Revista Cultura y Ocio

Atila, por Javier Serena

Publicado el 04 enero 2015 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Atila, por Javier Serena Editorial Tropo. 176 páginas. 1ª edición de 2014.
Hace dos años comenté en el blog la novela La estación baldía de Javier Serena (Pamplona, 1982). Y conté también cómo conocí a Javier en una reunión de poetas. Desde entonces hemos cambiado alguna impresión por internet, hemos coincidido de casualidad en la Feria del Libro de Madrid; y hemos quedado dos veces más para hablar de libros. En una me comentó su lectura de mi novela El hombre ajeno, y en la otra, durante el último diciembre, me regaló su nueva novela Atila, una semana antes de que llegara a las librerías.
Atila además de ser el nombre de la última novela de Javier (acompañado del subtítulo Un escritor indescifrable) es el título del último libro que escribió antes de suicidarse en el París de 1990 Aliocha Coll, escritor, nacido en Madrid en 1948, aunque educado allí de donde eran sus orígenes: Barcelona. Aliocha Coll es el personaje central de la novela de Javier Serena.
Cuando Javier me comentó que su nueva novela iba a aparecer en la interesante editorial zaragozana Tropo me preguntó si me sonaba el nombre del escritor secreto, o maldito, o lunático, Aliocha Coll. Resultó que yo recordaba su extraño nombre (en realidad un pseudónimo en honor a uno de los personajes de Los hermano Karamazov de Fiodor Dostoyevski; su verdadero nombre era Javier Coll) de una semblanza aparecida en el Abc cultural escrita por Patricio Pron (se puede leer AQUÍ). Entre otras cosas, Aliocha Coll es famoso (y nunca este adjetivo ha sido tan mal empleado, porque Aliocha Coll no es famoso en absoluto) por ser el único autor de la agencia literaria de Carmen Balcells que no consiguió alcanzar ningún tipo de éxito. Javier Serena supo de Aliocha Coll a través de algunos cuentos o artículos de Javier Marías, que frecuentó su amistad. La figura de Coll creció en la fantasía de Javier Serena (nos cuenta en el epígrafe del libro) hasta desembocar en la ficción que hemos leído al acercarnos a su Atila, una ficción mucho más convencional –apunta Serena- que la propuesta por Coll. “Un tipo de literatura más bien imposible”, apunta Marías que era la de Coll.
Coll publicó en la Alfaguara de 1982 la novela Vitam venturi saeculi, un libro al parecer rompedor y vanguardista, de difícil lectura. Coll, procedente de una familia burguesa catalana, después de abandonar la carrera de medicina se traslada a París para ser un bohemio, o un mártir, de la literatura. Coll no quiere trabajar y escribir, no quiere replegarse a ningún convencionalismo social, sólo quiere escribir desde la pureza, sin ningún imperativo comercial. Esto le acaba conduciendo, pese a su cultura y su inteligencia, a un tipo de escritura minuciosa y oscura, una escritura de la que él parece ser el único receptor posible; una literatura no ya complicada sino incomunicable. Y a pensar de esto, su última novela Atila, apareció póstumamente en la editorial Destino.
En esta novela, Serena no trata de reconstruir la vida real de Aliocha Coll, sino que a partir de una imagen central, obsesiva para él –la del escritor que se va aislando del mundo, tan absorto en su obra que llega a olvidarse de vivir, e incluso que llega a olvidar que el objetivo de una novela debería ser el de entretener o comunicar a otros- inventa una ficción. Los personajes secundarios del libro (el padre de Aliocha, o su primo, o el narrador) son inventados. Según el nombre que aparece en la wikipedia, el padre del Aliocha real tiene un nombre diferente al de esta ficción. Y pese a que los rasgos esenciales de la vida de Aliocha están extraídos de la realidad, las peripecias narrativas que describe Serena en Atila son ficcionales. Atila está contado por un narrador sin nombre del que llegamos a saber que es periodista cultural de una revista llamada El paseante. Conoce a Aliocha, primeramente de forma postal, a raíz de tener que preparar un artículo sobre los nuevos narradores españoles de los 80. La novela comienza en febrero de 1990, y por tanto unos meses antes de que Aliocha se acabara suicidando en octubre de ese año. La idea del suicidio está adelanta en la narración desde la página dos, convirtiéndose en un leitmotiv del libro. El lector sabe que la novela acabará con la muerte de Aliocha. Atila comienza con una de las últimas visitas a París del narrador para encontrarse con Coll, su amigo cada vez más desvalido. En la segunda parte (que comienza en la página 43) el narrador retrocede en el tiempo para hablarnos de cómo conoció a Aliocha tres años antes. De tal modo que la novela está narrada a partir de la muerte de Coll.
Cuando comenté La estación baldía apunté que el estilo de Serena era denso en metáforas, y que a veces caía en un exceso de adjetivación. Cuando comencé a leer Atila, tras las primeras páginas, tuve la impresión de que el estilo denso en metáforas y frases largas de Serena seguía cayendo en el exceso de adjetivación, pero tras unas primeras dudas iniciales, he de señalar que este ligero problema, este titubeo de su novela anterior, ha sido superado con una escritura en la que lo perdido en densidad descriptiva se ha ganado en elegancia narrativa.
El narrador reconstruye la vida de Aliocha desde la fascinación y el respeto. Duda del sentido de la obsesión de Aliocha pero no de su pureza: “Hacía muchos años que Aliocha ya estaba atrapado sin remedio en un infierno circular: había puesto tanto empeño en escribir, que había terminado sordo y ciego, extraño a todo cuanto le rodeaba, tan desorientado frente al vértigo del mundo que sus libros estaban abocados al más sólido hermetismo.” (pág. 77) “Era lo  mismo que culparle por haber luchado hasta la locura y el fracaso por cumplir su sueño de escritor.” (pág. 118)
“Si había una razón por la que emprendía aquellos viajes no era otra que conocer mejor esa extraña fiebre que padecía desde hacía tanto tiempo. Era un hombre verdadero como pocos, con una mente lúcida e impenetrable al mismo tiempo, infundido de tal talante épico que a veces parecía que viviera en la ciudad igual que si la hubiera conocido cien años atrás, perdiéndose en largas rutas que le conducían por brumosas callejuelas pobladas de leyendas y por los cementerios apartados de los artistas condenados.” Así nos habla el narrador en la página 72 sobre los motivos que le llevan a acercarse a Aliocha. Serena utiliza en esta novela la técnica del narrador testigo, el periodista cultural sin nombre que cuenta la historia nos acerca al personaje retratado desde su experiencia directa,  a través de las conversaciones telefónicas que tiene con Carlos Valls, el primo de Aliocho, o desde la mera conjetura.
Creo que la novela hubiera mejorado si la información suministra al lector sobre este narrador hubiera sido mayor. Estoy pensando en Nick Carraway, el narrador testigo de El gran Gastby de Scott Fitzgerald, encargado de acercarnos a la vida de Gastby; o en el Arturo Belano de Estrella distante de Roberto Bolaño, que nos acerca a la vida de Carlos Wieder. El narrador testigo de Atila nos introduce en la vida del personaje de la obra y si a través del retrato de Aliocha en este caso, nos hubiera acercado más a él mismo, a un personaje con sus luces y sombras particulares, la novela hubiera podido alzar más el vuelo. Sin embargo, no quiero con este matiz de forma, con este juego de la novela que podría haber sido, afear el logro conseguido por Javier Serena en Atila: el uso de un lenguaje elegante para mostrarlos, a través de vívidas escenas de desesperación y efímeros brotes de vida, la esencia de un ser –Aliocha Coll- atrapado por la literatura, víctima y paladín trágico del arte de la novela.
Me comentó Javier Serena que las novelas de Aliocha Coll están en la biblioteca del Retiro, y que debería echarles un vistazo. Lo hice. En un sillón de la biblioteca leí algunas de las páginas del Atila de Aliocha Coll: una escritura hermética, incomunicable, extraña, tal vez culta y elegante. Una literatura de la diferencia.


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