Revista Educación

Anécdotas romanas (XV): César el metrosexual

Por Esteban Esteban J. Pérez Castilla @ProfedLetras
En política hay que lucir bien, eso está claro. Nosotros mismos, en nuestra tan querida España, lo estamos viviendo más que nunca. Tradicionalmente, el político siempre se ha visto como ese tipo bien trajeado y bien peinado, con dientes relucientes y gafas caras, llevado de aquí y allá en un buen coche. Acostumbrados a esta imagen, hay a muchos a los que no les gusta que los políticos lleven el pelo largo y colega y compren la ropa que todos compramos, la barata. Esto César, uno de los mejores políticos que ha habido a lo largo de la historia, entendiendo la política como el arte del marketing y del engaño, lo sabía muy bien.
César era un hombre que no se relajaba jamás en su imagen pública. Para él, siempre que salía al estrado a dar un discurso, siempre que se presentaba ante el Senado, al dar la arenga antes de empezar una batalla, cuando iba a comprar el pan a la calle, la buena presencia era inestimable. Nos cuenta Suetonio que era de alto para la época, blanco de cara y atractivo de cara y cuerpo, de ojos negros y vivos, aunque un poco desafortunado en el pelo, ya que acusó de una temprana alopecia.
La importancia que concedía al buen aspecto le llevó a cortarse el pelo y afeitarse con bastante más asiduidad de la requerida y se hacía incluso arrancar el vello de los brazos y la espalda, cosa que le censuraron bastante en la época, como también muchos de nosotros seguimos censurando a los que lo hacen ahora.
La calvicie no la llevaba muy bien y se desesperaba con mucha frecuencia, sobre todo ante las burlas de sus amigos, sus enemigos y el pueblo romano, que aprovechaban la mínima ocasión para recordarle su poca fortuna capilar. Por eso, solía peinarse hacia delante y llevarse a la frente el poco pelo que le quedaba.
Incluso en cuanto a la ropa era bastante especialito, ya que llevaba la laticlavia de una manera bastante poco ortodoxa. Por lo general, esta prenda romana se llevaba bien cogida con un cinturón y las mangas solían estar a la altura de las muñecas, pero parece ser que a Julio César le gustaban largas e incluso más anchas de lo normal. Además, este broche lo ponía más flojo, haciendo que la vestidura se abriera causando que quedara un tanto vaporosa. Tan extraña resultaba su forma de vestir, que al político Sila, dictador y competidor de César, exclamó: “Desconfiad de ese joven tan mal ceñido.”
Esta forma de ser también la llevaba al campo de batalla, como ya he dicho, y no censuraba a aquellos que deseaban hacerlo e incluso los animaba, incluso a los solados. Tanto es así, que tras una victoria, concedía que los soldados tratasen y cuidasen su cuerpo tanto como quisieran, pues los “solados, aun perfumados, podían combatir bien.”
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