Revista En Femenino

Bebé 1- Mamá 0 (espectacular texto de Narcisa.com)

Por Mamikanguro @MamiKanguro

Ser madre de un bebito tiene su lado oscuro. Especialmente los fines de semana cuando queremos seguir teniendo una vida social. Una vida, bah.Hoy intentamos ir a un restaurante con el bebé después de un año. Lo llevamos cuando tenía 3 meses y lloró tanto que nos tuvimos que ir. Fue medio traumático si se puede hablar en esos términos, desde el punto de vista de los padres, digo.

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Habíamos pedido la comida y la habíamos empezado a comer y el bebé arrancó con un balido bajo pero sostenido que empezó a crecer y aceleramos la ingestión pero cuando íbamos por la mitad los berridos no dejaban comer a nadie y todo el restaurante nos miraba mal. Levantamos campamento y estábamos saliendo cuando el mozo nos alcanza con la cuenta. Ni se nos ocurrió pedirla. Un papelón. Una indigestión.

Desde entonces y hasta hoy, mirábamos para otro lado cuando pasábamos por un salón de comidas, y la sola mención de la palabra restaurante nos traía malos recuerdos. Pero hoy nos animamos y cuál claustrofóbicos en recuperación que entran a un ascensor metálico de puertas automáticas suspiramos acongojados y nos metimos en una trattoria que parecía un lugar para familias.

Apenas nos sentamos noté que a pesar de su condición de cantina ahí sólo había gente de 30 para abajo y, ni un chico. ¿Dónde estaban las otras parejas del mundo con chicos? Lo miré a mi marido inquieta. Me sonrió nervioso pero decidido. El bebé estaba dormido en su carro. Y asi siguió hasta que hubimos hecho nuestro pedido. Y entonces mientras el mozo se iba con nuestra orden en la mano, el gordini elevó la cabeza. Primero sin convicción, como si existiera la posibilidad de volver a bajarla y seguir durmiendo. Y después la elevó decidido y la sostuvo girándola de un lado al otro como un periscopio. Tanteé en busca del chupete y se lo puse en la boca y le bajé la cabeza y lo hamaqué en forma rítmica como si estuviéramos en casa, cenando los tres solos, como siempre. No había forma de mantener esa cabeza abajo. Protestó. Se la solté. La dejó levantada y cuando se cansó de mirar el mundo desde esa posición empezó a forcejear para zafarse del cinturón y del cochecito. Apareció el mozo con nuestros platos. Lo alcé a upa resignada a comer con él así. Pero no quería comer, quería meter las manos en mi plato y cuando vio que no se lo permitía se quedó quieto un segundo, hizo un puchero y largó un grito desgarrado como si algo lo hubiera ofendido en su más profunda dignidad. Todas las personas que estaban en ese lugar nos miraron. Me miraron. Quise explicarle a una chica que estaba al lado de nuestra mesa que sólo le impedí meter las manitos en mi plato caliente pero cuando iba por la segunda palabra se dio vuelta como si yo no existiera y retomo la conversación con su acompañante. Mi marido a todo esto se llenaba la boca de comida. Odia pagar por algo que no consumió. Es de los que discuten horas cuando hay que pagar la cuenta porque nunca está de acuerdo con lo que le toca poner a él. No sacaba los ojos del plato.

El gordini y yo forcejeábamos y en el revoleo metió los puñitos en el plato de pastas con salsa y tiró el plato con todo, sin querer, al piso. Yo ya no forcejeaba y tenía el pelo lleno de salsa rosa cuando se acercó el mozo con mala cara a levantar todo. Apenas pude ver lo que siguió porque se me confundían las caras y las voces y sólo atiné a levantar al bebe y ponerlo en el cochecito, al revés me di cuenta después, porque como ya dije no veía bien y salí caminando pero me metí en la cocina y ahí vino mi marido y lo enderezó al bebé y nos sacó a la calle y nos subió al auto y fuimos a casa. Esta vez él por lo menos pudo comer. Por ahora no lo vamos a intentar de nuevo por un tiempo pero cuando lo hagamos capaz que la que lo logra soy yo.

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