Revista En Femenino

Así fue el parto de mi hijo Mario

Publicado el 04 noviembre 2014 por Maternidadsos

Hoy voy a redactar un post para mí misma.

Quiero dejar por escrito como fue el parto de Mario hace ya 27 meses, para que cuando mi memoria de pez falle, que es muy a menudo, pueda leer esto y recordarlo.

¿Quieres que te lo cuente? Ojo, no soy muy escatológica, pero si eres demasiado demasiado sensible, quizás no quieras conocer todos los detalles…


Mario nació el 5 de agosto de 2012.

Yo había estado ya dos veces en en hospital creyendo que estaba de parto.

La primera vez fue en la semana 39.

Las contracciones empezaron de madrugada y, pese a no ser dolorosas, llegué a tener contracciones cada 5 minutos.

Así que, como buena madre primeriza y muy acojonada, nos fuimos para el hospital.

5 horas después, salía cansada y triste.

Me tuvieron bastante rato en monitores, pero finalmente, falsas contracciones. Puñetero Braxton Hicks.

La segunda alarma vino un par de días antes del día H.

Empecé a tener mucha cantidad de flujo vaginal.

Pensaba que podía tratarse de una fisura en la bolsa y, como en estos casos hay riesgo de infección, pues de nuevo a urgencias.

Esta vez tampoco estaba de parto.

El flujo abundante se debía a una infección por hongos, concretamente el hongo cándida, que parece ser que es fácil cogerlo en las últimas semanas del embarazo. Yo no había tenido nunca, pero hay mamás que las sufren varias veces a lo largo de todo el embarazo.

Recuerdo como el peor momento de mi vida, los tactos vaginales en urgencias.

Nunca había tenido hongos, así que la zona estaba superdolorida por dentro, y la enfermera me trataba como si fuera una yegua a la que había que inseminar…. horrible.

Tanto, que salí llorando de allí.

Me dije que no volvería al hospital hasta que no viera asomar la cabeza del niño, aunque tuviera que tenerlo en el coche de camino al hospital…

Un día después del día H, volví a tener un flujo importante. Tanto que me tuve que poner compresa.

Aún dolorida por los tactos de hacía 2 días, no pensaba ir tan fácilmente, así que dejé que transcurriera todo el sábado.

Esa madrugada ya me empecé a preocupar.

Si era una fisura de bolsa, no debería esperar mucho, así que a las seis de la mañana del domingo, me armé de valor y nos fuimos otra vez a urgencias.

Esta vez sí. Efectivamente era una fisura en la bolsa. Lo saben porque te hacen una prueba con un papelito, que mojan en el flujo y les dice si es líquido amniótico o no.

Yo creo que fue la enfermera-veterinaria, que con la exploración que me había hecho hacía dos días, había llegado hasta el páncreas.

En fin, como hacía más de 24 horas de la rotura de bolsa, me contaron que no podían esperar a que me pusiera de parto de forma normal, así que me pusieron Oxitocina en vena como si no hubiera mañana.

En la sala de parto me asistía una matrona, una chica joven que rondaría la treintena, llamada Maria José.

Un ángel.

Desde el principio me contó como iba a suceder todo. Qué sentiría y cómo lo haría. Que iríamos haciendo nosotras y todos los pasos a seguir.

Me dejó levantarme todas las veces que hicieron falta. Me acompañaba al baño con toda la ristra de goteros: La Oxitocina, un antibiótico por si había infección y un suero para mantenerme hidratada.

Entré en la sala de partos sobre las 8:30 de la mañana. A eso de las 12 rompí aguas.

Que sensación más rara la de sentir que te haces pipí y que no lo puedes sujetar.

A partir de ese momento empezó la fiesta.

Ya me había advertido la matrona que cuando rompiera aguas iba a ser doloroso pero ¿tanto?

Estaba dilatada de unos 3 cms cuando pedí la epidural.

Ya había leído sobre ello. Sabía los pros y los contras, así que ya había firmado la autorización a la espera de si podría soportar el dolor o no. Y no pude.

Si la matrona era un ángel, la epidural era un milagro. Dejé de sentir dolor en apenas 2 minutos.

Eso sí, el proceso de la epidural también es un rato malo, pero solo dura unos minutos.

El anestesista era un chico joven pero más soso que soso. Me puso la epidural como quien enyesa una pared, sin prestarme la más mínima atención.

Menos mal que la matrona se puso frente a mi y me cogió las manos mientras me decía que todo iba a pasar pronto.

Yo estaba sentada sobre la camilla, con las piernas cruzadas cual postura de yoga, con esa barrigota que no me permitía ninguna movilidad, intentando doblarme como si fuera un huevo.

Incómodo, muy incómodo.

Y doloroso, porque ahí ya tenía contracciones dolorosas y no podía moverme ni un milímetro mientras el anestesista me ponía la epidural.

Luego fundido a negro. Se pasó el dolor como por arte de magia.

Estaba tan cansada que me quedé dormida más de una hora.

Cuando me desperté estaba dilatada de unos 7 cms, y eran más o menos las 2 de la tarde.

Enrique estuvo conmigo en todo el proceso, excepto en el rato que estuvieron poniéndome la epidural.

Alrededor de las 3 de la tarde me dijo la matrona que ya casi estaba, así que me puse en posición (espatarrada total) y me explicó como tenía que empujar.

Detalle importante que se les había olvidado enseñarme en las clases de preparación al parto.

Mucha respiración y relajación, pero yo no sabía empujar.

Menos mal que la matrona me lo explicó muy bien y no tenia mucho misterio:

- Haz fuerza como si quisieras hacer caca, pero apretando desde el estómago.

Fueron unos 5 o 6 empujones fuertes.

Con la epidural no sentía dolor, pero sí notaba cuando llegaban las contracciones, que era el momento para empujar (hay mamás que han tenido la epidural y no han notado las contracciones, en estos casos no pasa nada, la matrona o doctor te pone la mano en la barriga y sabe cuando llegan las contracciones y te dice cuando empujar).

En los empujones finales aparecieron dos ginecólogos y fue la doctora quien me cosió.

Mario nacía a las 15:33 minutos de la tarde.

Cuando me lo pusieron encima, fue bonito, pero yo no sentí ningún nirvana.

No habían campanas sonando.

No se oían cantares celestiales.

No se me saltaron las lágrimas.

Todo bastante terrenal.

Me sentí un poco mala madre por no sentir esa emoción que cuentan que te embarga en esos momentos.

Supongo que el cansancio, el sueño, el desconocimiento y una que no es demasiado sentimental, fueron la combinación que dio como resultado un primer contacto de lo más normalito.

Me habían tenido que hacer una episiotomia bastante profunda, pero además tuve un desgarro, así que recuerdo que la doctora estuvo cosiendo más de media hora larga.

Mientras, Mario iba de aquí para allá con diversas pruebas y su padre detrás como un sabueso.

Ya le había hecho jurarme que no lo perdería de vista.

Sí estuvimos un ratito piel con piel. Serian unos diez minutos en total, desde que él nació hasta que yo expulsé la placenta y tuvieron que empezar a coserme.

Así que tengo un buen recuerdo del parto de Mario.

Fue agotador y largo, pero en mi mente siempre había pensado que sería mucho más complicado y doloroso, así que la sensación final fue:

- Hombre, pues no ha sido para tanto.

Pero eso fue gracias a la epidural. Si yo hubiera dado a luz hace un siglo, que no existía la epidural, ya te digo yo que Mario sería hoy hijo único.


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