Revista Viajes

Archena: Aguas y barro

Por Mundoturistico

Los pueblos antiguos ya conocían las propiedades terapéuticas de las aguas calientes del subsuelo. El Romanticismo decimonónico, con su canto a la melancolía, a la vida natural y al individualismo, puso de moda los balnearios, aunque en exclusiva para la minoría dominante, aristócratas y burgueses en busca de ocio, tertulia y terapias varias. Pero fue a mediados del siglo pasado, con la expansión de las clases medias y de la mano de las vacaciones, los viajes y el turismo de masas, cuando su uso comenzó a extenderse entre la población de los países más desarrollados, primero por razones de salud y luego como oferta turística normal de relax, descanso y tiempo libre. Hoy ya no es una sorpresa encontrarse en los centros termales de toda España con familias con niños, parejas o grupos de jóvenes que aprovechan un puente o unos días de asueto para disfrutar de los beneficios de la hidroterapia y de  los servicios de un moderno spa, conjugando todo ello con el conocimiento de la zona y con muy diversas actividades culturales, deportivas y de disfrute de la Naturaleza.

Que es lo que, en esta ocasión, hemos hecho nosotros en el Balneario de Archena, población murciana cercana a la capital y estrategicamente situada entre el llano manchego, la montaña circundante y la concurrida costa levantina. Su manantial de aguas minero-medicinales, que surge a la vera del río Segura a las afueras del pueblo, ya fue explotado por los romanos (lo avalan las ruinas allí descubiertas y hoy expuestas al público), pero es en el siglo XIX cuando se construye el moderno complejo termal, hoy compuesto de tres hoteles, casino, iglesia, balneario y muy completo spa, inmuebles que se levantan a lo largo de una única calle, atrapada entre el monte y los jardines que miran al río.

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Como guiño a su larga historia árabe, los principales edificios incorporan elementos arquitectónicos mozárabes y mudéjares tales como la escalera y la cúpula del hotel mayor, el artesonado y la terraza del Casino bar (presidida por un ajedrez central de piezas tan grandes como los orondos gatos familiares que allí campan por sus respetos entre las mesas, las palmeras y los mimos de la desconcertada pero complacida clientela) o los azulejos, arcos y adornos del balneario propiamente dicho, comunicado directamente con los hoteles de tal modo que los usuarios del centro, sin necesidad de salir al exterior, pueden acceder a los baños y demás tratamientos termales por magníficos y decorados pasillos abovedados (en un cruce de estos corredores subterráneos, precisamente, se halla una lograda reproducción en piedra de la fuente del Patio de los Leones de la  Alhambra). Es reconocido en el circuito termal español por su especialidad de geoterapia, la aplicación corporal de un determinado tipo de lodo a altas temperaturas. Se trata de la mezcla de una arcilla desintoxicante con el agua natural del propio manantial archenero, ambas muy ricas en minerales, cuyas propiedades parecen representar un tratamiento muy adecuado para la prevención y recuperación, sobre todo, de las enfermedades y lesiones del aparato locomotor.

Pero no solo de baños vive Archena. A pocos minutos andando desde el balneario, con el río a la izquierda casi tapado por la vegetación, entramos en la localidad murciana, que se extiende por la vega media del Segura entre cabezos calizos, amarillentos montículos que se yerguen aquí y allá como altos miradores, que encierran yacimientos prehistóricos y que invitan al paseo y al senderismo. A la entrada del pueblo, a la izquierda, entre el río y el parque polideportivo, comienza un moderno paseo fluvial cuyo primer tramo forma la Ruta de Vicente Medina, jalonada de puntos  panorámicos sobre el agua y el caserío señalizados con los versos populares del poeta local que le da nombre.

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Pronto nos encontramos con el Museo Local, blanco edificio de moderno diseño, con una exposición permanente de restos arqueológicos y documentos históricos del pueblo, que hace también de oficina de turismo. Algo más arriba, bajo el emblemático Puente de Hierro que une las dos partes de la ciudad, un nutrido grupo de patos y cisnes se pavonea sobre su lecho acuático haciendo caso omiso de las cañas de los pescadores habituales y centrando toda su atención en la comida que le lanzan los muchos curiosos que por allí se acercan. A nuestra derecha, ya arriba en el centro, se destaca una de las antiguas chimeneas de las fábricas conserveras que en las primeras décadas del siglo pasado tiraban de la economía de la zona, ahora reducidas a original y simbólico recuerdo; al otro lado, más allá del río, el Castillo de don Mario, un antiguo palomar de esquinas redondeadas, sirve de emblemática bienvenida a los que se acercan al lugar por el este.

Todo el precioso paseo, bien pisado y amueblado, corre paralelo al agua, que se abre paso entre la frondosidad ribereña, y a la huerta archenera, un largo y cuidado vergel de hortalizas, frutales, palmeras y cañaveral que se extiende  por las dos márgenes del río. En el tramo final, ya de tierra, además de una magnífica área de descanso verde y bien pertrechada, nos encontramos con algunas de las mayores ñoras (nombre que aquí reciben las norias de grandes ruedas) de la villa, gigantescos artefactos que impulsaron el regadío huertano en el pasado.

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Regresamos al centro histórico, en las inmediaciones del citado puente. Allí se encuentra la Iglesia parroquial, un esbelto edificio del barroco tardío en ladrillo que un hermoso olivo contempla, fuera, desde su propio atrio. Muy cerca, siguiendo la calle Mayor, está la llamada Casa Grande, sólido palacete renacentista que hoy alberga el Consistorio, aledaño a una coqueta plaza ajardinada. Algo más al norte, cruzando las principales calles comerciales, nos recibe el Palacete de Villa-Rías, residencia de descanso que fue de una aristocrática estirpe local y cuyo Jardín, romántico de estanques y cuidada arboleda (presume de un viejo eucalipto de extraordinarias dimensiones), sirve actualmente de umbroso parque municipal.

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La noble mansión está ahora dedicada a la cultura: el Centro de Interpretación del Valle de Ricote, pequeña comarca cuya capital es la propia villa de Archena; y el Museo del Esparto y de las Antigüedades, variada muestra de etnografía comarcal, objetos y herramientas ya en desuso de la vida rural y familiar de antaño, con atención especial al mundo del esparto, una planta que aún crece libremente por los campos de alrededor, que servía para casi todo y que hoy está a punto de desaparecer como material de artesanía popular.

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Precisamente, quien nos atiende en esta visita es el último espartero que queda en el pueblo, ya jubilado, que se acerca por aquí algunas tardes para seguir confeccionando nuevos productos con sus hábiles manos. Quico es un entusiasta del oficio, del que nos habla largo y tendido con referencias varias a la historia del pueblo: su pasado agrícola e industrial, el retroceso de la huerta ante el crecimiento urbano, la saga familiar que levantó este edificio, la creación e impulso del balneario, la base rusa instalada en el pueblo durnate la Guerra Civil y variadas anécdotas y curiosidades de todo tipo. Toda una pedagógica enciclopedia local.

Nuestro recorrido ha ido, literalmente, sobre ruedas, en sendas bicicletas de paseo que el centro termal pone gratuitamente a disposición de sus clientes, parando aquí y allá, haciendo saludable ejercicio y disfrutando del aire libre. Ahora nos esperan, como agüistas convencidos, los lodos milagrosos.


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