Revista Cultura y Ocio

Baltasar de la Cueva Enríquez

Por Enrique @asurza

Baltasar de la Cueva Enríquez, fue conde de Castellar y XX virrey del Perú. Nació en Madrid en 1626. Hijo segundo de don Francisco de la Cueva y de doña Ana Enríquez. Realizó estudios de Derecho Civil y Canónico en la Universidad de Salamanca, donde optó al título de licenciado en 1647, ejerciendo luego la rectoría del colegio mayor de San Bartolomé. Se dice que fue designado para ocupar el cargo de deán en el cabildo catedralicio de Salamanca, pero al no haber recibido las órdenes sacerdotales pasó con una plaza de oidor a la corte de Granada, en 1654. Cinco años más tarde era promovido a la corte real, como fiscal del Consejo de Órdenes Militares. Tuvo a su cargo responsabilidades diplomáticas ante los gobiernos de Venecia y el Sacro Imperio Germánico antes de incorporarse, en 1671, al Supremo Consejo de las Indias en calidad de miembro titular. Quiere esto decir que poseía alguna experiencia teórica de los negocios peruleros cuando el 26 de setiembre de 1673, por despachos del rey Carlos II, fue llamado a ocupar el vacante virreinato del Perú.
Después de efectuar algunas inspecciones en la región del istmo panameño, desembarcó en el puerto de Paita y siguió por tierra el camino hasta Lima. Su entrada oficial en esta ciudad, el 15 de agosto de 1674, se llevó a cabo con extraordinaria pompa: subsiste la imagen de un arco triunfal que fue decorado con 400 barras de plata, en demostración de la opulencia que todavía disfrutaba el país. De todas formas, el virrey tuvo un desempeño laborioso y liberal, de lo más llano y deferente en el manejo de los asuntos públicos. En su Relación de gobierno se jacta de que recibía en persona los memoriales y recursos que deseaban hacerle llegar los particulares, escuchando a todos en audiencia sin ninguna cortapisa.
Celoso defensor del erario real, en el espacio de cuatro años recaudó más de cuatro millones de pesos, sin contar 3500 quintales de azogue que envió a México; y al dejar (abruptamente) el gobierno quedaban en caja unos dos millones en plata corriente. Sabiendo que los oficiales reales de la provincia de La Paz habían defraudado a la Corona, mandó hacer una averiguación y castigó con la horca a dos de los principales inculpados. A esta dureza en el afán recaudatorio se añadieron los efectos negativos de una serie de quiebras experimentadas por el comercio, lo cual le granjeó la animadversión de los comerciantes agrupados en el Consulado de Lima. Éstos elevaron una queja en contra del virrey ante el Consejo de Indias, por virtud de la cual el monarca -en un rasgo sin precedentes- ordenó separar inmediatamente al conde de Castellar de sus elevadas funciones, “luego al instante que reciba el despacho en que se lo envío a mandar”. Así, de una manera inesperada, el gobernante fue destituido el 7 de julio de 1678 y obligado a tomar asiento fuera de Lima hasta que se ventilase su juicio de residencia. El degradado funcionario se retiró a vivir en Paita y después en el pueblo de Santiago de Surco. Por el fallo de su juicio de residencia (emitido el 24 de abril de 1680) se conoció que Castellar había ejercido su cargo en la forma debida, absolviéndolo de todas las acusaciones que contra él habían formulado los apasionados oficiales de Hacienda en connivencia con los comerciantes, y que tan ligeramente habían sido amparadas por las autoridades madrileñas. El personaje, restaurado en su imagen de probidad, permaneció en Lima todavía hasta setiembre de 1681.
Don Baltasar de la Cueva, que junto con el de conde de Castellar ostentaba el título de marqués de Malagón, estuvo casado con Teresa Arias de Castellar. Pasó sus últimos años de vida en la villa y corte de Madrid, reintegrado a la plaza de ministro del Consejo de Indias. Allí le tocó la muerte el 2 de abril de 1689, a los 63 años de edad.


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