Revista Solidaridad

Ataduras que encarcelan

Por Enriquerichard

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  –  Me han dicho que en Riereta me podría duchar y cambiar de ropa.

No le habíamos visto nunca, pero alguien le habló de lo que hacemos y, nada más vernos, se vino hacia nosotros. Éramos su tabla de salvación en medio de un océano negro e infinito.

Víctor es bastante joven y aparentemente se desenvuelve bien.

–  Soy alcohólico y tengo depresión. Yo solo, no puedo salir.

No es normal que en un primer encuentro demos satisfacción a sus demandas.
Es conveniente conocer más cosas.
Tampoco su perfil se corresponde al que nosotros denominamos “perfil de Arrels”: persona que vive desde hace años en la calle y que está especialmente deteriorada. Normalmente superará los 50 años. Víctor, en cambio, se vale por sí mismo y tiene posibilidades de gestionar y de moverse.
También es importante conocerle un poco, saber alguna cosa más de él, de su vida, de su situación… La mentira en muchas ocasiones forma parte de su estrategia para poder sobrevivir, y no lo criticamos: mucha otra gente utiliza el engaño para poder lograr lo que pretende y viven la mar de bien. ¿Por qué no lo va a intentar una persona a quien le puede ir la vida en ello? La mentira y la compasión, son dos armas que sólo la dejan de usar cuando entre medias se establece la confianza. Y aún así…

–  ¿Por qué no te acercas a los servicios sociales de la administración y hablas con un trabajador social?
–  Hace algún tiempo que me movía por ese campo, pero soy algo violento cuando bebo y me fui. Quedé mal con aquella gente y ahora me cuesta volver. No sé cómo me recibirían.

A las personas que vemos que son jóvenes y que aún pueden valerse por sí mismas, porque no están machacadas por la calle, intentamos que hagan el esfuerzo de que sean ellas las que se busquen los recursos que necesitan.

La conversación que hemos mantenido nos ha permitido saber algo más de nuestro amigo Víctor: no es nuevo en la calle. Es posible que haya estado trabajando y que dejase en algún momento la bebida. Pero ahora ya no tiene trabajo y ha vuelto a beber.

Por la tarde estuvo en Riereta. Por la mañana le habíamos prometido que se podría duchar al menos esa tarde en el Centre Obert. Nuestros buenos oficios con Anna, educadora del Centre, permitieron que Víctor se duchase y él nos lo agradeció.

–  La próxima vez, te vas a Fonthonrada, le dijeron.

Fonthonrada  son unos locales del Ayuntamiento en donde se pueden duchar cada día unas treinta personas, pero has de ir el día anterior para que te den la tanda.

Pero no nos hizo caso, y el martes siguiente Víctor estaba puntualmente otra vez en Riereta.
Eso sí, más deteriorado y bebido que la semana pasada. Por supuesto que tampoco ha ido a los servicios

Ataduras que encarcelan
sociales ni ha intentado pedir plaza en un albergue para dormir.

            –  Enrique, no puedo. Estoy alcoholizado y, cuando llega la tarde, ya no puedo moverme del banco para ir a ningún sitio. Tengo depresión…

Su discurso no varía: soy alcohólico y tengo depresión. Con estas dos excusas Víctor justifica su inacción.
Víctor seguirá, sin remedio, precipitándose en su caída. Él solo es muy difícil que se libere de la atadura del alcohol que le hace, a su vez, no poder avanzar, dejándolo atado al banco que le encarcela…

Por otro lado, tú no puedes convertirte en su lazarillo que todo se lo da solucionado…
El querer cambiar, el querer vivir, es un acto de voluntad que sólo lo puede ejercitar aquel que desea el cambio. Por lo que, como siempre, tú sólo puedes estar a su lado, sugiriendo caminos, empeñando esfuerzos… esperando…


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