Revista Cultura y Ocio

Antología de Gerardo Diego: Ramón del Valle-Inclán (3)

Publicado el 09 octubre 2014 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
El tercer poeta que antóloga Gerardo Diego en 1934 para su Poesía española, antología (contemporánea) es Ramón del Valle-Inclán. La semana pasada hablé de Unamuno, ésta de Valle-Inclán; lo cierto es que para ser este libro el que funda la Generación del 27, tiene unos comienzos muy Generación del 98. Antología de Gerardo Diego: Ramón del Valle-Inclán (3)
Dejo aquí dos de estos poemas de Valle-Inclán
ROSA DEL PARAISO
Esta emoción divina es de la infancia,
cuando felices el camino andamos
y todo se disuelve en la fragancia
de un Domingo de Ramos.
El campo verde de una tinta tierna,
los montes mitos de amatista opaca,
la esfera de cristal como una eterna
voz de estrellas. ¡Un ídolo la vaca!
Aladas sombras en la gracia intacta
del ocaso poblaron los senderos,
y contempló la luna, estupefacta,
el paso de los blancos mensajeros.
Negros pastores, quietos en los tolmos,
adivinan la hora en las estrellas.
Cantan todas las hojas de los olmos,
la mano azul del viento va entre ellas.
El agua por las hierbas mueve olores
de frescos paraísos terrenales,
las fuentes quietas oyen a las flores
celestes, conversar en sus cristales.
Con reflejos azules y ligeros
el mar cantaba su odisea remota,
gentil de luces bajo los luceros
que a los bajeles dicen la derrota.
Mi bajel, en el claro de la luna,
navegaba impulsado por la brisa,
sobre ocultos caminos de fortuna…
¡Era el cielo cristal, canto y sonrisa!
Con el ritmo que vuelan las estrellas
acordaba su ritmo la resaca,
y peregrina en las doradas huellas
fue sobre el mar una nocturna vaca.
En mi ardor infantil no cupo el miedo,
la vaca vino a mí, de luz dorada,
y en sus ojos enormes, con el dedo
quise tocar la claridad sagrada.



EN UN LIBRO GUARDADA ESTÁ...

En el espejo mágico aparece
toda mi vida, y bajo su misterio
aquel amor lejano se florece
como un arcángel en un cautiverio.

Llega por un camino nunca andado,
ya no son sus verdades tenebrosas,
desgarrada la sien, triste, aromado,
llega por el camino de las rosas.

Vibró tan duro en contra de la suerte
aquel viejo dolor, que aún se hace nuevo,
está batido como el hierro fuerte,
tiene la gracia noble de un mancebo.

Reza, alma triste, en su devota huella,
los ecos de los muertos son sagrados,
como dicen que alumbran las estrellas,
alumbran los amores apagados.

Este amor tan lejano, ahora vestido
de sombra de la tarde, en el sendero
muestra como un arcángel, el sentido
inmortal de la vida al pasajero.

Yo iba perdido por la selva oscura,
sólo oía el quebrar de mi cadena,
y vi encenderse con medrosa albura,
en la selva, una luz de ánima en pena.

Tuve conciencia. Vi la sombra mía
negra, sobre el camino de la muerte,
y vi tu sombra blanca que decía
su oración a los tigres de mi suerte.

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