Revista En Femenino

Aniversario irreprochable (por Isa)

Publicado el 14 abril 2016 por Imperfectas
Aniversario irreprochable (por Isa)Cruzó corriendo el puente y se perdió calle abajo. Llegaba tarde. Aborrecía ir con prisas y tener que esquivar a la gente que atestaba las aceras.  Sabía que ella no le perdonaría una impuntualidad. No para el cine. Y hoy no era el día para importunarla, sino justo lo contrario. Hoy era el día de ser un marido irreprochable.Mientras esperaba inquieto a que cambiase de color el semáforo, volvió a olisquearse la camisa. ¿Olía a ella? No podía ser… pero sí, todo le olía a ella: el pelo, que minutos antes le había acariciado, el cuello que había sentido sus labios trémulos, la piel que transpiraba una mezcla de sudor y su perfume, los dedos, que había introducido febrilmente en su sexo, la boca que se había deleitado succionándola hasta el éxtasis… Tembló con una mezcla de pavor y regocijo íntimo mientras caminaba, nervioso, al encuentro de su mujer, consciente de que cualquier evidencia supondría una fisura por donde empezaría a resquebrajarse todo.Llegó cinco minutos antes de la hora y suspiró aliviado. Le daba tiempo a entrar en el baño para una segunda revisión antes del momento crucial. Orinó con vehemencia y se limpió con cuidado una vez más usando un trocito de papel. Se lavó las manos concienzudamente, se peinó mojándose un poco el pelo, y se sintió mucho más fresco y presentable.Estaba en la puerta del cine, apurando un pitillo, cuando la vió aparecer. Qué poco se parecía a María, tan alta, tan desgarbada, siempre caminando con los hombros volcados sobre su pecho desproporcionado. Le sonrió al reconocerle y no puedo evitar sentirse avergonzado por la cruel crítica mental que acababa de hacerle. La besó rutinariamente en los labios. Le olía el aliento a agrio, probablemente no había comido en horas. Desde hacía unos meses estaba obsesionada con su peso.Apenas prestó atención a la película. Aprovechó las dos horas de oscuridad para reproducir a cámara lenta su último encuentro con María. Se habían citado para hablar, para decirse otra vez que no podía ser, que no debían seguir, pero de nuevo habían acabado enredados en estrujones, caricias y besos. La incontinencia les había arrastrado al coche de ella, pequeño y redondo, femenino, que había dejado aparcado a unos minutos del paraje donde habían quedado. Por suerte, a esas horas ya había anochecido y por allí no se veía ni un alma. 
Se habían desnudado a retazos a medida que iban necesitando degustar más centímetros de piel del otro y habían logrado consumar gracias a las dotes contorsionistas de ella y a la pericia de él para ubicar su centro del universo hasta en las condiciones menos propicias. El sudor de ambos se había condensado y el vapor empañaba las ventanas del vehículo, una circunstancia  que les protegía de las posibles miradas desde fuera.Ya en casa, los fotogramas de su reunión clandestina seguían excitándole en secreto. Estaba poniéndose el pijama en su habitación, cuando la voz de su mujer le sacó de su ensimismamiento adolescente. “Llevas los calzoncillos del revés” le dijo.

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