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“And no-one saw the carny go”: Tyrone Power leerá tú mente en El callejón de las almas perdidas. Un extraño melodrama.

Publicado el 16 octubre 2010 por Esbilla

There was not one among them that did not cast an eye behind
In the hope that The Carny would return to own kind
” Nick Cave & The Bad Seeds, The Carny

“And no-one saw the carny go”: Tyrone Power leerá tú mente en El callejón de las almas perdidas. Un extraño melodrama.
El callejón de las almas perdidas (Nightmare alley)

Director: Edmund Goulding

1947

EEUU

100 min.

Fotografía: Lee Garmes

Música: Cyril J. Mockridge

Guión: Jules Furthman según la novella de William Lindsay Gresham, Nightmare Alley, 1946

Reparto: Tyrone Power, Joan Blondell, Coleen Gray, Helen Walker, Taylor Holmes, Mike Mazurki, Ian Keith, George Beranger, Mike Lally, Al Herman

El callejón de las almas perdidas es un film rebosante de “lo insólito”, una sinuosa atmósfera fatalista lo domina, sintetiza de manera tan asombrosamente audaz como sugestivamente lograda melodrama, crimen, esoterismo, predeterminación, sordidez y elegancia suntuosa. Es una de esas perlas atípicas que asaltan desde los límites expresivos del sistema de estudios y si su singularidad todavía resulta poderosa y llamativa hoy, qué no debió parecer en 1947. Un trabajo, en definitiva, a descubrir y reverenciar en su rareza, una narración circular repleta de escenas y detalles que son espejo, premonición o reminiscencia de otras, oscuro cuento de fenómenos, acerado análisis social mixtura de La parada de los monstruos y El fuego y la palabra.

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Debido a que no he leído el libro del novelista y ensayista William Lindsay Gresham en el que se basa, al parecer muy popular y que recientemente ha conocido adaptaciones teatrales e incluso una versión en cómic, no puedo determinar hasta que punto las virtudes del film provienen de una escrupulosa fidelidad a este original o son producto del temporal arrebato de genio que conoció el más bien gris Edmund Goulding entre 1946 y este mismo año, durante el cual factura dos sobresalientes trabajos, este mismo y la un año anterior El filo de la navaja, otra adaptación, en este caso sobre un novelista de tanto prestigio como William Somerset Maugham y ambas con protagonismo de un Tyron Power no menos inaudito: no solo actúa sino que lo hace de manera sobresaliente en dos personajes extremadamente comple

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jos.

El film en si es, en apariencia un  melodrama criminal ya de por si extraño al estar ambientado, mitad y mitad, entre el mundo de las ferias o “carnavales” ambulantes (su hella es evidente sobre la excelente serie de la HBO, Carnivale) y el de los adivinadores, mentalista y espiritistas. Ámbitos, conceptuales y plásticos, abiertos a todo tipo de sugerencias, desde lo fantasmagórico o terrorífico a lo romántico, de lo picaresco a lo sórdido, todas ellas empleadas en distinta gradación por Goulding a lo largo de un relato riquísimo, de enorme profundidad psicológica y de imponente potencia formal, beneficiado por una estética casi expresionista, un blanco y negro de manchas casi sólidas (obra del dúctil pionero Lee Garmes), una ejemplar valoración dramático-atmosférica de los decorados (desde el barroquismo de los feriantes , hasta la suntuosidad de clubes y

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mansiones pasando por la identificación del protagonista con hoteles anónimos o la de su antagonista con despachos de diseño) y planificado con elegancia hipnótica (la larga escena, elaboradísima, de la última noche del marido de Zeena), asfixiante, más cercana al noir que al mismo melodrama.
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Libro y película siguen el ascenso y caída del ayudante de una adivinadora (magnífica una ya veterana Joan Blondell), a su vez antigua estrella de vodevil, desde la barraca hasta las mansiones de los millonarios, a través de una minuciosa exposición de los procesos y trucos del timo, de la estafa y de la manipulación de los crédulos y los necesitados. Primero mentalista, luego espiritista mesiánico, un personaje turbio, ambicioso y despiadado, simultáneamente repulsivo y fascinante que, además incorpora un rasgo audaz, rompedor que Power entiende a la perfección. Stanton Carlisle es un homme fatale, asciende mediante su capacidad para dominar sexualmente a mujeres en las que, rápidamente, detecta una necesidad, una debilidad. Paradójicamente serán dos mujeres las que propiciarán su derrota, por un lado su propia esposa, incapaz de superar su escrúpulos durante la fascinante escena de la “aparición” en un jardín fantásticamente catedralicio con el objeto de sacarle el dinero al futuro financiador del culto

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que Stanton tiene en mente y por otro su accidental asociada, otra farsante como él: una falsa psiquiatra.

Así, si en el caso del tortuoso protagonista su montaje es de índole espiritual, sobrenatural, en el de su futura colaboradora y némesis es científico, reglado. Este gran personaje, brillantemente interpretado por Helen Walker, actriz de carrera poco estimulante y final abrupto, cuya escasa expresividad y su aire altivo funcionan a la perfección en este papel, introduce la vitriólica identificación entre el psicoanálisis, entonces muy de moda entre la alta sociedad, y el metalismo como dos formas diferentes del mismo timo. Entre ambos llegarán al acuerdo perfecto, ella compartirá las confidencias de las sesiones y el las utilizará en su número posteriores de contacto con los espíritus.

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Pero el film, tan ambiguo y retorcido como la propia mentalidad de Stanton, a la vez que analiza sin piedad todas estas prácticas ase deja atravesar por un determinismo implacable, por una idea de la retribución casi kármica (Stanton provocará la muerte accidental, aunque deseada ,del marido alcoholizado de Zeena y el mismo terminará como bebedor enfermizo condenado a ejercer de “geek”, una hombre animalizado que devora gallinas vivas y que como él mismo, había triunfado a lo grande en el pasado), por la pulsión del temor a Dios y por un substancia esotérica en la cual, las cartas del tarot determinan un futuro que no se puede cambiar, bien por un fatalismo implacable, bien por un condicionamiento interior forjado en la misma sugestión psicológica de la superstición y/o la religión. Unos detalles que ejercen de metáfora de la trama principal ya que todo apunta en la misma dirección: ocurre lo que tú quieres creer que ocurre.

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