Revista Cultura y Ocio

Amor maternal por los niños

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Amor maternal por los niñosPedro Paricio Aucejo

Buena parte de la existencia del ser humano pertenece a su infancia, cuyo mundo adquiere un especial protagonismo con el correr de los años. En ese período se produce el inicial descubrimiento de la vida y se sienten las primeras experiencias, esas que no pueden compararse con el resto de las que suceden después: su influencia deja una insólita huella en el crecimiento y desarrollo del individuo, especialmente por lo que respecta a las figuras vinculadas con la dimensión afectiva de la niñez. Este es el caso de lo sucedido a la Santa de Ávila con su amor maternal por los pequeños.

A ello contribuyó, sin duda, el elevado número de hermanos con los que convivió en el hogar familiar y la prematura muerte de su madre, cuando Teresa contaba aún catorce años de edad, lo que le llevaría a ocuparse del cuidado de buena parte de aquellos, especialmente de los más jóvenes¹.

Como explica Ismael Bengoechea², la descalza castellana, apoyada en su experiencia personal, estimó durante toda su vida a los niños como madre: los quería buenos y saludables. De ahí las recomendaciones y consejos para la adecuada crianza de sus sobrinos y la advertencia a los padres de que mirasen con quién trataban sus hijos. Esos avisos los transmitió a sus hermanos, especialmente a Lorenzo, con quien las observaciones en este sentido son constantes, insistiendo en la sobriedad (‘si no hay desde ahora gran cuenta con esos niños, se podrán presto entremeter con los más desvanecidos de Ávila’) y en el estudio (‘no hay ahora para que se paseen esos niños sino a pie; déjelos estudiar’).

La infancia enterneció siempre el corazón de Teresa. En sus cartas son frecuentes las alusiones ‘a los mis niños’ y su inquietud por reunirse con ellos (‘deseo los tengo de ver’). También en el libro de las Fundaciones los niños vuelven a llamar su atención, como el hijo del barquero en la peripecia de la barca que arrastraba la corriente del Guadalquivir o los pequeños que salían a recibir festivamente a las descalzas en las fundaciones teresianas (‘hasta los niños mostraban ser obra de que se servía Nuestro Señor’), que Teresa consideraba señal inequívoca de la complacencia de Dios.

Siempre se refiere a ellos con cariño, como en el caso de Blasico de Sevilla, de Martinico de Toledo, de los traviesos y juguetones hijos de doña Elvira en Palencia, de ‘Lesmitos’ (‘el mi Lesmes’), hijo de doña Catalina de Tolosa (‘a mí y a todas ha caído harto en gracia. Dios le guarde y le haga santo’) o el pequeño Esteban de Cepeda (‘al nuestro niño se le encomienda mucho a Dios, y así lo hace… Fray Pedro de Alcántara’). Son expresiones que muestran la maternal actitud de la religiosa abulense, no por santa menos humana.

A este talante teresiano contribuyó también la admisión que en el siglo XVI se hacía de niñas en los Carmelos, con vistas a su futura vocación y profesión en el claustro. En 1575 admitió en Sevilla a Teresita, hija de su hermano Lorenzo, la acogió bajo su tutela y la llevó siempre consigo hasta su muerte en 1582. El epistolario teresiano está salpicado de referencias a esta sobrina (‘Teresa ha venido dando recreación en el camino’ o ‘Está muy bonita de perfección’). La misma actitud adoptó con Isabelita Dantisco, ´la mi Bela`, hermana menor del Padre Jerónimo Gracián (‘la nuestra Isabel está hecha un ángel’), con Casilda de Padilla y con Mariana Gaytán, hija de su gran amigo y colaborador en sus fundaciones don Antonio Gaytán. Estas niñas son el encanto de sus Carmelos (‘me alegran’, ‘nos edifican’) y hasta le agradaría verlas en cada monasterio (‘como hubiese una en cada casa… ningún inconveniente veo’).

Y, en fin, como no podía ser de otra manera, esta afición de Teresa de Jesús por la infancia hizo que, como flor natural de su corazón maternal, brotara también su devoción religiosa por Jesús Niño, a quien amó como Rey de los niños y con cuya imagen sembró sus monasterios. Es tradición que al despedirse de sus hijas les dejaba un Niño Jesús en cada convento. Cada una de esas imágenes recibió un sobrenombre pintoresco y expresivo de su relación personal con la Madre Fundadora. Así el ‘Peregrino’ en Valladolid, el ‘Lloroncito’ en Toledo, el ‘Fundador’ en Villanueva de la Jara, el ‘Quitito’ en Sevilla –traído de Quito por su hermano Lorenzo–, el ´Ermitaño` en Granada, el ´Tornerito` en Segovia o el ‘Mayorazgo’ en Ávila.

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¹La información fidedigna sobre los hermanos de santa Teresa de Jesús es todavía hoy un asunto controvertido, dadas las dificultades para establecer con exactitud todos los datos al respecto. Para un estudio pormenorizado sobre el estado de esta cuestión, cf. PÉREZ GONZÁLEZ, María José: “Los hermanos de Teresa de Jesús”, disponible en <https://drive.google.com/file/d/0B-MfH1PXSMx9OWhHLXNFN2JtZ1U/view> [Consulta: 21 de enero de 2020].

²Cf. BENGOECHEA IZAGUIRRE, Ismael: Teresa y las gentes, Cádiz, Padres Carmelitas Descalzos, 1982.


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