Revista Cultura y Ocio

Autómatas

Publicado el 16 marzo 2010 por Bruce

Hadaly se inclina sobre su hombro: «Se lo dije. Dios se ha retirado del canto». La imagen podría ser conmovedora. Y el susurro de la bella al oído del desencantado debería suplir con ventaja la dulzura del cantar del ave. Pero también Hadaly es un autómata. Obra perfecta del ingeniero que calla.
Está en el capítulo que lleva como título «Dios» de la novela extraña en la cual Villiers de l´Isle-Adam trabajó durante años antes de darla a imprenta, en 1886 con el título de La Eva futura. Ridley Scott le rinde homenaje conmovedor en una de las secuencias más líricas de la Historia del cine: Deckard (Descartes, tal vez, que fue el primero en teorizar el cuerpo humano como autómata), perseguidor de replicantes, aguarda en la enorme sala de espera de la Tyrell Corporation a la secretaria del sabio que ha tejido ese imperio asombroso de clones. Se escucha un roce de plumas súbito en el aire.
Un búho suntuoso sobrevuela la alta sala. Al fondo, ruido rítmico de tacones. Enseguida, la imagen de una mujer -quizá la más bella imagen de mujer en el cine de los últimos cuarenta años- que avanza. Perfecta. ¿Demasiado? «Le gusta nuestro búho?», pregunta. Pero Deckard es demasiado profesional como para dar respuestas. «¿Es artificial?». Y ella lo mira, displicente: «Por supuesto».
(El artículo entero, en ABCD)



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