Revista Cultura y Ocio

Ander, June

Por Calvodemora

Ander, June
Un buen amigo acaba de ser padre. Le tengo el afecto de los años y me tiene también el suyo, aunque no se alimenta ninguno como debiera a capricho de la distancia, que no siempre es el olvido. Lo de la paternidad es un asunto como el de los espejos, a decir de Borges: ambos son abominables porque duplican la realidad. A mí Borges, el bueno de Borges, me parece sublime para algunas cosas; en otras, en lo que  yo entiendo, es un tipo deprimente, un solitario que no conoció el goce de traer vida al mundo. Tampoco es que el mundo sea nada del otro mundo, claro. Del otro mundo no haré hoy mención. Es éste, tan cambalache él, el mundo al que mis amigos Álex y Cristina han traído dos criaturas, en una tacada, como en un movimiento de prestidigitador de ADN. Lo que les queda es lo mejor. Han pasado lo malo, siendo bueno. De ahora en adelante viene lo que les hará más fuertes. La vida es una aventura de resistencia, pero los hijos, a pesar de lo que les cuenten, no son obstáculos. No tienen que driblarlos ni que observarlos como un impedimento a que hagan lo que solían. Si yo hablo en primera persona, no podría tirar de vicios que la paternidad me substrajo. Seguí viendo películas en blanco y negro, leyendo historias de ciencia-ficción, paseando por las calles, saliendo de cervecitas con los amigos (algo menos, es cierto; a horas menos nocturnas, es cierto también) y encontré otros menesteres que me llenaban parecidamente a los que ya tenía por formidables. Los hijos, ya si son dos ni te cuento, son la sustancia primera que hace que el mundo gire. Y no sé si hemos venido a traer hijos al mundo. Probablemente no. Incluso estoy por pensar que no hace falta, viendo lo que hay. Se puede ir el mundo a tomar un poco por culo (con perdón, es muy temprano, se me está yendo el texto de los mismos dedos) y bendecir el día en que uno decidió amar y ser amado (como el amante de Annabel Lee) y no ser padre al mismo tiempo. No hace falta la paternidad, Borges mío, ya lo sé, pero una vez que llega, cuando uno asiste a las noches de los hijos, en sus cunas, está contemplando algo más que a la sencilla evidencia de que duermen. A lo que está asistiendo es a la celebración completa de la felicidad, que no existe, ya, pero que de vez encuando se despliega como un atlas (como dijo otro poeta), a colores, mecida por las luces del cielo de Pamplona. Yo a mis amigos les deseo que sean padres felices, pero tienen todo lo que hará que lo sean de un modo pleno. A June y a Ander les contarán cuentos de zorros que hablan en verso o les cantarán canciones de la vieja guardia inglesa o les confesarán que si no hubiese sido por algunos diálogos de algunas películas ellos no estarían donde están  o les dirán que en el sur, allí abajo, están unos amigos que les echan en falta, aunque no los conozcan todavía. O no harán nada de eso porque todavía andan pensando en la letra de la canción aquella de Louis Armstrong, sí, ésa... "I see trees of green..."

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