Como Vivien Leigh en El Puente de Waterloo. Así la miramos los dos. Él, haciendo de Robert Taylor mientras intenta protegerla de la marea de gente que inunda sus alrededores, aunque no sea el Londres bombardeado de la guerra, sino el Madrid movido de los 80. Pero al fin y al cabo, es el metro. Y yo también miro, observo, como afilando cuchillos, o sin él como. No estaría mal ser el hombre que mató a Robert Taylor. Aunque este es más bajito y menos guapo, más bien del estilo de un Spencer Tracy o hasta Mickey Rooney. Ella si tiene un aire a Vivian Leigh. Poca cosa, pero llena de fuerza y con una mirada para las que se necesita diccionario. Les observo mirarse. Tengo tentaciones de gritar “Corten” desde los 2 ó 3 metros que nos separan, que se disuelvan los extras que llenan el vagón de metro y explicarles la escena con detalle. En lugar de eso, rebobino la cinta del walkman y vuelvo a escuchar “Eres tonto, Simón”.
Él le dice algo al oído y ella sonríe. Comienzan a moverse a duras penas entre la gente para acercarse a las puertas. Les sigo en un camino paralelo. O para lelos, que parecemos ovejas saliendo del camión de carga. Finjo consultar el mapa del metro mientras vigilo a la pareja. Ella le dice todo con los ojos y el no sabe bien donde mirar, tanto por nerviosismo como por cantidad de puntos donde hacerlo. Sus labios, sus ojos, el perfil de su cuello o el escote de la camiseta.
Se separan, y sin que ella lo sepa, o más bien sabiéndolo pero sin volverse para comprobarlo, Robert se queda mirando como se aleja. Después, al irse él mirando en la otra dirección, no sabe que pasa al lado del que probablemente tendrá que asesinarle.
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