Revista Cine

Bonnie y el detector de humos

Publicado el 04 septiembre 2016 por Key Hunters @zapatoalacabeza
Me he mudado. Otra vez. Dejadme.
Mi nueva casa no está nada mal. En mi habitación hace frío y la moqueta es un asco, pero no hay nada traumático. La casa está bien. Es habitable.
El problema es que dentro de la casa hay gente.
Podría contar muchas cosas, pero el resumen es que tengo dos compañeras de piso: una que es una cerda y una que no. A la primera vamos a llamarla Bonnie por ninguna razón en particular y a la segunda llamémosla Abby.
Tal vez entre en detalles otro día acerca de hasta qué nivel este ser es la repugnancia hecha persona, pero hoy mejor os voy a contar la historia del detector de humos.
Porque no es sólo que esta chica sea una guarra de tomo y lomo, es que, además de no saludar, ocupar todos los armarios de la cocina y no contestar cuando le mandas un mensaje, es... no sé cómo describirlo. No quiero decir que es corta porque no la conozco lo suficiente y porque me resulta un poco hiriente para con la gente que sí es corta. Es más que está como empanada. Como que no tiene sangre en las venas o algo.
Os voy a contar la historia de marras, para que me entendáis.


LA HISTORIA DEL DETECTOR DE HUMOS

Para que ubiquéis la situación un poco mejor, debéis saber que Abby (la que no es una cerda, recordemos) trabaja en un programa despertador de la radio y se levanta a las cuatro de la madrugada, con lo que a las ocho de la tarde suele estar frita ya. Esta chica es maja, pero no la veo jamás. Cocino con cuidado para no despertarla, pero siempre creo que me debe de estar oyendo y odiándome en silencio. La historia del detector de humos ha cambiado mi perspectiva.
Por otra parte, Bonnie (la alérgica al Fairy, recordemos de nuevo), se suele ir a la cama a las diez aproximadamente. Sé que a veces llega más tarde a casa porque la oigo hablando por el móvil en el pasillo, pero en general a las diez y poco desaparece.
Pues bien, esto que cuento sucede una noche, como a las once y media. Abby llevará dormida ni sé el tiempo, pero Bonnie está despierta. Lo sé porque su puerta está entornada y veo luz.
Tengo metidos en el horno dos pasteles de pescado que he comprado en el supermercado, intentando no pensar en la cantidad ingente de mierda que rodea mi comida ahora mismo, porque, por supuesto, Bonnie también ha conseguido que el horno tenga un aspecto lamentable.
Una vez pasados los minutos estipulados en el envoltorio, salta mi alarma del móvil indicando que el pescado está listo, así que pauso el capítulo de Dr Who que estoy viendo y me acerco a mis pasteles de salmón. Me agacho hasta tener las ruletas enfrente de la cara, las pongo todas a cero, me incorporo y, previendo lo que va a suceder, me alejo todo lo que puedo del mugriento electrodoméstico.
Y abro la puerta.
Si juntáis los platós en los que se rodaron Llamaradas y El coloso en llamas os sale menos humo que el que tengo yo ahora mismo en mi cocina.
Tampoco es que hasta este momento el aire fuera lo más respirable del mundo, pero al menos no te daban ganas de ponerte un pañuelo húmedo en la cara y reptar hasta la salida de emergencia más cercana. Y bueno, por el título de esta historia os podéis imaginar lo que pasa a continuación.
Pues sí, salta la alarma de incendios.
Qué manera de pitar. Dios santo qué estridencia. Salgo de la cocina y me quedo mirando al origen del sonido, que está
a) mezclado con el contador del gas, el de la luz, los plomos y cuarenta mil historias más, de manera que identificarlo de manera precisa es complicado y
b) demasiado alto como para que, suponiendo que supiera cómo, pueda apagarlo.
Me quedo ahí parada, mirando hacia arriba, tapándome los oídos porque la alarma ésta suena como si estuviera anunciando el Juicio Final y preguntándome si mi casa será una de las muchas de Inglaterra que tiene la alarma antiincendios conectada con los bomberos. Empiezo a plantearme cómo voy a explicarle a un equipo de señores cargados con mangueras que aquí no hay ningún fuego, que simplemente mi compañera de piso es una cerda, pero no se me ocurre nada que no me haga sonar como una idiota.
¿Cómo? ¿No veis la conexión entre las dificultades de Bonnie para convivir en sociedad y la densa nube de humo que nos ocupa? Permitidme que os lo explique:
La humareda se ha generado porque la cantidad de grasa que hay dentro de mi horno daría para alimentar a toda la familia de lobos salvajes que obviamente crió a Bonnie. El calor que ha cocinado mis pasteles de pescado también ha quemado toda esa mierda que comento, llevándonos a este percal en el que me encuentro ahora.
Pero vayamos a lo que quería contar yo. Supongo que a estas alturas ya os habréis dado cuenta de que en esta situación hay algo raro.
Llevo un minuto en el pasillo, con los oídos tapados porque la alarma del infierno me está dejando sorda, y ahí no aparece nadie. Ni Abby ni Bonnie salen de sus habitaciones. Yo no quiero incordiar a Abby porque la pobre mujer se tiene que levantar dentro de cuatro horas, pero a Bonnie la estoy escuchando en su cuarto. Veo su luz. ¿Por qué mierdas no sale esta chica a ver qué está pasando?
Ante la evidente inactividad por parte de mis compañeras, me acerco a la puerta entornada y llamo. Oigo el débil y cargante hilo de voz de Bonnie desde el fondo de la habitación.
Bonnie - ¿Sí?
!!!!!!!!?????

Yo - ¿SÍ? ¿CÓMO QUE SÍ? -No le grito sólo porque esta muchacha me parezca imbécil, es que si no grito no se me oye por encima de la alarma. Bonnie se asoma por su puerta-Bonnie - ¿Qué pasa?
Madre del amor hermoso. No le respondo, sólo señalo hacia el techo, que es de donde viene el sonido, con esa expresión en la que abres mucho los ojos pero a la vez los entrecierras, que viene significando "no sé si eres así de inútil o me estas vacilando".
Bonnie - Es la alarma de incendios.
...
Yo - ¡¿TÚ CREES?!
Bonnie me mira, como sin saber qué es lo que espero de ella, y parece que decide que mi problema es que no comprendo la situación, así que, muy amablemente, procede a explicármela.
Bonnie - Hay mucho humo -anda fíjate-. Mira -mi estimada compañera sale de su habitación y entra en la cocina-, tienes que abrir la ventana -abre más la ya abierta ventana mientras me mira, como quien intenta explicarle un concepto complejo a alguien que no es muy listo-. Ya está.
Camina hasta el umbral de la cocina, donde se queda parada unos segundos, mirándome, ambas pensando que la otra es una vergüenza para la especie humana.
Y se va.
Se va, sin más.
La alarma a estas alturas ya ha dejado de sonar, y yo me quedo parada en la cocina, mirando al infinito, pensando si todo eso ha pasado de verdad.
Y ya está. Ésa es Bonnie.
¿Lo bueno? Este personaje y sus pocas luces se mudan en septiembre. Cosa que está bien, porque no sé cuánto tiempo puedo soportar vivir con este despojo de la sociedad.
Por si mi bienestar os quita el sueño, os lo digo. No sufráis. Si queréis ser solidarios conmigo, podéis reíros de Bonnie a mi salud y desear que su mudanza se adelante. A mañana, por ejemplo.

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