Revista Cine

Americana, de Don DeLillo

Publicado el 12 agosto 2011 por José Angel Barrueco
Americana, de Don DeLillo
Años atrás, cuando aún no habían reeditado a Don DeLillo en Seix Barral, pero empezaban a publicar sus nuevas obras, compré varios de sus libros editados en Circe. Americana, su primera novela, era uno de ellos, y tenía pendiente su lectura. El narrador de esta historia, David Bell, llega a decir: Hay un motel en el corazón de cada hombre. El motel y la carretera como metáforas de América y del hombre que surca sus parajes. DeLillo conoce a la perfección las señas de identidad del país (coches, tipos extraños, situaciones disparatadas, solitarios y vagabundos y aventureras, el cine y la televisión como centro que lo aglutina todo, desde la fama hasta la imagen…), y todas ellas atraviesan la narración, pero su prosa y sus historias tocan siempre puntos que nadie más toca.
Dividida en cuatro partes, en la primera (algo tediosa o menos interesante, para mi gusto) se reflejan las relaciones laborales (y los amoríos) del protagonista, a quien encargan que grabe un reportaje sobre los navajos. En la segunda rememora su pasado y en la tercera y cuarta, sin duda las más interesantes, es donde Bell emprende el viaje. Nunca llega hasta el territorio de los navajos. Porque, en uno de los pueblos del Medio Oeste en los que se detiene junto a otros compañeros de viaje, es cuando decide filmar su propia película en súper 8, un rodaje amateur que está, como él dice, por debajo incluso del underground. Americana, aunque no ofrezca la altura de Cosmópolis o Ruido de fondo, es un mapa de territorios y personajes que contienen esa fuerza que encontramos, por ejemplo, en las filmaciones de Wim Wenders o en los parajes polvorientos de Sam Shepard. De muestra, este botón:
Viajaban a pie, en automóviles nuevos y viejos, en grupos de motocicletas, en camiones, autobuses y caravanas, los jóvenes y los muy jóvenes, alejándose de sus urbes medievales, de sus pétreas ciudadelas elevadas de plaga y corrupción, no desprovista su huida de esperanza, aún no frenética su búsqueda, los perdidos, los hallados, los sin nombre, los brillantes, los pasmados, los aturdidos y los simplemente fatigados, gritando todos su sincero amor por el campo a lo largo de la blanca línea quebrada, los rostros perdidos bajo el cabello y la incredulidad, el percusionista, el místico, el fascista, un rostro femenino oteando de vez en cuando por la ventanilla trasera, con una breve canción pacifista resonando en la parte trasera de su cabeza. 
[Traducción de Gian Castelli]

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