Revista Infancia

Alguien explíqueme, por favor

Por Pingüicas

6 cosas que nomás no entiendo…

La primera: ¿Por qué mis hijos piensan que yo sé dónde está todo lo que no encuentran?

Todo el día escucho: “Mamá, ¿dónde está el cepillo de mi Rosita Fresita?”. Ya sabes, el cepillito tamaño almendra que se pierde cada vez que juega y que literalmente puede estar en cualquier lugar de la casa.

O bien, “Mamá, ¿dónde está el tazo de Angry Birds que me salió en las papas de la tiendita de la escuela?”. Como yo vi uno junto al control remoto de la televisión, le sugiero que busque por ahí. Y luego, hasta salgo regañada porque me equivoqué de tazo.

O sea, qué lindos que creen que yo lo sé todo… pero todo tiene un límite. Que aprendan a buscar.

La segunda: ¿por qué nunca se quieren meter a bañar… y luego nunca se quieren salir?

Todos los días es el mismo pleito. Les digo que se metan a bañar y comienzan con el pero-ya-me-bañé-ayer, pero-no-me-quiero-bañar, ahorita-que-acabe-este-programa, pero-mamá-es-que-estoy-jugando,  etc…

Total, siempre se meten a regañadientes.

Pero eso sí, si les digo que ya se tienen que salir de la regadera, comienzan con el otro-ratito-más-por-favor, que-se-salga-Luca-primero, pero-es-que-me-acabo-de-meter, pero-es-que-estoy-jugando, etc…

¿Quién los entiende?

La tercera: ¿por qué siempre se ponen los zapatos al revés?

Pablo ya por fin aprendió, pero Pía y Luca lo hacen todos los días… yo se los acomodo debajo del escalón, así como van: el derecho a la derecha y el izquierdo a la izquierda. Se sientan y se los ponen… al revés.

¡¿Por qué?! Si tienen un 50% de posibilidad de ponérselos bien, ¿por qué siempre cae dentro del 50% de posibilidades de ponérselos mal? Los pobres no pueden ni caminar y todavía preguntan: “¿así van?”

La cuarta: ¿Por qué cuando recogen, siempre dejan una cosa fuera?

Estoy segura de que esto lo heredaron de su papá. Beto (mi adorado esposo) siempre se ofrece a lavar los platos (no me estoy quejando, amor, al contrario), pero siempre deja una cosa fuera (Beto, tú sabes que esto es verdad): un sartén, una olla, un refractario… una cosa siempre se queda sin lavar. ¿Por qué? Porque “no la vio”.

Mis hijos, igual. Guardan sus crayolas y al final, siempre encuentro una huerfanita que quedó por ahí. Guardan el juego de dominó y atrás de la puerta quedó una ficha. Guardan los Legos y debajo del sillón, encuentro una pieza. Siempre. Como si me la dejaran a propósito como evidencia.

La quinta: ¿Por qué todo les pasa y todo se les ofrece justo en el momento en el que contesto el teléfono?

La gente que me conoce bien ya ni me marca durante la tarde, una vez que mis hijos ya salieron de la escuela. Saben que es imposible platicar conmigo. Es como si el riiing del teléfono tuviera un efecto mágico. Contesto y uno se pega o se machucha el dedo; dos se empiezan a pelear; el otro tiene que ir al baño…

O peor aún, me ven hablando por teléfono y los tres me empiezan a hablar al mismo tiempo, haciendo caso omiso de que me estoy tapando el otro oído para hacer un esfuerzo sobrehumano por intentar escuchar a la persona que tengo del otro lado de la llamada.

Cualquiera que intenta llamarme por las tardes seguramente piensa que ésta es una casa de locos… para qué lo niego.

La última: ¿Por qué siempre me piden permiso para ir al baño?

Para empezar, se esperan hasta el último segundo, cuando ya no aguantan más. Entonces sí, llegan hasta donde yo estoy, pegando de saltitos y haciendo un bailecito extraño con las piernas cruzadas y me preguntan: “Mamá, ¿puedo ir al baño?”.

Y ahí sí, salen corriendo.

¿Por qué me preguntan? ¿Cuándo les he dicho que no? ¡Nada más me estresan de que no vayan a llegar a tiempo!

Mamás, ¿ustedes pasan por lo mismo o en verdad, ésta es una casa de locos? ¡Comentarios, por favor!


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