Revista Ilustración

Aproximaciones. Un viaje al corazón hendido del Océano

Por Davidrefoyo @drefoyo
Aproximaciones. Un viaje al corazón hendido del Océano
Sí, en ocasiones preferí dormir antes de abrir la boca. No creía que pudiera merecer un espacio propio, un territorio descifrable en pequeños palmos. Otros mejores disfrutarían con merecimiento de un buffet libre, de huevos a la plancha que tratan de colarnos como huevos fritos. Bacon ahumado que no ha visto el aceite más que en el almacén distribuidor de la cadena de turno. La arena de la playa es como dormir juntos, te mueves, me muevo, nos golpeamos, nos despertamos y, en ocasiones es pegajosa e incómoda, pero, bendita incomodidad. Supe que sería una semana extraordinaria cuando escuché rugir a nuestro Seat Ibiza 1.6. Ese sonido mesiánico. Ese ruido apoteósico que anuncia la ruptura de las catedrales, la caída del imperio, la superioridad moral de occidente. Tecnología y fiabilidad alemana para conquistar la costa. Los parajes yermos de Extremadura. Las sierras con olor a jamón. Las aguas dulces del Tajo serpenteando a nuestro paso. Tal vez deberíamos seguir su curso y dejarnos caer en la desembocadura. Lisboa. SuperBock. Optamos por la tangente. Una línea recta que delimita los planos. Avanzamos con la seguridad de quien ha pagado por adelantado y sonreímos. Conduzco a más de ciento treinta kilómetros por hora, mientras finjo cumplir las normas de tráfico con prudencia y dulzura. Te crees mi mentira porque llevas creyendo en ella tantos años. Intercambiamos humo, asiento, un poco de agua y muchas canciones. Radiohead no suena en este surco peninsular. Ok. Computer.

No vinimos buscando la siesta, el baño, el moreno playero de un británico recién llegado. No buscamos literatura ni excusas. Aquí no necesitábamos fingir nada, éramos desconocidos para los otros y por eso nos dejamos seducir por las lecturas, las cumbres borrascosas, las pesadillas en la cocina y las aventuras gastronómicas más salvajes del panorama. Quise quemar iglesias y cambiar la cal de las fachadas por irónicos hologramas inspirados en Bansky, pero me mantuve sereno. Solicité otra copa al camarero y un platito de aceitunas. Observé la playa, guiñé un ojo como calculando algo, un barco, un pez espada, una vieja sobre una colchoneta. O Tánger. Y allí envié mi reloj. Al punto más lejano de la aguja que marcaba el sur. Ya que no podemos controlar el tiempo, sumerjámoslo en alcohol, en agua de mar. Deja que esto no acabe nunca, que decía Barricada.


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