Revista Cine

Armagedón

Publicado el 31 octubre 2012 por Francissco

ArmagedónDaniel estuvo a punto de espetarle algo a su hermanita y darle un empellón hacia la puerta de la escuela. Sobre todo porque en esos momentos veía en la acera de enfrente la mirada burlona de Efraím, el eterno repetidor. Pero algo en el tono de  ella, un atisbo de angustia o de tensión al mirarlo, lo impidió. No la besó, pero si que le agitó el pelo con suavidad.

-Anda vete ya, Vane. Yo ya entraré… más tarde.

Miró como la engullía el rebaño de gente que entraba, una figurita pequeña que desaparecía. Quizá lo último familiar que vería ese día. Porque Efraím ya le gritaba:

-Venga, Dani, dale ya el besito. Luego le das otro al Fornás cuando lo veas, ja, ja, ja. Aquello arrancó risas nerviosas de los demás y taquicardia en Daniel. Fornás Cervera era la bestia parda del barrio, sobre todo de los que iban a la escuela de pago. Un grandullón gordo y pegón, que lideraba a lo peorcito de la escuela que habían edificado en uno de los solares de aquel barrio de inmigrantes de toda España.

Comprobó que sus compañeros tampoco llevaban uniforme ese día. Había una excursión escolar voluntaria a la que se habían negado, aunque en casa dijeron que sí que iban para despistar. Se miraron todos pero a casi nadie le salían las palabras, con lo que arrancaron a caminar a una, todos con la mirada expectante hacia el frente.

-Debíamos ser treinta, joder y solo hemos venido quince. La puta mitad, hostia. Los del San Vicente nos van a inflar a palos -A Sempere se le ponía la cara roja como un tomate por la furia. Esa rabia suya y su tamaño lo convertían en un activo valioso. Quizá por ello, más de uno se había pegado a su lado mientras iban atravesando las calles hacia la cita, semejando una jauría de lobeznos. Muchas de esas calles no estaban asfaltadas todavía y eran puros barrizales. Un Renault 8 pasó rápido al lado de ellos salpicándoles…

-¡Eh! ¡hijo de puta!-le gritaron todos, descargando algo el exceso de adrenalina y la tensión. Alguno que otro casi parecía querer perseguir al coche.

Daniel no gritó porque se sentía tan irreal como si estuviera en un sueño. No solamente era miedo lo que tenía. También y en los últimos tiempos odiaba a Fornás y a su repugnante hermano, el Comadreja. Este último le había escupido con gesto de víbora a Vane cuando volvían a casa días atrás. Recordaba claramente la carita de ella, llena de la asquerosa saliva de aquella sabandija, y el como no paraba de llorar durante todo el camino mientras el la limpiaba y oía burlas desde la acera de enfrente. No podía olvidar tampoco el gesto de ansiedad de su madre mientras consolaba en casa a la niña.

-Apretad bien los puños y cubríos bien. Y dadles patadas con las chirucas que llevamos todos. -dijo Efraím, con aires de estar en una película. Este, Sempere, Marcial y alguno más eran los pesos pesados, los que tenían alguna posibilidad de repartir en vez de recibir. Los demás y el mismo formaban el conjunto de las ambivalentes tallas medias; los que tanto podían crecerse como venirse abajo. Por su parte, el Chinche, bajito sin remisión, parecía sobreexcitado, como si hoy fuera a consagrarse.

Y de pronto, cuando se terminó la calle al tomar una curva, allí estaba: un solar sórdido y enorme que apareció de repente, provocando que todos se quedaran clavados al borde. Había una extensa explanada, toda ella de puro barro y más allá unas malezas enormes como de jungla primordial, lleno todo con aquellos ladrillos rotos que invadían cada rincón como una plaga.

No se veía nadie esperando, eso para empezar. -Se habrán cagado de miedo y habrán pasado de venir. -dijo uno, pero todos sabían que no iba a ser así. Miraban el cielo encapotado, con una inmensa nube negra justo encima del solar y buscaban entre las matas hasta que…-¡Mirad allí! ¡Los del San Vicente! -era Chinche.

Se habían asomado varios de golpe entre las matas. Destacaba entre ellos, Fornás, un chico cetrino y corpulento que tenía el pelo crespo y muy negro, y que llevaba una chaquetilla de cuero imitado, raída y con el cuello levantado. Se los quedó mirando amenazador, con un odio tan intenso que casi le hacia contorsionar el gesto. Y en ese momento crucial, extendió los puños hacia adelante y pegó un alarido tan poderoso que debió resonar en todo el barrio.

Daniel y los demás se quedaron tiesos de la impresión. Todos los de enfrente se unieron al grito del líder y de pronto aquel solar reverberaba de aullidos. Parecían una manada de babuinos furiosos y ciertamente era algo tosco y ridículo, pero intimidaba. Efraím, muy en su papel de líder, se percató de que había que cortar pronto aquel teatrillo. Sacó de la cazadora una pistola de postas, que de lejos parecía algo más, y soltó un disparo al aire. …¡baaanngg!

Aquello hizo su efecto; los sobresaltó y los calló. -Venga gallinas cluecas, dejad ya de chillar y alinearos. En fila y uno contra uno, como dijimos. -les gritó. Algunos incluso se rieron del sobresalto rival. Fornás tan solo hizo un gesto y enseguida salieron los suyos de los matorrales abriéndose en abanico, una maniobra que imitó todo el mundo allí menos Chinche, que se quedó quieto atrás mirando a Daniel con la cara pálida. A este le quedaría para siempre en la retina una imagen fugaz y chocante, la de su amigo orinándose por el camal con los ojos saltones y la boca muy abierta.

Formaron dos filas que avanzaban a través del barro, buscando alinearse cada uno frente a  su oponente basándose en fobias personales. Durante un momento de pánico, Daniel vio que estaba en el meridiano del mismísimo gordo monstruoso, hasta que Sempere lo agarró y con un gesto le dijo: “Déjamelo a mí”. Se puso entonces a buscar con frenesí al Comadreja, al que parecía haber visto antes y a quien ahora parecía imposible ubicar ¿Donde coño estaba? ¿Escondido entre las matas?

A falta de aquel, se encaró con un chico rubio de cara sucia, que era más o menos de su talla y también lo miraba ansioso. En ese momento y en los dos bandos comenzaron los gritos, aceleraron todos el paso y los metros de separación empezaron a disminuir. Daniel experimentó una especie de silencio repentino y una visión como de túnel angosto cuando miraba hacia delante…tan solo la cara del rival y…

Vanessa apuraba el paso detrás de su hermano y sus amigos. Decidió que ese día se iba a divertir espiándolos en vez de aburrirse en clase. Con sus rojas botitas de agua, disfrutaba de lo lindo siguiéndolos a distancia mientras ellos llegaban a aquel solar, donde con toda probabilidad iniciaron algún juego muy divertido, a juzgar por los gritos que se oían todo el rato. Luego y en casa, ya le haría creer que lo delataría por hacer novillos si no le hacía los deberes, ja, ja…

…el caos. Salta Daniel con la pierna por delante, aprovechando el hueco que su oponente hace al abrir los brazos para agarrarle, y estampa su talla 38 en la boca del estómago del carasucia. Este encaja el golpe gimiendo y agacha la cabeza. Como si fuera otra persona, se ve a sí mismo aprovechar la postura del rival para propinarle una patada más en la cara y otra de regalo en la mandíbula, descargando con fuerza y con histeria. Se queda mirando atónito al rubio que cae escupiendo sangre; algo parece haberle crujido haciendo un ruido bastante feo. El corazón le late a cien por hora y la visión del líquido rojo corriéndole al otro por la cara le horroriza…

…Para que no la vieran, Vanessa dió un pequeño rodeo y se escondió entre las matas del solar. Aunque nada más hacerlo y fijarse en ellos le entró el espanto. Aquello no era un juego, madre mía. Allí estaban todos ellos: un montón de grandullones cubiertos de barro y agarrándose del pelo. Dándose patadas y puñetazos y rodando por los suelos haciéndose presas. Ya había más de uno llorando, gritando con histeria y asustándola por contagio. Uno de ellos tenía el rostro tan lleno de sangre que la sobrecogió y empezó a temblar de miedo allí escondida, al punto de que se dispuso a huir asustadísima. Pero cuando se levantó, unas manos sucias y toscas la agarraron. Ay, dios, que era aquel guarro que una vez la escupió por la calle…

…y como en sintonía con las lágrimas y regueros de sangre de su rival, de pronto empezó a llover. La inmensa y negra nube que vigilaba encima parecía asqueada de lo que veía y decidió descargar, remojando a todos por igual, cosa que nadie parecía advertir. De un vistazo, Daniel percibió que todo aquel pandemonium parecía haberse congelado. Casi todos los oponentes estaban en fase de forcejeo sordo, rodando por el barro y gruñendo. Fornás estaba encima de un Sempere sangrante, al que hacía tragar agua de un charco que enrojecía poco a poco, Efraím tenía un ojo hinchado y su rival le intentaba arrancar -literalmente- el otro, pero la impresionante lluvia de golpes que se llevaba estaban minando al barriobajero.

Un instinto homicida le hizo acercarse por detrás a Fornás y detonarle una terrible patada en la dentadura -casualidad que tenía la boca abierta en ese momento- que hizo que el gordo salvaje se echara al suelo con aullidos. Sempere -que había estado debajo- se levantó tambaleante del charco. Tenía una fea grieta en los labios que se los rajaba de arriba a abajo y un ojo en muy mal estado, además de un tembleque en las piernas.

Daniel vio que Fornás estaba a cuatro patas sangrando por la boca, con varios dientes suyos caídos por la tierra. Sempere, recuperándose algo, le atizó otra patada más en todo el rostro y rugiendo se abalanzó otra vez sobre el. Aquello último, mas que ningún otra cosa, le hizo experimentar arcadas de puro horror. Intuyó con pavor que aquel solar y ellos mismos estaban malditos; habían conjurado el infierno y este los iba a sepultar a todos en agua, barro y sangre. Miraba en derredor y la lluvia lo volvía todo borroso, pero alto ¿quien…quienes eran los de aquel matorral? Santo cielo, pero si ese era el comadreja y..aquella niña con chubasquero era…

-¡…Cagarro de mierda, le voy a arrancar la cara a la guarra de tu hermana, a mi hermano no le pega nadie…! -decía el Comadreja. Daniel notó una tenaza de hielo que le agarraba las tripas. Estaba demasiado lejos. Una mano estiraba hacia atrás los pelos de su hermana Vani, que lloraba. Lloraba mientras la otra mano de su captor se arqueaba en forma de garra y descendía frente a su rostro…

…y mientras un ladrillo lanzado se estampaba en la cara de Comadreja, que soltó su presa y cayó entre las hierbas. Daniel vio entonces a Chinche, con más munición en la mano.

-Corre, Daniel, llévatela. Yo lo vigilo. Vete, que vienen los vecinos con la policía. Sal por allí delante, por el callejón de la trapería y así no te verán. -Allí estaba Chinche. Se había redimido con todos los honores de su anterior cobardía haciendo esto. Su mirada era firme y muy distinta a ninguna que Daniel le hubiera visto jamás. No participó en la pelea pero sí que se quedó allí después de esta, cubriéndolo y facilitándole el escape. A última hora, decidió que no quería ser el chico que se orinaba de miedo y su gesto final fue quizá lo único cuerdo que hubo aquel día.

Vanessa saltó literalmente hacia su hermano y enfilaron por un callejón lateral oscuro y estrechísimo, uno de esos horrores urbanísticos de los extrarradios que no aparecen nunca en las guías callejeras. Lo habían formado dos gigantescas manzanas adyacentes, separadas apenas por dos metros escasos y por cuyas paredes bajaban cada poco tuberías de agua que ese día vaciaban sin parar, convirtiendo la fisura en un larguísimo riachuelo. El agua estaba desplazando bolsas de basura y otras cosas innombrables. Habían pasado del infierno del solar al purgatorio silencioso y angosto de aquella grieta en el cemento. Daniel miraba cada poco hacia atrás con alarma y agarraba fuerte a Vanessa.

Si en un principio ella no lloró por el alivio de estar al fin con su hermano, ahora si le llegó el turno al llanto quedo y suave. El se había quitado su impermeable y se lo había puesto por encima. Ella casi no tenía ningún rasguño, salvo el pelo despeinado y barro en los zapatos. Daniel le daba un beso de vez en cuando, llorando también de puro alivio.

-Dani, por favor, no le cuentes nada a la mamá, que si digo que no he ido a clase por espiarte a ti me reñirá. -dijo ella entrecortadamente.

-Tranquila, Vani, preciosa, que nadie sabrá lo que has hecho. -Daniel pensó que ese no sería su caso, precísamente. Si hacían indagaciones pronto se harían con todos los nombres.

-Dani ¿verdad que todos esos chicos eran muy malos?

-Sí, Vani, sí que lo eran. -”Como tu hermano, que suelta patadas asesinas y se gana enemigos para siempre” pensó el. Se sabría. Se armaría el follón. Habría que rezar pidiendo algún milagro que lo ocultara y lo volviera invisible…

-Dani ¿mañana me llevarás al cole como siempre?

-Sí, Vani, como siempre. ”Y si no emigramos de este barrio tendré aún mas miedo que nuestra madre. Por tí y por mí “. Ese día se había conocido algo a sí mismo. Supo con absoluta claridad que si tocaban a su hermana los mataría…

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Saludines. Dedicado a los amigos que tuve en aquel barrio de la periferia de mi ciudad donde pasé mi infancia y adolescencia.

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