir la ley y le ponen guasa». Y dijo más: «Son ustedes como Napoléon, han venido a este mundo a defender la ley y no a cumplirla».

La quimera independentista del Sr. Bosch tiene mucho de progresismo, por eso de que antes pide dieciséis mil millones de euros, que se dice pronto, antes de mandar a su benefactor a tomar por el saco, por no escribir otra cosa. Se olvida D. Alfredo de que el principal cliente de Cataluña es España y de que el tejido industrial de su comunidad autónoma, fue financiado por todos los españoles a través de sus impuestos. Tampoco tiene en consideración la deserción de empresas que buscan tener las menores complicaciones posibles, y buscan asentarse por pagos políticamente menos beligerantes, algo que tampoco tiene nada de extraño, porque el dinero no tiene color ni filiación política.

Mientras estos politicastros campen a sus anchas gastando alegremente el dinero de los demás, con ideas peregrinas de independencia, reescribiendo una historia que parecen ignorar, Cataluña, una región próspera, un referente para el resto de España, se irá ahogando en su propia endogamia, en la soledad de la inmersión lingüística y en la incompetencia manifiesta de sus propios dirigentes. Los platos rotos, como siempre, los pagará el pueblo, tan cuajado de charnegos a quienes desprecian, en una especie de ejercicio ario, que tiene bien poco que ver con la libertad y la democracia.