Aylen

Fueron vertidos ríos de tinta sobre la conveniencia, o no, de publicar la imagen que ilustra nuestra entrada de hoy, e incluso, el comentario del director de un conocido periódico con tirada nacional, versó sobre el particular, con referencia al debate entre diferentes profesionales de la información sobre el trato que merecía el documento gráfico.

La muerte de un niño apena siempre de forma especial a cualquier adulto, supongo que por simple codificación genética, pero la cercanía de esta instantánea sacudió especialmente una sociedad que experimenta estos sentimientos desde la prudente distancia de su comodidad y bienestar occidentales. Tampoco debemos alarmarnos por este fallecimiento; ahora mismo, mientras escribo esta entrada, han muerto por por hambre, falta de agua o ausencia de medicamentos, varios menores en diferentes países del tercer mundo, por lo tanto, la sensibilidad despertada por Aylan, tiene algo de hipocresía social.

El padre perdió a su esposa y dos hijos en la tragedia que representó su intento por alcanzar el supuesto bienestar de la vieja europa, o de la joven América, que algo de Canadá se escribió en los medios, y dejó el rastro imborrable de la dramática imagen que recorrió el mundo de exremo a extremo. En el fondo, creo que una de las razones de su relevancia no fue tanto el hecho en sí mismo, como el lugar y el color; las barrigas hinchadas de chiquillos hambrientos se sienten tan lejanas como ajenas, pero en este caso, la cara medio enterrada en la arena, es la de un niño blanco.