Revista Filosofía

Ana Jara, el Príncipe de Paz y el Estado Laico

Por Zegmed

En las redes sociales, sobre todo, se viene armando cierto debate y más de un enfurecido comentario sobre la designación de la notaria Ana Jara como nueva Ministra de la Mujer. La razón de esta discusión radica en la confesión religiosa de Jara y en el temor de la interferencia de dicho credo en las decisiones de Estado. Siendo este un espacio donde típicamente se habla de religión y política y viendo cierta desarticulación en los comentarios de las redes sociales, considero pertinente dedicarle una espacio al asunto. Veamos qué sale.

Lo primero que habría que decir es que mucho de lo que aquí escriba en relación a la Ministra  se basa en impresiones y conjeturas: no la conozco, como no la conoce la mayoría de gente y, por ende, hago algunos juicios basado en sus una o dos intervenciones públicas (la central es la entrevista que he colgado aquí mismo). Esto conviene como una suerte de cautela para no tomar mis opiniones como concluyentes.

En ese sentido, quisiera decir que Jara tiene toda la pinta de una persona genuinamente religiosa (muy locuaz y articulada, además). Sin entrar en detalles, entiendo por esto la experiencia de una persona verdaderamente conmovida por su encuentro con lo que considera la divinidad o lo sagrado (algo que uno no nota en Cipriani o Rey, por ejemplo); una persona, además, cuya vida íntegra se encuentra atravesada por dicha experiencia, de ahí la mención casi obsesiva de la religión que parece caracterizarla. Este es un fenómeno conocido por todos los que nos hemos cruzado con lo que el buen Elton John llamaría un Jesus Freak, pero un estudio largo y bien documentado lo pueden encontrar en Las variedades de la experiencia religiosa de William James y en cualquier buen trabajo de psicología de la religión (este es un clásico). En todo caso, para no iniciar con el pie en alto, preciso que pienso en el caso de la Ministra como el de una persona con profundo afán religioso, no necesariamente (aún) en el del sentido patológico del fanático.

Lo que tenemos hasta ahora, entonces, es una mujer excesivamente religiosa para el gusto del seglar común y bastante antipática para los estándares de los amigos y amigos antireligiosos. A mí, personalmente, no me gustan las personas muy religiosas en el poder, pero, hasta aquí uno podría decir que no hay mayor problema: mi preferencia por quién deba o no deba ejercer el poder ejecutivo en tanto tal es irrelevante, como lo es también la de algunos grupúsculos de las redes sociales. Lo que sí es relevante, claro, es en qué sentido las poderosas convicciones de esta mujer pueden afectar las políticas públicas del gobierno del Presidente de la República. Sobre este tema la flamante Ministra se pronuncia en los videos 2 y 3. Veamos rápidamente tema por tema.

Jara menciona que tratará de ser una Ministra que se preocupe por la familia, más que por la mujer. Dice, como se estila en alguno casos, que el nombre de Ministerio de la Mujer no le parece del todo adecuado porque parcializa un poco el asunto, además de que enfatiza la disparidad de género. Estas dos ideas parecen, en principio, sensatas, pero creo que hay que mirarlas con cuidado. Por un lado, sin duda hay que velar por la familia; el asunto, no obstante, radica en qué concepto de familia se maneje. Beto Ortiz falla, creo, en no indagar en este asunto. Es altamente probable que las convicciones religiosas de la Ministra aquí sean determinantes y hubiese sido bueno tener una respuesta clara. Lo más esperable es que Jara defienda una concepción de la familia bastante conservadora, algo vertical y con muy segura preponderancia del varón. Esto, claro, es una conjetura, pero no es gratuita: su referencia al texto bíblico es muy literal, parece tener una particular debilidad por San Pablo y el famoso inventor del Cristianismo tiene pasajes muy severos respecto del rol del esposo como cabeza incuestionable de la familia, como Cristo es cabeza incuestionable de la Iglesia. Muchas denominaciones evangélicas (cristianas no católicas) suelen tomar estos pasajes de modo literal y por el tenor de la entrevista a Jara uno sospecha, al menos, cierta condescendencia con estas interpretaciones.

El otro asunto es el del cambio de nombre al Ministerio. No sé que piensen las feministas sobre esto, supongo que dependerá de la oleada o generación a la que pertenezcan, pero yo tengo dudas. Lo más probable es que ningún nombre se cambie, pero la declaración pública de Jara sí es importante y va de la mano con lo anterior. Se entiende que la razón del nombre del Ministerio de la Mujer es visibilizar  a un grupo social no solo poco visible por mucho tiempo sino muchas veces vejado y maltratado a veces hasta la muerte. Evidentemente, las cosas han ido cambiando con los años, pero los problemas persisten y quitarle el nombre supone quitarle fuerza a las políticas focalizadas en la mujer. La lógica de Jara es similar a los que se opusieron a la precisión del tipo penal del feminicidio…pero es una lógica medio perversa que podría, además, estar basada en la preeminencia del varón referida líneas arriba. Insisto, conjetura, pero no descabellada.

En relación al aborto terapéutico, Jara indicó que no se opone a tal posibilidad, pero insistió en la necesidad de que se especifique el protocolo que haga viable su realización. No hay mucho que decir al respecto, al menos por ahora: el pedido es sensato y la no oposición también. Sinceramente es una barbaridad que el protocolo no esté claramente estipulado aún, supongo, por presiones políticas. En cuanto a la despenalización del aborto que se da ante una violación sexual, la Ministra hizo lo que correspondía a una conservadora inteligente, como parece ser: se ciñó a lo que estipula la ley: no está permitido. Agregó, sin embargo, que ella considera que no se debe priorizar el derecho del individuo por encima del interés general. Se entiende por esto que no se puede priorizar el derecho a no llevar en el cuerpo una vida por encima del derecho universal del niño a tener vida. El razonamiento, en principio, es limpio, pero merece alguna observación que nos conecta con una idea interesante que también sostuvo Jara en la entrevista.

El asunto es que el tema del aborto, como pocos otros, es muy delicado. Primero, porque corresponde legislar sobre la vida en su manifestación más vulnerable y, segundo, porque lo que se haga o deje de hacer a este respecto depende siempre de marcos conceptuales cuya validez es relativa. Sobre esta materia me he detenido más de una vez, por lo menos, en 1 (con sus dos secuelas), 2 (con sus cuatro secuelas) y 3, así que no entro en detalles aquí. Solo indico que soy contrario al aborto, pero favorable en relación a su despenalización.

Mi punto, sin embargo, va a otro lado, al tema de los marcos conceptuales. Jara es contraria al aborto como yo, pero es contraria, evidentemente, a su despenalización. Lo es, sin duda, por razones religiosas, pero se respalda –lo que me parece una movida astuta pero perfectamente legítima– en razones jurídicas: hace referencia al conocido fallo del TC y muestra que ante la duda (que la verdad solo existe para quien quiere buscarla) la ley defiende el derecho del más vulnerable. Uno puede estar en desacuerdo, yo lo estoy, pero el derecho la asiste y ella lo sabe: no se va a esforzar ni un poquito en promover cosas que la ley no le exija.

Lo interesante es que Jara apela también a un argumento que puede parecer menor pero que es central en términos políticos: el consenso social o general. Habla de este concepto, sin definirlo, claro, más de una vez en la entrevista. Digo que esto es central porque, a diferencia de Villarán, que es una mujer muy honesta y progresista pero entusiasta por las declaraciones impopulares, Jara sabe bien que el aborto tiene una masiva resistencia en el Perú. Se le practica clandestinamente, eso sí; pero moral y públicamente es muy repudiado por la gran mayoría (perdonen la página, pero las cifras sí son acertadas). Esto es relevante porque tanto Humala como Jara saben que en el Perú las mayorías no esperan una Ministra progresista sobre estas materias. Una conservadora con alguna perspectiva social les basta muy bien y Jara parece ser adecuada para el rol, según el Comandante reloaded. Cabe notar que Jara no se opone al uso de preservativos, lo cual, dada nuestra mediocre fauna política, es casi un gesto progresista. Lo patético es que esa minucia nos alegre, pero lo triste es que en cierto sentido debería.

En conclusión, creo que la cosa no es tan alarmante como la ponen algunos, aunque el escenario no es nada feliz tampoco Sin duda nos encontramos ante una Ministra conservadora y con ciertos rasgos de fanatismo religioso. Estos rasgos, muy probablemente, interfieran en algunas cuestiones referidas a la ejecución de políticas públicas, pero, la verdad, se trata de omisiones más que de interferencias activas que, como bien dice Jara, se amparan en el derecho y no en sus preferencias. Dicho de otro modo, hay cosas que ella no va a impulsar, pero al no hacerlas no falta a ninguna ley y tanto Humala como ella están contentos con eso mínimo de “decencia”. Meto a Humala en el pleito porque obviamente han negociado todo esto antes: él sabe lo que quiere de Jara y sabe bien qué es lo que no le puede exigir.

Ahora, si hay algo indirectamente positivo en relación a esta designación es que cae en un momento de ya sostenida caída en la popularidad del gobierno, sobre todo de pérdida de aceptación en los sectores progresistas de izquierda. Esto es importante porque, si mi juicio es apropiado, los sectores progresistas estarán muy vigilantes respecto de cualquier intento de volver al oscurantismo en políticas públicas. El contexto, pienso, es más favorable para la “vigilancia” que aquel de la época de los inefables Carbone y Solari quienes con menos príncipes y sin juramentos pomposos hicieron barbaridad y media guiados por sus convicciones religiosas. Con una izquierda progre despechada por la salida de Mocha y de Ciudadanos por el cambio y con una Ministra que se puso en vitrina desde su primera aparición pública, el escrutinio ciudadano debería ser intenso. Esperemos que así sea y, claro, que al Gobierno no le valga un carajo.

Queda claro, eso sí, que Humala anda medio esquizofrénico porque de Mocha a Ana de la Paz hay un giro bien bravo. Lo que se está mostrando, para pena de muchos, es que el pragmatismo humalista está dispuesto a hacer muchas concesiones y renunciar a ciertos ideales progresistas, que nadie sabe si alguna vez abrazó, es lo primero que ha decidido hacer. Finalmente, nuestro Presidente es un milico y, con los perdones a quienes correspondan, yo no conozco milico progresista.


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