Ana Mato

El auto dictado  por el juez Ruz vuelve a poner a Ana Mato contra las cuerdas. Ruz acusa a su ex marido, Jesús Sepúlveda, de recibir más de medio millón de euros de la trama Gürtel entre 2002 y 2004 a cambio de contratos y de haber aceptado valiosos regalos desde 1998. El PSOE volvió a pedir la dimisión con el argumento de que es imposible que ella no supiera las actividades de su marido. El juez ha citado a declarar a las empresas que organizaron las fiestas de sus hijos. Puede que ella ignorara que las abonaba Gürtel, pero es mucho más difícil de creer que no sabía que sus propios gastos personales (viajes, hoteles y coches de alquiler) también los pagaba la trama de Correa. Al final, Mato se escuda para eludir su responsabilidad en que ella era una esposa que no se enteraba de nada.

No cabe la disculpa de la ignorancia, pues en tal caso, la misma debería ser motivo para acreditar la falta de valía para desempeñar un cargo que conlleva tanta responsabilidad como la de un ministerio. Y si era conocedora de los chanchullos de quien fue su marido, tampoco cabe otra salida que la dimisión por cómplice y encubrdiora de una actividad tipificada en el Código Penal.

Lo dijimos en su día de Felipe González, cuando se enteraba de que el Gobernador del Banco de España jugaba el bolsa a través de los diarios, o de las fechorías cometidas por sus ministros y colaboradores por los medios de comunicación: El desconocimiento lo hacía inválido para la presidencia y la connivencia de la certeza igualmente lo debería haber llevado a la dimisión.

Pero en este país no deja el cargo ni el tato, un alcalde imputado por presuntos delitos, se ampara en que se trata de hechos menores, o poco relevantes. La mujer del César no tiene que ser buena, sino que además, está obligada a parecerlo y en este caso, la Sra. Mato supone un desgaste innecesario para su formación, por el empecinamiento de un Rajoy que parece carecer de cintura política para afrontar determinadas circunstancias.