Revista Opinión

Ángeles del infierno

Publicado el 29 noviembre 2013 por Icaro @ateneo

Ángeles del infierno

En algunos lugares de la tierra, concretamente en la cultura oriental, el limón simboliza la muerte. La manzana, por su parte, simboliza el pecado. No diré si conozco la relación entre ambas frutas, pero sí puedo asegurar una cosa, prefiero la manzana. Cuando llegué aquí -no me cansaré de repetir que yo vine aquí voluntariamente y nadie me expulsó- estaba todo por hacer. En pocos días comenzó a llegar gente de todas partes y, sin un plan preconcebido, empezamos a improvisar.

 

Este lugar dejó de ser lo que la mayoría pensaban que debía ser  desde el inicio. Para empezar, se parte de un error de forma. El mundo subterráneo y de tormento donde yo habito no existe más que en el inconsciente arcaico y colectivo de las personas. No somos nadie. No podemos compararnos con ciertos lugares de la Tierra, como las cárceles, por ejemplo, un invento muy reciente -no tienen más de dos siglos y entre ellas Guantámano, sin ir más lejos, no tiene ni cuatro años-. Compararlas con este lugar es ridículo. Aquí no podemos alcanzar semejante grado de crueldad.

 

Aquí, en la parte “inferior” del mundo, no paraban de llegar auténticos ángeles. ¿Pueden ni tan siquiera imaginar como cambió mi vida con la llegada de Pitágoras? El introductor de los pesos y las medidas y descubridor de la teoría musical, me enseñó que existía el vacío y miles de cosas más. Y qué decir de Platón. Platón, nada más llegar aquí, hizo colocar en la puerta de la entrada lo mismo que tenía en su escuela: “Nadie entre aquí que no sepa geometría”. ¿Pueden imaginárselo? Aquel lugar se convirtió en una fuente inagotable de conocimiento, con el discurrir de los siglos yo no he dejado nunca de aprender.

 

Llegaron más ángeles. Galileo me enseñó que el aire tenía peso. Copérnico se hizo amigo de los pitagóricos. Aquello era una orgía de sabiduría y placer. Amigos míos, ¿recuerdan a su compatriota? Miguel Servet, el que nos enseñó que lo que corría por nuestras venas y lo que se derramaba por medio continente era sangre. Llegó con un cartel. Era una señal inequívoca acerca de la vida en la Tierra “Te condenamos, M. Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu libro manuscrito e impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo“.

 

Era el acabose, mi mundo se encontraba lleno de auténticos ángeles del infierno (y de ceniceros). Durante siglos hemos estado aprendiendo y evolucionando con todo aquello que no quieren y desprecian en la tierra. ¿Pueden imaginarse un sitio así? No, no pueden amigos míos, ustedes y sus antepasados no lo han conocido ni lo conocerán jamás, por los siglos de los siglos están condenados a vagar entre la ignorancia y la brutalidad. Mientras tanto, nosotros tenemos toda la eternidad para seguir aprendiendo y disfrutando. ¿Qué, todavía no saben donde está el infierno?

Pss, ¿Hace un pacto?


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