Revista Comunicación

Being Don Draper

Publicado el 02 octubre 2014 por Ochoymedio

Si hay algún mito que hace parte de la estructura profunda del “american way of life” que nos hayan querido vender durante años en el cine, la televisión y, por supuesto, la publicidad, es el del “self made man”, el hombre hecho a sí mismo, a pulso, que comenzando desde lo más bajo de la escala social consigue trepar hasta la cima gracias a una combinación de talento, creatividad y esfuerzo. Sobre ese mito descansa “el sueño americano”: no importa quién sea yo en mi país, si voy a Estados Unidos y lo hago bien, la vida me compensará.

En el año 2000, Matthew Weiner estaba viviendo su propio sueño. Tenía 35 años y trabajaba bajo contrato como escritor de planta de una sitcom más o menos exitosa (Becker), tenía tres hijos, unos ingresos estables y un trabajo por el que 100 personas estarían dispuestas a matar. Y sin embargo, no era feliz. ¿Qué era lo que pasaba? ¿Por qué no se sentía satisfecho con lo que había obtenido? Como dijo en una entrevista para la National Public Radio, “si esto es todo lo que ofrece la vida, podría ser una muy buena excusa para comportarme mal”.

Mad men 1

Mientras intentaba explicarse a sí mismo esa sensación de pesar y desasosiego en el alma, continuó su exitosa carrera de guionista televisivo escribiendo bajo la sombra y el consejo de David Chase, doce capítulos de The Sopranos. Al mismo tiempo volvió a revisar The horseshoe, un guión en el que trabajaba desde que había salido de la escuela de cine, donde intentaba explicar a través de la vida de un sólo hombre, muchos de los acontecimientos vividos por la generación de norteamericanos nacida después de la Gran Depresión. Seis años más tarde, cuando la gente del canal AMC se interesó en su propuesta de una serie sobre una agencia de publicidad y le preguntó por el resto de la historia, sobre quién era ese personaje que la protagonizaba y hacia dónde iba, Weiner volvió a hojear su guión inconcluso hasta llegar a la página en que lo había abandonado. Sólo había cuatro caracteres en ella: 1960.

Un hombre bajo la influencia

Un poco después de la mitad de la primera temporada de Mad Men entendemos por fin que Donald Draper, el seductor, varonil y siempre impecable director creativo de la pequeña agencia de publicidad Sterling-Cooper, ubicada como todas las empresas del negocio en la Avenida Madison de New York (de allí el maravilloso nombre de la serie), no siempre fue así de perfecto ni así de seguro. Es más, descubrimos que tampoco nació siendo Donald Draper. Y de repente aquella historia, su historia, se convierte en LA historia. ¿Cuándo uno se hace a sí mismo, no tiene que mentirse un poco para conseguirlo? Y si es así, ¿qué mejor lugar para que triunfe un buen mentiroso que una agencia de publicidad? ¿Es Estados Unidos, siguiendo ese razonamiento, una sociedad que está construida a partir de las mentiras en las que cree?

Mad men 2

Weiner, que en una entrevista para Rolling Stone afirmó que su libro favorito de todos los tiempos era El amor en los tiempos del cólera (¿no hay algo de Florentino Ariza en esa cualidad que tiene Draper de ser un donjuán que siempre se convierte en lo que su amante necesita y en la necesidad constante de tener nuevas conquistas?) logró con Mad Men justo lo que buscaba en aquel guión inconcluso de su juventud: contar las transformaciones de una sociedad a partir de unas cuantas historias. Ahí están, presentadas con el cuidadoso obsesivo por el vestuario y la ambientación, que le han valido la admiración de los fanáticos de las producciones de época, la melancolía de los cuentos de John Cheever y la soledad de las pinturas de Hopper; el surgimiento del rock, la consolidación del jazz y la importancia del cine (el refugio de Don cuando tiene un problema) y la televisión; las tensiones políticas, los conflictos raciales; la sensación de bienestar general bajo el gobierno de Kennedy y el pesimismo colectivo que supuso su asesinato. Todo afecta a los personajes de la agencia en la medida en que ésta es un reflejo de la cultura occidental: por eso en Sterling Cooper también aguantarán su propia “invasión inglesa”, se hará palpable en la suma de apellidos en la marquesina el ascenso de la clase media y se vivirá, como pasó en todo el continente, el cambio más importante de los últimas décadas: la revolución femenina.

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Mad women

Una de las mayores cualidades de Mad Men es que a pesar de tener un gran personaje central masculino, son las mujeres que rodean a Don los secundarios más atractivos de la historia. Sus vidas reflejan la metamorfosis de las mujeres norteamericanas en la segunda mitad del siglo XX. Peggy comienza como la secretaria de Draper y logra convertirse en una de las primeras escritoras de la industria. La hermosa Joan (con el amplio cuerpo que se consideraba deseable en los cincuentas), cuya sentido común es muy superior al de los muchachitos que trabajan a su lado, será  madre soltera a pesar del qué dirán y, por terribles casualidades de la vida terminará teniendo parte de las acciones de la agencia. Betty se divorciará de Don cuando por fin comprenda que no son la familia perfecta y rearmará su vida, pasando a ser mucho más que el adorno de su nuevo marido. Son ellas, aunque él no lo sepa o no quiera creerlo, las que realmente marcan los cambios en la existencia de Draper. Su perdición y su gloria.

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Porque de eso también nos habla Mad Men: de lo dura que puede ser la caída después de alcanzar la cima. En la última temporada vemos a Don bajo las órdenes de una persona que antes fue su subalterno y junto a él tenemos que preguntarnos en qué momento su vida se puso de cabeza, como en aquel cabezote animado, ya histórico, con el que comienza cada capítulo. ¿Cuándo fue que este mundo en el que teníamos algunas seguridades se convirtió en una interminable sucesión de preguntas? En cada temporada Matthew Weiner ha logrado inocular en sus personajes y en la audiencia, compuesta ya por fanáticos de todo el mundo, la misma inquietud que él tenía a los 35: ¿esto es todo? ¿Después de lo que hemos vivido, de recibir algún premio, de aprender alguna lección, de ser traicionados y traicionar, no hay nada que aplaque esta insatisfacción?

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Si hay alguna actividad dedicada a satisfacer los deseos de las personas y a crear nuevos deseos es la publicidad. Mad men se ha convertido en una de las series más importantes de esta edad dorada de la televisión al retratar ese universo donde la mentira es la norma, mientras narraba, sin prisa pero sin pausa, la metamorfosis de una sociedad que a partir de 1960 es otra. Tal vez no mejor ni peor, pero sí distinta. Y al mismo tiempo ha logrado ser memorable para millones de personas, al recordarnos que todos somos Donald Draper. Que estamos condenados a construir nuestra propia identidad, dejando a un lado lo que menos nos guste de nuestro pasado, para tratar de triunfar en un mundo donde cada vez hay menos certezas. Que esta vida es un constante intento de estar a la altura de nuestro ego. Un intento desesperado por ver el mundo desde la azotea y no lanzarnos.


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