Revista Arte

Antiguos asentamiento judíos en Castilla y León

Por Zamorasefardi

Por Camilo J. Barrocal Díaz-Flores, Sociólogo 
Antiguos asentamiento judíos en Castilla y León
Los 26 asentamientos judíos localizados en la actual provincia de León fueron estudiados en 1974 por mi recordado y querido maestro el prof. F. Cantera Burgos, a cuya modélica monografía remito. Allí se indica como aljamas a León, Laguna de Negrillos, Villamañán, Valencia de Don Juan, Mansilla de las Mulas, Valderas, Astorga y Ponferrada. Sus comunidades se agrupan en torno a cuatro puntos fundamentales: Sahagún, León, Astorga y, en menor medida, Ponferrada. Todas ellas en la zona sur de la provincia.
La actual provincia de Zamora contó con 21 asentamientos hasta ahora documentados, en su mayoría situados en el este del territorio provincial, tomando como línea divisoria el curso del río Tera, terreno idóneo para huertos y cría de ganado vacuno y lanar. Estas comunidades se integraban en diócesis zamoranas, excepto Alcañices, junto a la frontera portuguesa, que pertenecía a la sede de Santiago de Compostela, y Belver de los Montes, dependiente de la de Palencia. Sólo Fuentesaúco, Toro, Villalpando y Zamora reciben sistemáticamente la denominación de aljama y, por lo que respecta a Benavente, esta designación no es siempre constante.
Los restantes asentamientos eran discretas juderías que participaban de la vida artesanal, agrícola y de modesta industria desarrollada en los núcleos urbanos de mayor entidad que contaron con comunidad judía o con las cercanas juderías pertenecientes a las actuales provincias de León, Valladolid y Salamanca.
De todas las provincias que en esta ocasión examino, la de Valladolid es la más abundante en asentamientos judíos: son 48, repartidos con profusión especialmente al norte del río Duero. De ese casi medio centenar son considerados aljama los siguientes: Melgar de Arriba, Villalón de Campos, Cuenca de Campos, Aguilar de Campos, Villafrechós, Montealegre, Medina de Rioseco, Villabrágima, Tordehumos, Urueña, Torrelobatón, Valladolid, Peñafiel, Tordesillas, Medina del Campo y Olmedo. Es la zona de Castilla, junto con la provincia de Palencia, que más aljamas y juderías albergó.
Cuando llegue el momento, posiblemente no tan lejano, de emprender una sistemática investigación sobre las comunidades judías vallisoletanas podrá observarse que su actividad social se desplegaba en circunscripciones incluso rurales, planteamiento que puede cuestionar el tradicionalmente mantenido por determinados estudiosos, según el cual el medio rural no era el más preferido por la población judía, esencialmente urbana.
Los judíos salmantinos se distribuían en 24 asentamientos de la provincia. Eran considerados aljama los de Alba de Tormes, Béjar, Ciudad Rodrigo, Fuenteguinaldo, Ledesma, Miranda del Castañar, Monleón, Montemayor del Río, Salamanca, Salvatierra de Tormes, San Felices de los Gallegos y Santiago de la Puebla. La población estaba muy repartida en toda la provincia, excepto en la zona noroeste. Los centros más importantes eran sin duda la capital con la cercana Alba de Tormes, Béjar y la populosa y rica comunidad de Ciudad Rodrigo. 
Llama poderosamente la atención la casi ausencia de juderías en la amplia zona delimitada por los ríos Tormes y Huebra. No se conocen fuertes persecuciones contra sus comunidades y sí, por el contrario, la buena vecindad con la población cristiana, incluso con el Estudio salmantino como médicos y comerciantes de códices. El reciente estudio que a la aljama judía de Ciudad Rodrigo ha dedicado la Dr. M.F. García Casar, de la Universidad de Salamanca, es sólo un ejemplo del potencial socioeconómico de las comunidades judías salmantinas en nuestro medievo.
Las localidades abulenses que contaron con comunidad judía llegan a 17, de las que más de la mitad fueron aljamas: La Adrada, Arévalo, Ávila, El Barco de Ávila, Bonilla de la Sierra, Madrigal de las Altas Torres, Mombeltrán, Piedrahita y Villatoro. Llama la atención que en el amplio entorno de la ciudad de Ávila no exista ninguna otra comunidad judía sino la propia capital, estudiada de manera definitiva por la Dra. P. León Tello, destacada semitista del Archivo Histórico Nacional, de Madrid. Los restantes focos más sobresalientes se sitúan al norte de la provincia, dominados por las aljamas de Arévalo y Madrigal de las Altas Torres, y al suroeste por las de Villatoro, Bonilla de la Sierra, Piedrahita y El Barco de Ávila.
Las comunidades segovianas fueron 13, y a las de Ayllón, Coca, Cuéllar, Fuentidueña, Pedraza y Segovia se las considera aljamas. Se repartían en las orillas o proximidades de cuatro ríos: el Riaza (Maderuelo, Languilla, Ayllón y Riaza), el Duratón (Laguna de Contreras, Fuentidueña y Sepúlveda), el Cega (Cuéllar, Turégano y Pedraza) y el Eresma (Coca y Segovia). El margen comprendido entre los ríos Eresma y Adaja (aproximadamente una cuarta parte de la provincia segoviana) carece de asentamientos conocidos.
Son 18 las localidades sorianas que puede afirmarse que contaron con comunidad judía, mas pocas las que eran consideradas como aljamas: Caracena, Medinaceli, San Esteban de Gormaz, Serón de Nájima y Soria. Estaban distribuidas fundamentalmente en la zona meridional de la provincia (más al norte de Soria sólo aparece la judería de Agreda) y de ordinario en las riberas de los ríos Duero y Jalón.
Si en efecto las juderías sorianas no alcanzaron un protagonismo especial durante los últimos años de permanencia legal de los judíos en Castilla, llama profundamente la atención el elevado número de judeoconversos judaizantes que incluso antes de la firma del edicto de expulsión habitaban en las sorianas villas de Almazán, Berlanga de Duero o Medinaceli, como muy pronto se dará a conocer en su amplitud por algunos hebraístas del Estudio salmantino.
Tradicionalmente se han facilitado cifras proporcionadas por autores coetáneos, incluso de diferentes credos religiosos. Sólo dos ejemplos: el cronista Andrés Bernáldez, cura de Los Palacios, y el financiero y exegeta R. Isaac Abravanel calculan el número de exiliados en unos 300 mil, cifra que se ha venido aduciendo durante siglos y admitida sin rigor histórico. Otros historiadores más recientes incluso la han duplicado. Pero la realidad es muy diferente. 
Antes presenté un panorama de buena parte de los asentamientos judíos castellano-leoneses durante los años inmediatamente anteriores a la expulsión y aducí números de villas y ciudades, pero omití dar cifras referentes a la población judía porque sólo excepcionalmente conocemos mediante documentación fidedigna la población casi aproximativa de muy pocas comunidades: es el caso de Maqueda, San Martín de Valdeiglesias, Hita, Buitrago, Talavera de la Reina o Ciudad Rodrigo, insuficientes para realizar cálculos globales, incluso aproximativos.
Pero un examen de las tributaciones económicas de las aljamas y juderías cercanas al año 1492, la capacidad de los barcos contratados a empresas genovesas para trasladar por el Mediterráneo a buena parte de los expulsados, la demografía de los barrios judíos conservados, las ambivalentes noticias conocidas durante el exilio por las fronteras portuguesa y Navarra, la información facilitada por diferentes viajeros cristianos en tierras de la cuenca mediterránea e incluso la población cristiana de la época, todas esas fuentes informativas permiten indicar con cierta objetividad que en la España de los llamados Reyes Católicos la población judía no alcanzaba la cifra de ochenta mil almas, incluyendo viudas, niños y pobres. 
Otro tema, muy diferente, es calcular en qué medida esos ochenta mil judíos prefirieron el bautismo a la expulsión. No puedo indicar cifras, sólo algo más que una impresión personal: fue muy elevado el contingente judío que en aquellos amargos días se acercó voluntariamente a la pila bautismal. y otro detalle que a veces no se tiene en consideración: desde el mes de septiembre de 1492 comienzan a regresar, en número no tan pequeño, familias de expulsados, especialmente desde Portugal, que ya bautizadas desean recuperar sus antiguos bienes muebles que precipitadamente vendieron antes de que finalizara el plazo oficial de su permanencia en tierras peninsulares, devolviendo, como es natural, el dinero que por la venta habían recibido. 
Como puede apreciarse es éste un tema polémico en el que con facilidad interviene la subjetividad y los intereses históricos.
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