El Líbano tiene alrededor de 1,5 millones de personas en situación de acogida. Aunque la mayoría de los campos de refugiados se encuentran alejados de la capital, la desesperanza convida a acercarse al bullicio de Beirut para sobrevivir. La tarea de mendigar alimentos o dinero recae en las manos de aquellos más vulnerable con esta situación, los niños.
El jolgorio de años pasados tan típico de la zona de Hamra, se sustituye por el desamparo. Solo en las noches los pequeños refugiados, vigilados desde la lejanía por sus padres, regresan a su improvisados hogares. Es entonces cuando pareciera que Beirut no sufre la desolación de la pobreza.
Y que más pueden hacer los libaneses, atrapados en mitad de la crisis y zarandeados entre Siria e Israel. Su voz a menudo es callada y nada más que seguir andado con la cabeza agachada. La gentileza de Europa fue un crédito que un día tendrán que devolver. ¿Y cómo? Sin un plan de retorno de estos refugiados. Sino que se lo digan a los palestinos que llevan tres generaciones residiendo en Líbano.
Los libaneses aún se encuentran en mitad de una transición. Con una gubernatura arcaica divida en estamentos religiosos donde la confesión prima en pro de las personas y las segrega en grupos. Con el dominio del régimen sirio sobre ellos y las leyes impiden cualquier alianza que suponga una amenaza para Siria.
[Noticia relacionada: Líbano se divide por los refugiados sirios]Y mientras los edificios cuyas fachadas agujereadas recuerdan la guerra civil, el miedo a un conflicto civil les deja estancado en plena transición. Y la población siria entre los vaivenes europeos y la prorrogativa del miedo de Al Assad, solo pueden seguir vagando a lo largo de Beirut.
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