Revista Ciencia

Biotecnología, orgullo y Egipto

Por F.guiral - S.pérez

Elena F. Guiral

La pasada primavera viajé a Egipto para visitar a un amigo que trabajaba como ex patriado en una compañía petrolífera española. Me impresionó especialmente El Cairo, la ciudad más caótica y más fascinante que he visitado en mi vida. Poder recorrerla de la mano de españoles residentes allí me permitió escaparme de las típicas rutas enlatadas que reducen la capital a las pirámides de Gizeh y al Museo de Egipto. Pude entrar en mezquitas donde los turistas jamás se asoman y donde el silencio sobrecoge. Pude recorrer las callejuelas del mercado de Jan-el Jalili destinadas a la gente local. Pude enamorarme de la ciudad más polvorienta, dura y mágica que haya visto nunca.

Días después tuve la oportunidad de entablar amistad con el guía de nuestro crucero por en Nilo, éste sí era un crucero enlatado, ya que el Egipto de Mubarak sobreprotegía a los turistas como si fueran tesoros. Tesoros que dejaban importantes divisas, por lo que no estaba permitido hacer turismo por los yacimientos arqueológicos del valle del Nilo de forma individual. Nuestro guía era historiador, y recuerdo que se mostró educadamente molesto cuando una compañera de viaje comparó Egipto con el resto de países árabes: “Egipto no es un país árabe. Es la tierra de los faraones. Tenemos nuestra propia historia, nuestra propia cultura”, respondió.

Es muy posible que haya sido esta minoría culta, orgullosa de su origen, la que ha prendido la llamada de la revolución de la dignidad que ha acabado con el dictador Hosni Mubarak tras 30 años de opresión. Por supuesto también la desesperanza, la miseria absoluta, la falta de futuro para la gente más joven, la corrupción política y policial, de la que pude ser testigo intercambiando experiencias con la gente de allí. Pero sin orgullo nada hubiera sido posible.

Hace unos días leí un editorial de The Economist publicado el 5 de febrero es decir, justo unos días antes de la caída de Mubarak ,y me alegró ver que compartía conmigo aquello que adiviné en aquel viaje: “Egipto, aun siendo un país pobre, cuenta con una élite sofisticada una clase media culta y un gran sentido del orgullo nacional. Estas son buenas pistas que hacen pensar que los egipcios serán capaces de salir de forma exitosa de este caos”.

Pero, ¿qué papel podría jugar la biotecnología agrícola en la pos-revolución egipcia? No hay que olvidar que este país fue el primero del mundo árabe en comercializar cultivos modificados genéticamente, ya que en marzo de 2008 se aprobó el cultivo del maíz Bt Ajeeb Yielgard, comercializado por Monsanto. A lo largo de 2009 y 2010 se mantuvo el cultivo en alrededor de 1.000 hectáreas, lo que supone una superficie relativamente pequeña, pero muy representativa en su entorno geográfico-cultural, ya que Egipto se ha convertido en uno de los tres países pioneros en el cultivo de semillas transgénicas en el continente africano junto a Sudáfrica, ya veterana en estas lides y Burkina Faso, donde en 2010 se produjo un espectacular aumento del 100% en el cultivo de algodón Bt, que ha pasado de las 115.000 hectáreas cultivadas en 2009 a las 260.000 de 2010. Estos datos se recogen en el Informe ISAAA 2010.

He querido preguntar su opinión a un auténtico experto en el tema, Samer Ismail, el ingeniero agrónomo egipcio que en marzo de 2008 coordinó la implantación y seguimiento de los ensayos, regulación y planes de seguimiento. Aunque de momento sólo somos amigos virtuales también quería saber cómo estaba viviendo su particular revolución.

Según Ismail, la biotecnología agraria no tiene una percepción demasiado positiva en la sociedad egipcia, así que su desarrollo dependerá del grado de responsabilidad que asuma el nuevo Gobierno, si éste finalmente llega, ya que el agrónomo egipcio alberga ciertas dudas “Si el régimen militar actúa con honestidad y transfiere el poder a un régimen civil elegido democráticamente, este cambio podría suponer un gran impulso al desarrollo de la agricultura en general, y la biotecnología en particular, en nuestro país”.

En su editorial The Economist asemeja la revuelta pacífica egipcia a las revoluciones de diversos colores que acabaron con los regímenes comunistas en Europa del Este a comienzos de los 90. Quién sabe si Egipto, que ha dado un ejemplo de dignidad y coraje al mundo, haya comenzado también su particular revolución verde.

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